Nelson Rivera (ALN).- En ‘La vida de las cosas’, el filósofo italiano Remo Bodei afirma que las cosas son parte sustantiva del mundo de cada quien. Inseparables de nuestras rutinas. Portan valores afectivos y simbólicos. No son inmunes al paso del tiempo: envejecen y se cargan de memoria.
Hay un desprestigio de las cosas. Es común el pensamiento que asocia el consumismo con las cosas. Quien consume bajo el impulso de una obsesión, no disfruta lo adquirido: lo toma y lo deja al instante. Olvida y sale en búsqueda de otra cosa. No establece relación alguna. El consumismo es una adicción: recompensa efímera que no provee de sosiego.
Las cosas -ese pequeño mundo de objetos y realidades que conforman nuestro entorno inmediato- forman parte de la habitación mental con que transcurrimos por el mundo. Son instrumentos y certidumbres a un mismo tiempo. Constituyen ese bien que llamamos familiaridad. Es a partir de esa familiaridad que construimos nuestra lengua y nuestro campo perceptivo.
En 2013 leí un sensible ensayo sobre este tema: La vida de las cosas. Dice el filósofo italiano Remo Bodei: las cosas son parte sustantiva del mundo de cada quien. Inseparables de nuestras rutinas. Portan valores afectivos y simbólicos. No son inmunes al paso del tiempo: envejecen y se cargan de memoria.
La obviedad banaliza las cosas. Cuando una cosa es descubierta, una dimensión de la intimidad sale a flote
Las cosas son la prolongación del individuo: “cualquier objeto es susceptible de recibir investiduras o ‘desinvestiduras’ de sentido, positivas o negativas; de rodearse de un aura o de ser privado de ella; de cubrirse de cristales de pensamiento y de afecto o de volver a ser una ramita seca; de enriquecer o empobrecer nuestro mundo, agregándoles o sustrayéndoles valor y significado a las cosas”.
Difícilmente el ser humano puede separarse de las cosas. Fernando Pessoa lo advierte: abandonar las cosas nos conmociona. Sigmund Freud señala que las cosas forman parte del duelo. Claude Lévi-Strauss sostiene que el excedente de significación -que es parte de nuestras vidas- terminaba distribuido entre las cosas. Emmanuel Kant afirma que dependemos más de las cosas que ellas de nosotros.
La obviedad banaliza las cosas. El descubrimiento de las cosas es el resultado de una victoria contra la obviedad. Cuando una cosa es descubierta, una dimensión de la intimidad sale a flote. Si a cada generación corresponde un paisaje de cosas, el siglo XX fue el de la multiplicación de las cosas que simplifican la vida cotidiana. El XXI, el de la digitalización de la existencia. Hace casi medio siglo, Jean Baudrillard lo entendió con anticipada lucidez: el consumismo es el verdadero enemigo de nuestro vínculo con las cosas.