Pedro Benítez (ALN).-. En un orden de escala creciente, fomentar el miedo al otro, el odio al extraño, el rechazo irracional a los extranjeros, al inmigrante, ha demostrado ser una estrategia política eficaz. Siniestramente eficaz. Esa es la política que el Gobierno del primer ministro de Trinidad y Tobago, Keith Rowley, tiene hacia los migrantes y refugiados venezolanos.
La tragedia ocurrida el pasado 5 de febrero, cuando un bebé de un año y cuatro meses de edad falleció en brazos de su madre víctima de las balas disparadas por autoridades migratorias trinitenses contra una lancha en la que viajaban con otros 17 venezolanos, no fue un accidente. Ocurre en un contexto promovido deliberadamente por las autoridades de ese país que han decidido disuadir por cualquier medio a la migración venezolana.
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En noviembre de 2020, violando las más elementales normas y acuerdos internacionales que intentan proteger a migrantes y refugiados, funcionarios del Gobierno del señor Rowley deportaron en condiciones de extrema precariedad a 16 niños venezolanos, incluyendo a un bebe de cuatro meses. Según trascendió en aquella ocasión, los menores permanecieron retenidos durante tres días antes de su expulsión por parte de las fuerzas de seguridad pese a que había una orden judicial en contra.
El hecho provocó un llamado de atención por parte de la Comisión Interamericana de DDHH, que expresó su preocupación por la deportación y recordó que el Gobierno de Trinidad y Tobago es signatario de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y la Convención sobre Refugiados que protege a migrantes y refugiados contra ese tipo de procedimientos.
Sin embargo, aquella arbitrariedad se sumó a las múltiples quejas y denuncias acerca de todo tipo de maltratos, abusos, e incluso crímenes, que se han cometido contra venezolanos en ese país, que, junto con las islas de Aruba y Curazao, territorios autónomos de los Países Bajos en el Caribe, son, entre todos los vecinos de Venezuela, los que tienen el trato más hostil hacia migración venezolana.
En el caso de estos últimos se ha llegado a tomar medidas para restringir drásticamente el ingreso de personas con pasaporte venezolano, así sea de tránsito.
Mano dura de cara al electorado
Primer ministro desde 2015, Keith Rowley tuvo un altercado con la representación de la Organización de Naciones Unidas (ONU) cuando desde este organismo se criticó otra deportación de 82 venezolanos ocurrida en 2018, pese a que varios de ellos tenían solicitud de asilo ante su Gobierno. En aquella ocasión Rowley afirmó que: “…no permitiremos que los voceros de la ONU nos conviertan en un campo de refugiados”.
Pudo haber solicitado asistencia internacional, haber planteado la crisis migratoria venezolana ante organismos internacionales y/o haber presionado al Gobierno de Nicolás Maduro. Pero como han hecho otros gobernantes y políticos en otras partes del mundo, en tiempos pasados y en el presente, Rowley optó por la vía fácil de exhibir mano dura ante su electorado que, entre otros gestos, ha incluido deportación de niños venezolanos.
Es de presumir que ello le ayudó a revalidar por estrecho margen su cargo en las elecciones de 2020.
Según la Agencia para los Refugiados de la ONU (ACNUR), 40.000 venezolanos vivían de manera permanente en la isla de Trinidad a finales de 2019. En cifras relativas y absolutas es un número pequeño para un país de 1.3 millones de habitantes, en particular comparado con los 37 mil venezolanos que antes de empezar la pandemia cruzaban todos los días hacia Colombia por el puente Simón Bolívar, principal paso fronterizo entre las dos naciones. Y más aún si se toma en cuenta que, según los datos de ACNUR, más de dos tercios de todas las personas refugiadas y desplazadas en el mundo entero proceden de sólo cinco países. Uno de ellos es Venezuela.
Ese organismo cifra en más de 6 millones los venezolanos en condición de refugiados y migrantes en todo el mundo, y en más de 950 mil los que han solicitado asilo en diversos países. La mayoría, 4.9 millones, se han trasladado a América Latina y el Caribe.
Venezuela, antiguo receptor de migración
Resulta sorprendente y revelador constatar que en 2015 había casi 700 mil venezolanos establecidos en el exterior (48 mil en Colombia y 90 mil en el resto de Suramérica). Nunca antes había ocurrido un proceso migratorio de tales dimensiones en tan poco espacio de tiempo en el continente americano.
Como se podrá apreciar el impacto en Trinidad y Tobago de esta desbandada humana ha sido mínimo. Pero también es una muestra del dramático cambio en la relación de Venezuela con sus vecinos, en particular con estas islas del Caribe.
Venezuela fue desde fines del siglo XIX el principal receptor de su migración cuando miles de trinitarios se establecieron en la población de El Callao atraídos por sus minas de oro. Desde entonces, quedó establecida una comunidad que dejó su legado cultural en esa región de la Guayana venezolana que siguió atrayendo trinitarios todo el siglo XX.
No obstante, el Gobierno de ese país ha decidido explotar ese poderoso sentimiento que es el miedo. Porque lo cierto del caso es que Trinidad y Tobago, así como Aruba, Curazao y Guyana, siempre han tenido temor de ser absorbidos por Venezuela.
Por mucho tiempo, y aun cuando hoy parezca inverosímil, por la otrora próspera, potente y saudita Venezuela. Ahora por su masivo movimiento poblacional.
El asesinato de un niño por parte de la guardia costera de Trinidad es el recordatorio de que Venezuela sigue “exportando” su crisis social. Todavía hoy, en medio de una aparente estabilización económica, hay decenas, centenas o quizás miles de venezolanos que siguen buscando desesperadamente salir del país.
¿Y la política de Maduro con los migrantes?
Pero si el gobierno de Keith Rowley tiene una perversa política ante los migrantes y refugiados venezolanos, el de Venezuela, por su lado, no tiene ninguna. En este caso su perversidad es de otro signo, el de la negación.
En el discurso o relato oficial esa crisis humana no existe. Es otra invención de sus enemigos y los que han abandonado el país lo han hecho bajo engaño. La esquizofrenia política ha llegado a estos niveles.
El chavismo/madurismo no puede admitir esa realidad y tampoco tiene muchos deseos de entrar en conflicto con ese grupo de estados/islas a las que intentó convertir en clientes por medio del hoy olvidado Petrocaribe. Ese gigantesco subsidio petrolero sirvió en su día para comprar voluntades y votos en la OEA de las islas del Caribe anglófono, pero no para mover hoy la más elemental solidaridad humana hacia los venezolanos. Si bien es cierto que Trinidad y Tobago no fue parte de ese acuerdo, la comunidad lingüística de la que es sí es parte (el CARICOM), que se benefició largamente de los miles de barriles de petróleo subsidiado venezolano, no ha tenido siquiera un gesto hacia la crisis humanitaria venezolana. Por el contrario, no ha perdido oportunidad de darle respaldo a Guyana y a Trinidad y Tobago en cualquier disputa con Venezuela.
Así es la condición humana y en eso consiste la gratitud en las relaciones internacionales. En particular cuando se pretenden comprar.