Pedro Benítez (ALN).- “Quédese fuera de Venezuela, Sr. Trump”, le pide el diario The New York Times en un editorial al presidente de Estados Unidos. Cuestiona los contactos clandestinos con golpistas en Venezuela, “dado su largo historial de intervenciones en América Latina”. Mientras tanto, Nicolás Maduro insiste en acercarse a Donald Trump y mantiene discretos contactos con sus enviados. Sus razones son de peso.
La Casa Blanca tiene todas las opciones abiertas en el caso de la interminable crisis venezolana, incluyendo el contacto directo entre funcionarios de Donald Trump y Nicolás Maduro, como ha venido ocurriendo en los últimos días.
Contrario a la idea generalmente aceptada que expresa el reciente editorial de The New York Times sobre Venezuela recordando la supuesta injerencia de Estados Unidos en desestabilizar gobiernos latinoamericanos, la evidencia histórica desde 1898 indica lo contrario.
Editorial: ¿Por qué Estados Unidos no debe intervenir militarmente en Venezuela? https://t.co/BuxVj6RDfp
— NYTimes en Español (@nytimeses) 12 de septiembre de 2018
La mayoría las interrupciones por la fuerza de gobiernos de la región acontecieron por razones fundamentalmente internas (como Brasil en 1964 y Chile en 1973). A continuación el bando vencedor siempre corría a solicitar el reconocimiento diplomático de la Casa Blanca, incluyendo a Fidel Castro en 1959. Su posterior y audaz intercambio de alianzas, que le permitió a él y a su hermano controlar Cuba por las siguientes seis décadas, es la excepción que confirma la regla.
Incluso las intervenciones armadas han sido a solicitud de un sector del país, como ocurrió cuando Panamá se separó de Colombia en 1903 con apoyo de los barcos norteamericanos, o la invasión de Bahía de Cochinos en 1961.
Dadas las dimensiones de la economía de Estados Unidos y su influencia en todos los órdenes, aunque el Gobierno lo quisiera es imposible que ese país no se vea involucrado en los asuntos de otro en casi cualquier parte del mundo, pero en particular en uno como Venezuela. Para bien o para mal.
La prueba de esto la ha dado el mismo Nicolás Maduro, quien desde antes de que Donald Trump se sentara en el Despacho Oval ha buscado insistentemente entenderse con él.
Tres días después del supuesto intento de magnicidio, el canciller Jorge Arreaza, se reunió con Jimmy Story, encargado de negocios de la Embajada de los Estados Unidos en Caracas
En enero de 2017 Citgo, filial de Petróleos de Venezuela (PDVSA) en Estados Unidos, donó 500.000 dólares al comité organizador de la toma de posesión del magnate inmobiliario. Posteriormente Maduro le envió una carta personal como admitió públicamente este año. Y tres días después de haber denunciado un supuesto intento de magnicidio en su contra, el canciller, Jorge Arreaza, se reunió con Jimmy Story, encargado de negocios de la Embajada de Estados Unidos en Caracas.
La razón es que Venezuela sigue estando en el área de influencia directa de la primera economía del mundo. Pese a lo que asegura la propaganda oficial del madurismo sobre el supuesto bloqueo económico y financiero, Estados Unidos ha sido, y sigue siendo, el principal mercado de la declinante industria petrolera venezolana.
El grueso de la deuda venezolana, emitida toda en la era de Hugo Chávez, está en manos de fondos e inversionistas fundamentalmente en EEUU. Estados Unidos (y no China) ha sido, y es, el principal financista de la “revolución socialista del siglo XXI”. Con lo que, por cierto, también lo es de Cuba.
Aunque el predecesor de Maduro soñó con eso, China nunca ha estado ni cerca de reemplazar a Estados Unidos como el principal destino del petróleo venezolano. Entre otras razones, por cuestiones de geografía. Un despacho de crudo desde Venezuela tarda tres días en llegar a un cliente en Texas o Luisiana. Al Mar Amarillo o Shanghái tarda 40 días. La mayoría de las refinerías diseñadas para procesar ese petróleo están en el territorio de Estados Unidos. Los proyectos desde hace una década para construir una refinería en China se quedaron en eso, en proyectos.
