Leopoldo Martínez Nucete (ALN).- La estrategia de Trump está signada por el populismo electoral nacionalista y chauvinista. Piensa que su sobrevivencia política y el avance de su regresiva y reaccionaria propuesta, dependen de mantener altamente movilizada a la base social que arrojó el resultado electoral de 2016, comenzando con las elecciones legislativas de mitad de período que serán el próximo noviembre, y en las que ya asoma una marea de votos por el Partido Demócrata.
Son muchas las tensiones que vive la sociedad estadounidense desde la elección de Donald Trump como presidente. El ataque xenófobo contra los inmigrantes, particularmente contra los latinos, y cuyo peor rostro es la inhumana detención y separación de padres e hijos menores que piden asilo en la frontera de los EEUU, huyendo de la violencia en Centroamérica. La regresión social planteada en materia de derechos civiles y sociales: desde el desmontaje del sistema de seguridad sanitaria adelantado por la administración Obama, hasta el empoderamiento con su retórica de grupos francamente racistas o discriminatorios contra las mujeres, la población afroamericana y el colectivo LGBTI. El ataque sistemático contra los medios de comunicación social, y su afán por desacreditar y socavar el poder constitucional de toda forma institucional de control sobre la Presidencia, incluyendo la obstrucción al trabajo del aparato investigativo del Departamento de Justicia o el de los órganos de inteligencia. Y como si todo esto fuera poco, en lo económico e internacional, la absurda idea de la guerra comercial contra China, México, Canadá y Europa; el desconcertante repudio al Acuerdo de París en materia ecológica y contra el cambio climático, y las provocaciones dentro del sistema de seguridad y acuerdos de la OTAN.
El escándalo y la conflictividad caracterizan al gobierno de Trump, porque ese es un guion típico de los populismos extremistas (de derecha o izquierda) que socavan (o amenazan) a las democracias contemporáneas. Trump ganó la Presidencia y el control de ambas cámaras legislativas sin una mayoría del voto popular a nivel nacional.
El escándalo y la conflictividad caracterizan al gobierno de Trump porque ese es un guion típico de los populismos extremistas
Lo primero, bajo el complejo y peculiar sistema de los colegios electorales de los EEUU. Y lo segundo, particularmente la cámara de diputados, rentabilizando el voto a través del complejo entramado del “gerrymandering” que caracteriza a los distritos electorales en el sistema electoral estadounidense, bajo prácticas impuestas desde las legislaturas estatales controladas por el partido republicano en buena parte de los estados de la federación, con ese mismo recurso de los distritos manipulados desde hace más de dos décadas.
La estrategia de Trump está signada por el populismo electoral nacionalista y chauvinista. Piensa que su sobrevivencia política y el avance de su regresiva y reaccionaria propuesta, dependen de mantener altamente movilizada a la base social que arrojó el resultado electoral del 2016, comenzando con las elecciones de legislativas de mitad de período que serán el próximo noviembre, y en las que ya asoma una marea de votos por el Partido Demócrata.
Pero Trump no confronta solamente la oposición del Partido Demócrata y el enorme movimiento social de una mayoría que va más allá de aquella que se expresó en el voto popular en su contra en el 2016 (pues el factor abstención de muchos sectores, incluidos los jóvenes, fue parte de la fórmula de su éxito electoral en dichas elecciones). Trump también tiene problemas en su partido, donde hay factores de poder que operan abiertamente en su contra: los hermanos Bush, los poderosos senadores John McCain, Jeff Flake y Bob Corker, y con más prudencia por su actual aspiración al Senado en noviembre, el excandidato presidencial Mitt Romney.
Sin embargo, Trump intenta navegar esa turbulencia haciendo tres concesiones incondicionales a un extremo poderoso de un partido cuyo ADN ha cambiado mucho desde que lo fundó Abraham Lincoln. Tanto, que el exlíder conservador de la Cámara de Representantes John Boehner declaró recientemente que ya el partido republicano que él conocía no existe, y que sólo existía el partido de Trump. Las tres concesiones que hace Trump al republicanismo de nuevo cuño son:
– Primero: una agenda totalmente favorable para quienes promueven los intereses de las grandes corporaciones y fortunas más abultadas del país (entre otros temas en el ámbito tributario y ambiental).
– Segundo: una subordinación absoluta a la agenda del “National Rifle Association”, organización que defiende el absurdo modelo legislativo que no solamente permite comprar y portar hasta un rifle de guerra sin control alguno, sino que incluso facilita que un menor de edad compre una escopeta con menos obstáculos y restricciones que una cerveza, una caja de cigarrillos o un boleto de lotería.
– Y tercero: la entrega incondicional ante los sectores que promueven el control del poder judicial federal por jueces absolutamente comprometidos con la agenda de los grupos más conservadores en lo religioso y lo social. Hasta la fecha se han propuesto (y en casos nombrado) decenas de jueces federales con ese perfil, y ahora la coyuntura histórica le ha ofrecido una segunda oportunidad al más alto nivel con el nombramiento de magistrados de la Corte Suprema de Justicia. La primera apenas asumiendo la presidencia, luego del boicot republicano al nominado por el presidente Obama tras el prematuro e inesperado fallecimiento del magistrado Antonin Scalia; y ahora, por la inesperada renuncia del moderado magistrado Anthony Kennedy.
Este último aspecto de su estrategia es fundamental para todo lo que se propone, y es quizás la razón que permitió a Trump galvanizar el voto republicano al cierre de la elección de 2016, a pesar de los escándalos y la resistencia de muchas voces influyentes en su partido. Pero en su afán esconde una carta expuesta esta semana con la designación de su candidato a ocupar la silla de Kennedy en la Corte Suprema.
Hay factores de poder en el Partido Republicano que operan abiertamente en contra de Trump: los hermanos Bush y los poderosos senadores McCain, Flake y Corker
El juez Brett Kavanaugh, nominado por Trump, no sólo tiene un férreo compromiso con la derecha más conservadora, sino que escribió un trabajo académico en el cual expuso que el sistema Constitucional de los EEUU le permite al presidente clausurar a través del Secretario de Justicia cualquier investigación judicial, incluso una que se adelante en su contra por la vía de un Fiscal Especial, llegando a expresar simpatía por una legislación que otorgue total inmunidad al presidente mientras ejerza el cargo.
En pocas palabras, este magistrado que propone Trump, más allá de muy conservador, no vería con malos ojos la destitución del fiscal Robert Mueller que investiga el Russian-Gate y otros escándalos que penden sobre Trump, alejando la posibilidad de su “allanamiento” (impeachment).
Si algo define y caracteriza la era Trump no son sólo el escándalo, el obsceno populismo y la polarización, sino muy especialmente su planteamiento y vocación francamente regresivo y antidemocrático.