Juan Carlos Zapata (ALN).- Polémicas las declaraciones del secretario general de la OEA, admitiendo la opción de la intervención militar en Venezuela. Tan polémicas que la primera consecuencia es que dividió al Grupo de Lima, con lo cual sigue dividiendo a la oposición contra Maduro. Almagro se transforma en Mr. Almagro haciendo suyas las palabras de Mr. Trump, avivando los vientos de guerra. ¿A quién le conviene una guerra?
De pronto el señor Luis Almagro habló como Mr. Almagro. Desde Cúcuta, el secretario general de la OEA ha dejado abierta la opción militar como solución al problema venezolano que no es otro que el gobierno de Nicolás Maduro. Mr. Almagro señaló, en respuesta a una pregunta específica sobre la intervención militar, que aunque la diplomacia está primero, no se puede descartar ninguna otra opción contra el gobierno de Maduro “para poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano”. Mr. Almagro ha hecho suyo el discurso del presidente de los Estados Unidos, Mr. Donald Trump. Hace un año, Mr. Trump dijo lo mismo. Que no descartaba la “opción” militar porque la gente, en Venezuela, “está sufriendo y está muriendo”.
A Mr. Almagro y a Mr. Trump los “conmueve” el sufrimiento del pueblo venezolano. Pero quién garantiza que una intervención militar, que desate una guerra interna y un conflicto que se extienda por Colombia, no traerá más sufrimientos, y seguro peores. La invasión a Irak confirma que ha sido peor el remedio que la enfermedad. Y toda la comunidad internacional coincide en que la invasión fue un error, y algunos de los que la promovieron ya reconocieron haberse equivocado.
Las guerras estúpidas
Seguro que Mr. Almagro se ha paseado por tal posibilidad. Que la opción militar en Venezuela conduzca a una catástrofe que desborde las fronteras. Por supuesto, los halcones de la guerra la ven fácil, igual que vieron el conflicto de Irak ganado y a un Irak recompuesto en un nuevo ciclo histórico vital, democrático, estable y en paz. El presidente Barack Obama expresó alguna vez: “No soy contrario a todas las guerras. Estoy en contra de las guerras estúpidas”.
Ni a Colombia ni a Estados Unidos les interesa una guerra que se convierta en un atolladero regional. Menos a Colombia, que apenas acaba de alcanzar un acuerdo de paz con las FARC, y cuya disidencia, se sabe, se colocaría del lado del régimen chavista, haciendo imprevisible el escenario bélico y el impacto regional
Quienes han apostado por una salida de fuerza aplauden en Caracas lo declarado por Mr. Almagro. Es música para sus oídos, toda vez que por estos días la frustración les ha llegado como oleada, en vista de que las sanciones no han logrado el cometido de echar a Maduro del poder ni tampoco ha sido posible el montaje del añorado golpe de Estado.
El diario ABC de Madrid, del cual no puede dudarse de qué lado se encuentra, señaló este domingo que “Venezuela no soportaría una guerra”, y que “lo último que podrían necesitar ahora los venezolanos sería que el país entrase de lleno en la violencia”. El diario argumenta, sin faltarle razón, que “el régimen ha atiborrado de armas a sus partidarios, y aunque el Ejército se encuentre probablemente en estado comatoso debido a la desastrosa gestión por parte del régimen, esta operación concluiría en un baño de sangre. Sería la última puñalada del chavismo a un país que no hace tanto era una sociedad rica y vibrante y que ha sido consumido por una ideología insensata”. ¿La guerra estúpida? De esto España sabe bastante. Sólo basta imaginar si se extendiera el conflicto. Y si de él derivara una guerra de guerrillas.
