Juan Carlos Zapata (ALN).- Nadie está contento en Venezuela. Nadie puede estarlo. Ni el padre de familia. Ni el joven universitario. Ni la madre. Ni el trabajador. Ni el empleado público. Ni el rico ni el pobre. Ni el político de oposición. Ni el político chavista. Ni siquiera el político más madurista. Ni el militar. Nadie está contento. Ni Maduro. Ni Guaidó.
¿Quién duerme tranquilo en Venezuela? En la familia el padre y la madre sufren por los gastos del día, ¿cómo cubrirlos? El trabajador del transporte no sabe si hoy podrá conseguir gasolina. El empresario sufre por las pérdidas acumuladas de años, y ese empresario pierde en Venezuela, y pierde en el exterior porque el coronavirus le cambió el rumbo a los negocios allá afuera, también. Sufre la mujer que espera la remesa que le envía el hijo desde Chile, España o Perú, y ahora no sabe si llegará puesto que el hijo la está pasando mal. Sufre el profesional que afectado por la falla del internet ya no puede cumplir con los trabajos que le encargaba una compañía de diseño de Nueva York.
Nadie está contento. Falta el agua. Falla la electricidad. Falta la comida, y la que hay está muy cara. Nadie está contento. No lo está el que era rico antes y el que se volvió rico con el chavismo. No está contento el enchufado. De qué le sirve ser enchufado en un país destruido y de paso en cuarentena. No está contento el diputado que en la práctica no es diputado. Tampoco el ministro de Maduro que solo es ministro de nombre y sabe que en la práctica lo que hace es nulo, o estéril, o no sirve, no ha servido. No está contento el médico en la clínica privada que no puede ejercer la profesión a plena capacidad. No está contento el militar que duda, que a veces piensa en qué defiende, y piensa a dónde va esto, mira el rumbo del país, y oye la queja familiar, y se pregunta cuándo llegarán los gringos, y si tendrá que pelear, y qué pasará, y quién ganará, y cuánto sangre correrá, y si vale la pena que la sangre corra. Y no está contento sabiéndose espiado, sabiéndose rodeado.
No está contento el político de oposición a quien los días se le alargan sin conseguir la victoria, y entiende que, sin embargo, no puede bajar la guardia, está obligado a seguir adelante, que no puede cansarse, que el cansancio es la derrota definitiva. No lo está el político chavista que sabe que ya poco puede defender, que no hay causa, que no hay discurso, que se agotaron las palabras, que conoce el rechazo de la gente, que no puede salir a la calle a prometer que el problema del agua se va a arreglar, que la gasolina viene en camino, que la economía se va arreglar, que Maduro…No, no puede hablar de Maduro, imposible hablar de Maduro. No está contento el gobernador, metido en su oficina, el alcalde sin obra, el dirigente sin actos de calle, sin recorridos, sin partidos activos, sin programas de televisión. No está contento el periodista, sin prensa libre, y censurado y obligado al extremo de la autocensura.
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No está contento el banquero. Que sabe que no tiene banco. Ni el productor del campo que no puede producir. Ni el maestro sin recursos ni alumnos a quién enseñar. No está contento el hermano que no tiene hermano, porque se fue, o se lo mataron, o está preso, o es preso político. No está contenta la madre que se quedó sin hijos. Tampoco la abuela en el barrio pobre a la que la hija le dejó un cuadro de nietos mientras ella se acomoda por allá en una ciudad de Colombia.
No está contento Juan Guaidó. Que saca cuentas, y mide el balance, y sabe que el entusiasmo se apagó, y sabe del reclamo de los aliados, y la frustración del pueblo que no está contento, y sabe cuánto sufren en las cárceles maduristas los miembros de su equipo que Maduro le secuestró, y piensa en las tres y cuatro operaciones fracasadas y en el reclamo de los partidos que lo respaldan, y en el ataque de los otros que se dicen amigos pero que se comparsan con Maduro para destruirlo, para quitarlo del medio, pues para ellos no sirve, ya no da para más, ya lo dio todo, ya no puede garantizar el fin de la usurpación. No está contento porque allí hay un pueblo que sigue esperando y se desencanta. Y no da con la fórmula, no encuentra la consigna, la vía, el discurso, las palabras del estímulo, de la esperanza, de que la lucha sigue, y sigue hasta vencer. Y no está contento porque mira a los ojos de quienes lo rodean y les mira el miedo, les capta la duda, la misma que a veces también le envuelve, cuando imagina el titular: Preso Guaidó. El régimen de Maduro mete en la cárcel a Guaidó.
No está contento Maduro. No puede estarlo. Es mucha la presión. Los cubanos le dicen: Hay que resistir. Diosdado Cabello le dice: El poder no se entrega. Cilia Flores le apunta a la cara: Que Guaidó no se salga de esta. Tareck El Aissami le recuerda: Nos queda poco tiempo para recuperar la economía, recuperar la producción petrolera, producir gasolina. Los jerarcas militares le advierten: El problema de la gasolina es una bomba de tiempo. Y la amenaza gringa es permanente. El descontento en los cuarteles es real. Y los boliburgueses lo acosan pues no están contentos ya que quieren más negocios donde en verdad no hay tantos negocios y los que quedan los controla uno solo que se llama Alex Saab. Y mira Maduro las encuestas y ya no encuentra cómo analizar esos números, qué vueltas darle. Y escucha una voz que le grita desde Madrid que hay negociar, y la voz de Diosdado Cabello se le mete adentro, y esa voz también le grita que negociar no es claudicar. Y sufre Maduro cuando piensa en Guaidó a quien quiere ver entre rejas, pero una realidad más allá de la realidad que estudia y mide, se lo impide, y eso lo impacienta, y eso lo lleva hasta la impotencia, y en el poder no hay cosa que produzca más dolor, más pérdida de sueño que la impotencia, a pesar de que Sai Baba le habló en una oportunidad de la serenidad y el desapego. Sufre pensando si Guaidó sufre menos sufre más que él. No está contento porque no puede dormir tranquilo ni en este ni en aquel ni en el otro bunker. No puede estar contento porque su cabeza tiene precio. Y es un precio mundial. Y a veces piensa en el titular: Capturado Maduro por mercenarios. Y se ríe. Se ríe con Cilia. Pero sabe que no se está riendo. Y entonces piensa en la suerte de Nicolasito. Y este pensamiento tampoco le alegra la vida. Y teme que se lleven a Nicolasito. O se lleven a los otros. Y se vaya quedando solo. O que un día, el menos pensado, vea el dron que se acerca con el instrumento activo, apuntándole. Sabe que después de eso ya no podrá leer el titular.