Pedro Benítez (ALN).- El presidente argentino Javier Milei está empeñado en llevar adelante una revolución en su país. Una revolución, fundamentalmente económica que, tal como lo ha venido planteado, implicaría un cambio radical en la relación entre el Estado y la Sociedad, desmontando controles, eliminando subsidios, recortando el gasto público y privatizando todo lo que pueda ser privatizable. En principio, el mismo plan de apertura que conoció América Latina en los años noventa del siglo pasado; sin embargo, su idea es ir mucho más allá, llegar más lejos de lo que alcanzó su admirado y ahora reivindicado antecesor Carlos Menem.
Pero resulta ser que las revoluciones no se llevan bien con la democracia. Seamos un poco más precisos, con las democracias liberales. Estas fueron diseñadas para impedir los cambios drásticos, evitando que todo el poder se concentre en solo un grupo o persona. Llegar por los votos en un marco constitucional obliga a ceder y negociar. Límites, frenos y contrapesos. Esa es la teoría y es lo que en la práctica ha tenido que ir aprendiendo el controversial economista libertario.
En medio del entusiasmo que ha despertado dentro y fuera de su tierra, los seguidores de Milei se ofenden cuando algunos observadores agudos (como Loris Zanatta, escritor especializado en la materia) destacan el estilo populista del personaje.
Por una confusión de términos asocian al populismo con el gasto público irresponsable y la demagogia económica, cuando no es así; o no siempre es así. De hecho, Milei es un ejemplo paradigmático del escurridizo término; el gobernante que actúa como el líder que apoyado por el pueblo enfrenta a la élite privilegiada (la casta) y le pasa por encima a las instituciones. Pues es exactamente eso lo que nuestro personaje de hoy ha intentado a lo largo de los cinco meses que lleva despachando en la oficina presidencial de la Casa Rosada, aunque sin demasiado éxito.
El respaldo
Pese al duro ajuste y la recesión, Milei conserva intacto el 55% de respaldo en la ciudadanía (lo mismo que obtuvo en la segunda vuelta de las elecciones del año pasado). Una encuesta reciente revela que la mayoría de los argentinos afirman estar peor económicamente que hace doce meses, pero no le retiran el apoyo al presidente. Ese mismo estudio indica que un 48% le votaría en primera vuelta si las elecciones fueran este próximo domingo. El «estamos mal, pero vamos bien».
Sin embargo, Milei es un mandatario cuyo partido (La Libertad Avanza) no cuenta con un solo gobernador provincial (claves en la estructura política de la Argentina) y que tiene apenas un puñado de senadores y diputados en el Congreso. En las primeras de cambio creyó que con “exponer los privilegios y latrocinios de la casta” sería suficiente para doblegarla. Error, sus ambiciosas reformas se han estancado en el Legislativo poniendo en evidencia su falta de pericia política. Pero no por eso se ha rendido.
Uno de sus referencias preferidas ha sido Juan Bautista Alberdi, “El que no cree en la libertad como fuente de riqueza, ni merece ser libre, ni sabe ser rico”. El autor intelectual de la Constitución argentina aún vigente, fue parte de esa generación a la que se le atribuye la enorme prosperidad que durante décadas atrajo a millones inmigrantes europeos a ese país. No obstante, ese diseño constitucional fue concebido de tal manera que le niega a Milei el poder que desea a fin de impulsar sus reformas liberales/libertarias. El mismo obstáculo que enfrentaron Néstor y Cristina Kirchner. Primera paradoja.
Ante esa dificultad, no faltan en su sector político quienes jueguen con la idea de que apueste al método Bukele, esperando ganar por goleada la elección parlamentaria de medio término del año que viene. Pero el sistema político argentino es más restrictivo que el estadounidense; la Cámara renueva la mitad sus bancas cada dos años y el Senado cada seis.
La otra paradoja consiste en afirmar que “el Estado es una asociación criminal”, pero ser jefe de un Estado. A Milei le cuesta salirse del papel que hasta hace solo un año ejercía como estrella de las tertulias políticas argentinas y no ha sido raro que, llevado por su temperamento, agravie sin necesidad a gente que de otra manera lo apoyaría, como el diputado y ex ministro Ricardo López Murphy, o los periodistas Jorge Lanata y Fernández Díaz.
Pero eso no ha impedido que, al mismo tiempo, tenga como Secretario de Turismo a Daniel Scioli, el ex vicepresidente de Néstor Kirchner, candidato presidencial peronista en 2015, ex embajador de Alberto Fernández en Brasil y amigo personal de Lula Da Silva.
Milei tiene dos caras
De modo que Milei tiene dos caras. Parece que va aprendiendo rápido las mañas de políticos peronistas como Scioli.
Pese a sus desatinos, no se puede decir que le vaya mal. Como hemos visto, la magia de la luna de miel con su electorado no se ha esfumado, mientras que la inflación da señales de desacelerarse (su principal promesa). Cuenta, eso sí, con unos aliados inestimables: Cristina Kirchner y Alberto Fernández, así como todo el conglomerado político/sindical de la desprestigiada dirigencia de la CGT. Su sola imagen les recuerda a millones de argentinos las razones por la cuales le votaron. Todavía están frescos en la memoria colectiva los años de abusos de poder y aprovechamiento obsceno del presupuesto público de la era kirchnerista.
Desde ese sector político se esperaba que Milei fuera el Pedro Castillo del año 2024; víctima de su inexperiencia se encontraría enfrentado con el Congreso, mientras las calles de Buenos Aires arderían como consecuencia de la resistencia popular al ajuste neoliberal. Pese a los amagues, el pronosticado estallido social no ha ocurrido; los dos paros generales convocados en contra de su gobierno (con la poca disimulada intención de derribarlo) han tenido nulo impacto político.
La dividida oposición argentina luce desconcertada ante un fenómeno que insiste en desafiar su lógica, mientras sigue prometiendo más ajuste porque “no hay plata” sin perder un gramo de apoyo.