En 2016 más de 700.000 barriles diarios de crudo venezolano se exportaron hacia Estados Unidos, un 30% de la producción de entonces. Hoy ese porcentaje es mayor, porque pese a estar cayendo la producción PDVSA prioriza ese destino por ser el que paga puntualmente a los precios del mercado internacional sin descuentos. Lo contrario de China, a la que el petróleo que le envía ha sido para cancelar deudas.
Tan controversial en otros aspectos, lo cierto es que la política de Donald Trump hacia el régimen de Nicolás Maduro ha sido sorprendentemente prudente. Ha dejado que el protagonismo de la presión política lo lleven las grandes democracias latinoamericanas por medio del Grupo de Lima.
No ha usado el arma de bloquear la compra de petróleo venezolano. Esto probablemente por razones de orden interno, pues las refinerías que lo procesan están ubicadas en estados dominados hoy por los republicanos. Hacerlo afectaría puestos de trabajo. A medida que se acercan las elecciones de mitad de período para el Congreso de EEUU esa posibilidad se aleja.
Sí lo ha hecho, sin embargo, para exportaciones de Estados Unidos de productos refinados o de petróleo crudo que se usan para mezclar y mejorar el venezolano.
La influencia de Cuba
No obstante, Venezuela depende más económicamente de Estados Unidos que Estados Unidos de Venezuela. Nicolás Maduro, que sabe esto, necesita llegar a algún tipo de entendimiento con quien despacha en la Casa Blanca si quiere estabilizarse en el poder o incluso para no limitar sus opciones personales.
Para lo primero requiere recuperar la industria petrolera. Dentro del régimen chavista-madurista se ha llegado a la conclusión de que esto no es posible sin mejorar la condiciones de inversión para las grandes transnacionales, entre ellas las norteamericanas. Así lo acaba de reconocer David Paravisini, miembro de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) y muy crítico de la política de apertura petrolera que se desarrolló en los años 90 y que Chávez interrumpió.
De modo que es muy factible que sean los cubanos quienes, valiéndose de su influencia directa sobre Maduro, estén empujando este acercamiento
En una entrevista radial Paravisini aseguró: “A las empresas mixtas incluso se les pueden mejorar las condiciones… Hay que tener en cuenta la situación económica del país, necesitas inversiones para recuperar la producción”. Para eso Maduro requiere que Estados Unidos levante las sanciones que las Administraciones de Barack Obama y Trump han aplicado a funcionarios de su gobierno, así como a ciertas operaciones financieras del Estado venezolano.
Al considerarse el manejo dentro de Venezuela nunca debe pasarse por alto la influencia de Cuba. Si Maduro cae, con lo que el suministro petrolero venezolano se interrumpiría, eso puede arrastrar al régimen de La Habana o crear otra crisis de balseros en las costas de Florida. De hecho no es coincidencia la disminución de los despachos de petróleo de PDVSA y el reciente agravamiento económico en Cuba (Leer más: Si cae Venezuela, caen Cuba y la izquierda latinoamericana).
Para Raúl Castro, primer secretario del Partido Comunista, y Miguel Díaz-Canel, presidente del Consejo de Estado y de Ministros, el petróleo venezolano es fundamental. Ante eso no hay ideología que valga.
De modo que es muy factible que sean los cubanos quienes, valiéndose de su influencia directa sobre Maduro, estén empujando este acercamiento. La política suele tener estos inesperados caminos.
Por otro lado, mientras Maduro mantiene esos contactos con el enemigo, y no cesa de agitar la bandera del antiimperialismo, la embajadora de Estados Unidos ante Naciones Unidas, Nikki Haley, lanza un durísimo ataque contra Diosdado Cabello, segundo hombre del régimen. Por vez primera un alto representante de la Administración norteamericana lo acusa directamente de narcotraficante. Algo grave que, no obstante, recuerda que ningún régimen es monolítico. ¿Un trato para Maduro y otro para Cabello?
Tal vez los editorialistas de The New York Times, por ejemplo, deberían considerar que en Latinoamérica en general, y en esta crisis venezolana en particular, las cosas no son como parecen a primera vista.