La división del Grupo de Lima
El diario también ha calificado de “inquietantes” las declaraciones de Mr. Almagro. Y la verdad es que son más que eso, pues provienen de una figura de la diplomacia, de la política ilustrada y líder del organismo de mayor peso de toda la América y el Caribe. De modo que no puede tratarse de un globo de ensayo ni de una salida al estilo Mr. Trump. ¿Está desbordado Mr. Almagro? Bien pudiera estar creando consensos antes que avivar los vientos de la guerra. Consensos regionales y consensos políticos en aquella oposición tan dividida en Caracas. ¿Dónde quedó la aplicación de la Carta Democrática? ¿A falta de votos hay que propiciar las balas?
Las palabras de Mr. Almagro encontraron una respuesta rápida del Grupo de Lima. Las naciones que encabezan la mayor fuerza en contra de Maduro rechazaron el señalamiento y reafirmaron “su compromiso para contribuir a la restauración de la democracia en Venezuela y a la superación de la grave crisis política, económica, social y humanitaria que atraviesa ese país”. Para el Grupo de Lima, la opción sigue siendo una salida pacífica y negociada. El Grupo se opone a “cualquier curso de acción o declaración que implique una intervención militar o el ejercicio de la violencia, la amenaza o el uso de la fuerza en Venezuela”.
Canadá, Guyana y Colombia no suscribieron la declaración, con lo cual Mr. Almagro logra tres impactos inmediatos: Deslinda a tres gobiernos de las posiciones de consenso que hasta ahora había encarado el Grupo de Lima; logra que el Grupo discrepe en público, por primera vez, de la vocería de la OEA que lidera el propio Mr. Almagro; y traza una línea más gruesa entre las oposiciones que operan en Venezuela, la inclinada hacia una salida negociada, política y pacífica, y la inclinada a soluciones golpistas, a las sanciones y la intervención militar. Mr. Almagro y esta última tendencia se alimentan entre sí. Y ya parecen estar dispuestos a todo.
Menos unidad en la oposición venezolana
No debe sorprender que toda la dirigencia –menos el diputado Luis Florido que criticó la falta de unidad en el Grupo de Lima- haya guardado silencio ante lo que dijo Mr. Almagro. Los unos porque temen que los “achicharren” en las redes sociales y los otros porque bien vale otorgar con el silencio. Quienes hoy no comparten lo señalado por Mr. Almagro saben que lo que afirmen será combatido y, lo peor, interpretado o manipulado como un respaldo al gobierno de Maduro, cuando lo que realmente dirían es que se oponen a la guerra, a la intervención y a la fuerza militar. Por el contrario, es al Gobierno al que Mr. Almagro le ha brindado argumentos lógicos de denuncia y protesta. Y lo que queda claro, es que de nuevo Mr. Almagro, actúa como cualquier operador de la política interna, a veces sin medir consecuencias, y queda entredicho su rol como secretario general de la OEA, obligado a la búsqueda de consensos en un organismo colegiado como este, y dividido en cuanto al tema Venezuela. Por otro lado, habría que entender que la respuesta de la oposición mayoritaria de Venezuela, sea la misma que expresa el Grupo de Lima. Y si Colombia no las adhiere, se debe a las expectativas generadas por el discurso de confrontación del presidente Iván Duque. O lo que es lo mismo: el presidente de Colombia es preso de su propio discurso.
Jesús Seguías, presidente de la firma consultora Datincorp, en un ejercicio de anticipación ya había analizado los vientos de guerra. Así, horas antes de que Mr. Almagro dijera lo que dijo, escribió que en medio del caos que sufre el país –que nadie desconoce- “sobreviene lo que faltaba para completar el cataclismo: ruidos de guerra, anunciando una confrontación final para dilucidar si Nicolás Maduro se queda o se va del poder a punta de balas. Ante la desesperanza, surge como solución la guerra ejecutada por los extranjeros”. Señala Seguías que “algunos chavistas y opositores coinciden en dos cosas: “La inminencia de la guerra y el liderazgo de Washington y Bogotá en las acciones bélicas ¿Pero qué piensan en Washington y Bogotá? ¿Están decididos a expulsar a Maduro de la misma forma como lo hicieron con Saddam Hussein en Irak y Muamar Kaddafy en Libia? ¿Qué es lo que aún mantiene cautos a los actores principales de esta hipótesis de guerra? ¿Todo quedará en ruidos o habrá guerra de verdad?”. La división explícita en el comunicado del Grupo de Lima confirma lo que Seguías ya había adelantado: que “la opción militar para dilucidar la crisis venezolana no tiene el mayor consenso ni en los Estados Unidos ni en Colombia, mucho menos en Brasil y otras naciones latinoamericanas. Temen que unos ataques aéreos, luego de ocasionar daños severos a la infraestructura militar y civil venezolana, no garantizan la salida de Nicolás Maduro del poder y mucho menos la pulverización del chavismo”.
