Pedro Benítez (ALN).-La velocidad con la que Nayib Bukele se está convirtiendo en dictador (“más cool”) de El Salvador es pasmosa.
En las elecciones presidenciales de 2019 arrasó con el bipartidismo de ARENA y el FMLN, que gobernaron ese país desde el fin de la sangrienta guerra civil en 1992. Dos años después sus partidarios ganaron una amplia mayoría en la Asamblea Legislativa, y desde ahí han removido a jueces y fiscales violando todos los plazos establecidos por la Constitución salvadoreña. Tampoco han faltado sus ataques y acosos contra El Faro, el medio de prensa más prestigioso de Centroamérica.
La rapidez con que va concentrado todo el poder de las instituciones públicas de su país en su persona está superando a lo que hizo Daniel Ortega a su retorno a la presidencia de Nicaragua en 2006; y si se toma en cuenta que la Corte Constitucional (cuyos miembros fueron reemplazados en mayo pasado por la nueva mayoría bukelista en el Legislativo) acaba de fallar en favor de la reelección presidencial inmediata, su gesta es comparable a la del expresidente Hugo Chávez en Venezuela entre 1999 y 2001.
La diferencia es que Bukele ha sido más directo, sin usar la coartada de convocar una constituyente para refundar al país. Sin subterfugios. Con la misma destreza y osadía con que maneja sus redes sociales. No deja a nadie indiferente y se esfuerza por ser el centro de la atención.
Todo esto contando con amplio apoyo popular. Otra muestra de cómo se puede destruir una democracia usando a la propia democracia. En plena luna de miel, los salvadoreños están en su mayoría embelesados con esta nueva estrella de la política latinoamericana. Bukele es hoy el instrumento de venganza contra ARENA y el FMLN. Al primero le ha quitado dirigentes y programas. Al segundo los votantes.
Y aunque la oposición, motorizada por estos dos partidos, disminuidos pero aún presentes, ha tomado la calle con la bandera de combatir este nuevo autoritarismo, esa lucha promete ser larga.
Por un lado, la oposición tradicional seguirá provocando el rechazo de la mayoría ciudadana por un tiempo más. Como no hay otra, esa es la que existe, el cool presidente salvadoreño puede seguir explotando su papel de vengador. Es lo que pasó en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia…etc.
Y sin embargo, Bukele está iniciando la fase de ignorar a sus críticos internos en busca del siempre útil enemigo externo. Esta es la fórmula clásica en la que los primeros quedarán como unos simples agentes de poderes foráneos. Ese toque de nacionalismo envuelto en la bandera de la soberanía nacional nunca falla.
Como ya ha ocurrido con una larguísima lista de gobernantes latinoamericanos que han hecho exactamente lo mismo, el flamante mandatario está disfrutando la atención mundial que sus acciones despiertan. En particular, el desafío al gobierno de los Estados Unidos que condena su deriva autocrática.
Toda esta historia se parece muchísimo a las crónicas políticas de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua en lo que va del siglo XXI. Y podemos apostar que los resultados serán, lamentablemente, los mismos.
Los defensores de Bukele argumentan ante este cuestionamiento que él no pertenece al mismo eje político. Que sus intenciones son otras. Ni es socialista, ni va a destruir la propiedad privada. Pero por este camino la suya será la reedición de la conocida historia de otro líder esperanzador corrompido por el poder. Una versión siglo XXI del joven y prometedor emperador Nerón que los historiadores romanos Séneca y Tácito describieron.
Nunca se nos olvide: la historia se repite porque se olvida.
Bukele lleva fatalmente a El Salvador al mismo sindicato internacional de regímenes autoritarios que encabezan China y Rusia. Dentro de poco la cadena de televisión rusa RT empezará a ver insospechadas cualidades a nuestro personaje. El enemigo de mi enemigo siempre es mi amigo. En Pekín y Moscú lo recibirán con los brazos abiertos. Desde Caracas vendrán los halagos. TeleSur le hará un reportaje a este incomprendido líder. Y finalmente la bendición de La Habana.
Como lo recuerda el intelectual y ex comandante guerrillero Joaquín Villalobos en un trabajo de su autoría de hace un año, la pugna política mundial no es hoy entre capitalismo contra comunismo. Sino entre el capitalismo con democracia liberal contra el capitalismo autoritario. Y para allá lleva Bukele a su país.
Exactamente lo que hizo Daniel Ortega, que concentró todo el poder en su persona tratando bien al sector privado de la economía y administrando prudentemente las finanzas públicas. Lo mismo que Evo Morales y Rafael Correa, en Bolivia y Ecuador respectivamente, intentaron pero (por ahora) no consiguieron.
Sin Estado de derecho privara su sola voluntad divina. De ahí a un régimen arbitrario y corrupto, donde los negocios más lucrativos estarán reservados a los amigos del poder político, solo hay un paso.
Es decir, llegar a dónde han llegado Nicolás Maduro y el chavismo en Venezuela pero sin la demencial etapa de destrucción socialista.