Redacción (ALN).- El historiador venezolano Jesús Lara echa mano del último disco del artista boricua Bad Bunny, la mayor estrella de la llamada música urbana en español, para hacer un repaso de los dolores que han provocado la corrupción en Puerto Rico y, por extensión, en América Latina.
«Más allá de la música, Bad Bunny construye un puente sonoro donde el dolor migratorio, el silencio y la esperanza se entrelazan en un lenguaje universal», dice el autor en el texto.
Lea a continuación el texto íntegro:
Hay canciones que suelen tener una intención definida por parte de sus autores. Sin embargo, al ser transmitidas, los oyentes las decodifican a través de sus propias experiencias, valores y contextos culturales. Así, el éxito de una canción no depende únicamente de la intención que busca imponer su compositor, sino de su capacidad para resonar en las vivencias del público.
En un mundo donde la historia se nos presenta como un relato árido y sin eco, Bad Bunny irrumpe con su álbum «DeBÍ TiRAR MáS FOToS», en un contexto marcado por la crisis migratoria y la incertidumbre ante la toma de posesión de un nuevo gobierno en Estados Unidos, cobrando especial relevancia por su voz de protesta. En Venezuela, la portada de este álbum fue adaptada a las peculiaridades de la realidad local, reflejando tanto el humor como el dolor que acompañan aquello que debimos hacer y no pudimos.
Entre los éxitos del álbum, «LO QUE LE PASÓ A HAWAIi» ha suscitado numerosos análisis que intentan desentrañar el contexto de su letra. A pesar de los esfuerzos del autor por acompañar la canción con un video explicativo que aclare su verdadera intención, las interpretaciones han variado considerablemente, reflejando perspectivas individuales muy diversas.
No pretendo sumarme a la lista de analistas. Aspiro, brevemente, explorar cómo las narrativas presentes en la música pueden funcionar como catalizadores para comprender realidades complejas.
La demanda de Bad Bunny
En Hawái han pasado muchas cosas. Sin embargo, la demanda que plantea Bad Bunny tiene sus raíces en las inversiones económicas estadounidenses y su importancia geopolítica. Este dilema se intensifica en Pearl Harbor (1874), que décadas más tarde se convertiría en el escenario de la tragedia que impulsó a Estados Unidos a entrar en la Segunda Guerra Mundial. El gobierno estadounidense negoció con el rey Kalākaua el uso exclusivo de este espacio estratégico a cambio de la importación continua y libre de impuestos de azúcar de Hawái.
Sin embargo, cuando la diplomacia se agotó, la política del Destino Manifiesto prevaleció. En 1893, un grupo de empresarios estadounidenses derrocó la monarquía hawaiana, lo que llevó a la ocupación militar y a la posterior declaración de Hawái como territorio estadounidense en 1898. Desde entonces, los intereses económicos estadounidenses dominaron la economía local, especialmente en las industrias del azúcar y el turismo, lo que resultó en la explotación laboral, frecuentemente a expensas de trabajadores inmigrantes y generando una jerarquía racial y económica.
Junto a Puerto Rico, Hawái representó el 45% de la producción de azúcar de Estados Unidos en 1919, cifra que se mantuvo hasta 1939, cuando descendió al 36%. En 1924, Hawái no solo era un líder mundial en la producción de azúcar — junto a Java y Cuba— sino que también contaba con la industria azucarera más eficiente en la extracción de sacarosa de la caña.
En este sentido, no es atrevido afirmar que los recursos naturales condicionan la estructura económica de un Estado, llegando incluso a determinar su producción, orientar su comercio y desencadenar problemas estructurales que dan explicación a su dinámica espacial. Un análisis del caso de Hawái y Puerto Rico ofrecería argumentos suficientes para desarrollar esta premisa; sin embargo, volvamos a la canción y enfoquémonos en tres aspectos clave: migración, dolor y silencio.
Dolor y dilema
En primer lugar, el autor expresa el dolor del trabajador agrícola (jíbaro) obligado a desplazarse, señalando a la corrupción como causa principal. Invita a no olvidar las tradiciones y la lengua materna, así como a resistir frente a los cambios impuestos por la inversión extranjera, que algunos interpretan como modernización. Comprender este dilema invita al lector a reflexionar sobre el impacto que ha tenido el capital extranjero en la transformación del espacio físico, forzando la migración de diversas especies y alterando el equilibrio.
Como segundo elemento, es menester resaltar la frase que evoca el dolor de quien se va de su tierra nativa: “Aquí nadie quiso irse, y quien se fue, sueña con volver”. Sobre este fragmento, no hay mucho que decir, pues, su mensaje es tan poderoso que logra una apropiación inmediata con realidades del continente. Al mismo ritmo, expresa el sentir de quien asume la decisión de quedarse en su tierra: “Otra jíbara luchando, una que no se dejó.
No quería irse tampoco y en la isla se quedó”, sentencia el boricua.Por último, la canción vislumbra segundos de mutismos que causalmente han sido asociados con la lógica del silencio, ese que es producto del quiebre de la voz, invocando la nostalgia. Hoy en día, tanto Hawái como Puerto Rico continúan lidiando con las consecuencias de su historia colonial. Mientras que Hawái enfrenta desafíos relacionados con el turismo y la preservación cultural, Puerto Rico lucha contra una crisis económica prolongada y una falta de autonomía política.
Aunque Hawái tiene representación en el Congreso y, un hawaiano ha sido Presidente de los Estados Unidos, las decisiones políticas a menudo son influenciadas por intereses externos que no reflejan las necesidades locales, borrando la huella de los primeros pobladores. Por su parte, los puertorriqueños luchan por no dejar caer en el olvido las razones que los hacen boricuas.
Más allá de la música, Bad Bunny construye un puente sonoro donde el dolor migratorio, el silencio y la esperanza se entrelazan en un lenguaje universal.
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