Lo que es peor. Nadie puede calcular las consecuencias. Ni a Colombia ni a Estados Unidos les interesa una guerra que se convierta en un atolladero regional. Menos a Colombia, que apenas acaba de alcanzar un acuerdo de paz con las FARC, y cuya disidencia, se sabe, se colocaría del lado del régimen chavista, haciendo imprevisible el escenario bélico y el impacto regional. Volvemos al punto de arriba. Hay quienes lo ven fácil. Y lo observan fácil porque el diagnóstico es equivocado. No se trataría de una guerra contra un enemigo que ha usurpado el poder sino contra un enemigo en el poder ideologizado y con apoyos regionales. El chavismo ha sido desafiante de las élites de América Latina y los Estados Unidos, y lo seguirá siendo. Obama prefirió, antes que la confrontación, ignorar a Hugo Chávez. En noviembre de 2016 declaró en entrevista con Jonathan Chait que a Chávez “le encantaba ser percibido como un enemigo furibundo de los Estados Unidos”. Y que si lo tratabas como quien era, el mandatario autoritario de un país que no funcionaba económica o políticamente, un hombre que no podía apelar a mucho más que a la retórica, y que no suponía una verdadera amenaza para Estados Unidos, “terminaría por encogerse”. En noviembre de 2016, la crisis venezolana no había llegado a los niveles de hoy, y esa crisis es la que reafirma la apreciación de Obama sobre un país que no funciona. Si el modelo chavista no funciona –según opina la mayoría de los dirigentes opositores-; y si va a caer por su propio peso –según el expresidente Felipe González-; o a Maduro se le acaba el tiempo –según el exZar de PDVSA, Rafael Ramírez-; o hay un riesgo de implosión –según la exfiscal general Luisa Ortega Díaz-; ¿para qué el riesgo de la intervención militar? ¿Para qué el peligro de extender un conflicto? ¿Para qué hacerlo sangriento y bélico? O acaso los que promueven la guerra calculan que al chavismo, que a Maduro y al grupo que lo acompaña en el poder, se le puede echar con un mínimo costo. Hay que tomar en cuenta que también existe esa posición de un sector de que el chavismo no se merece otra suerte sino la guerra, sino la sangre, sino la muerte, sino la destrucción. Esto es lo mismo que pensaba Hugo Chávez en el sentido de que a la oposición había que pulverizarla y eso es lo mismo que piensa Maduro de la oposición.
En los ejercicios de guerra, se puede ganar la guerra pero no así se obtiene la victoria política. ¿Quién garantiza la estabilidad? Cualquier solución en torno a la crisis venezolana debe partir de un consenso básico porque si no el problema será inmanejable. Y ello lo sabe Mr. Almagro. Más que ninguno. Tanto que ha acusado el golpe, sintiéndose obligado a aclarar, argumentando que dijo “muy claramente que siempre debemos agotar el camino de las acciones diplomáticas”, y “que debemos dejar todas las opciones abiertas, que no debe descartarse ninguna opción”. Hay que ratificar que la pregunta a la que daba respuesta hacía referencia a la intervención militar, y el propio Mr. Almagro dio cuenta de la pregunta antes de responderla.