Sergio Dahbar (ALN).- Todos naufragan alguna vez en la vida: pierden piso, cambian de país, los sobrepasan las tormentas de la historia o de las familias. No es fácil sobrevivir ni volver a ser el mismo.
Hay muchas maneras de naufragar. Algunos son víctimas de las tormentas y de la furia del mar. De los acantilados y las rocas traicioneras. El agua puede matarnos. Otros padecen huracanes más íntimos, desafueros de las emociones, desórdenes abismales que viven en la cabeza de la gente.
Arnhild Utheim es noruega y naufragó de verdad frente a las costas de Galicia (España), cuando tenía 10 años (1948). Ahora, a los 80, ha regresado al lugar donde perdió a su familia, cuando intentaban mudarse a las Islas Galápagos. Daniel Miller es norteamericano e hijo de un ícono de la cultura liberal de Estados Unidos, el dramaturgo Arthur Miller. Su naufragio fue simbólico, pero no menos doloroso.
En 1966 Arthur Miller se había casado por tercera vez, con la fotógrafa Inge Morath. Entonces tuvo su cuarto hijo, Daniel, quien nació con Síndrome de Down. Este intelectual que había luchado contra los demonios del macartismo y defendía al hombre común frente a las inclemencias del capitalismo, no pudo resistir ese golpe del destino y entregó a su hijo a una institución para que se hicieran cargo de él. No pudo mencionarlo ni siquiera en sus memorias. Una de las hijas de Arthur Miller, Rebecca, estrena un documental sobre su padre en HBO.
Daniel Miller fue feliz, se desarrolló con enormes habilidades, pero no pudo asistir al funeral de la madre ni al del padre. Al final descubrió que su padre le había dejado parte de su fortuna
En el caso de Arnhild Utheim, fue doloroso perder a la familia que se encaminaba hacia una nueva vida y apenas pudo llegar a la costa de la muerte, frente a Galicia. Ella fue educada por una tía severa, que decidió eliminar toda información del naufragio en su vida. Recién a los 80 años, siete décadas después, pudo esta mujer enfrentar lo que ocurrió en sus vidas y la muerte de sus seres queridos.
Daniel Miller creció con un conocimiento parcial de sus padres. Fue feliz, se desarrolló con enormes habilidades, pero no pudo asistir al funeral de la madre ni al del padre. Al final Daniel descubrió que su padre le había dejado parte de la fortuna, una manera curiosa de elaborar la culpa.
Uno de los náufragos que siempre ha llamado mi curiosidad ha sido Michel Navratil, uno de los más célebres del hundimiento del Titanic. Tenía tres años cuando perdió a su padre en el agua. De las 706 personas rescatadas, casi todas quedaron marcadas para el resto de la vida.
A ninguna le resultó fácil volver a hablar del accidente. Dos hombres se suicidaron. Otro se dedicó a cruzar el Atlántico compulsivamente, con un récord insólito de 50 viajes. Sólo Edwina Troutt superó el trance con un espíritu férreo, sobrevivió a tres matrimonios después del hundimiento en altamar y vivió 100 años. Era de platino.
El destino trágico de Michel Navratil
Michel Navratil murió en 2001, debido a una insuficiencia cardíaca. Vivió hasta los 93 años, se jubiló de la Universidad de Montpellier, después de dar clases de filosofía y psicología. Pero el 15 de abril de 1912 nunca se borró de su mente, aunque apenas tenía tres años.
Él y su hermano Edmundo, nueve meses menor, jugaron en las canoas de salvamento y en los pasillos hasta caer agotados. Comieron huevos en la cena. Después, en el teatro de la memoria, recuerda que su padre se acerca a la litera y los despierta en la noche. Ese recuerdo es una marca indeleble.
El padre los viste apresuradamente, corre por el barco, los mete en una canoa con una dama americana, Margaret Hays. Los hermanos creen que van a pasear. Michel Navratil memoriza entonces unas palabras que su padre le susurra al oído: “Dile a tu madre que la amo”. Luego viene el ‘pluf’ de la canoa sobre el agua. El sueño profundo, y por fin el buque salvador, Carpathia, en el que los sobrevivientes son trasladados a Nueva York.
Michel Navratil fue uno de los más célebres náufragos del hundimiento del Titanic. De las 706 personas rescatadas, casi todas quedaron marcadas para el resto de la vida
Allí la historia encuentra un segundo cauce inesperado, otra respiración. Michel Navratil, padre, sastre checo en decadencia, había escapado de la ciudad de Niza, donde vivía toda la familia. Su esposa, Marcelle Carretto, bella descendiente de italianos, lo engañaba con un oficial de caballería transalpino. Se habían separado, y en un fin de semana de Pascuas, mientras él cuidaba los niños, los secuestró.
Primero fueron a Montecarlo, donde compró tres billetes en segunda clase para Nueva York en el Titanic. Luego viajaron hasta Southampton para zarpar. Cuando los niños llegaron en el Carpathia a Nueva York, como huérfanos, miles de familias americanas se ofrecieron para adoptarlos. La noticia corrió como pólvora encendida por el mundo. Marcelle Carretto, en Niza, supo que eran sus hijos y acudió a buscarlos. Michel Navratil guardaba innumerables recuerdos que lo conducían inevitablemente a un laberinto del que no podía huir.
Las agresiones continuas entre sus padres; una canción de cuna checa; un incendio en el apartamento de Niza; un caracol que su abuela perdió por la cañería del agua de la cocina; el amante de la madre era su propio padrino; un cuchillo muy grande en la mano de un abuelo; la incontinencia después de que una nodriza adorada en la infancia se fuera de la casa.
De la madre, sobrevive el dolor de saber que era popular entre los hombres, luego de aventurar una carrera de cantante en París. Con el tiempo la asaltó una psicosis de persecución: repetía que si no hubiera engañado a su marido, éste no habría huido y no estaría muerto. Para Michel Navratil, el destino trágico nunca se apartó de la familia. Un abuelo murió fulminado por la fiebre amarilla en Brasil. Nueve tías nacieron muertas. Por eso nunca usó la bañera de la casa. Temía resbalarse.
No cabe duda: naufragar es mucho más peligroso que hundirse en el agua.