Pedro Benítez (ALN).-Según las previsiones estratégicas del chavismo gobernante (léase, el gobierno de Nicolas Maduro) a estas alturas la oposición venezolana debería haber volado por los aires. Víctima de sus contradicciones y fracasos, presa de sus rencillas y egoísmos, en medio de reproches mutuos, era de esperar que a estas alturas sus dirigentes estuvieran dando un nuevo espectáculo de canibalismo político. Por un lado, disputando sobre quién sería (y cómo elegir) el candidato más aceptable al Partido/Estado para ir a una competencia electoral muy desigual. Por el otro, a la amplia favorita de todas las encuestas exigiendo “condiciones electorales” como coartada para llamar nuevamente a la abstención.
En un contexto de negociación con la Casa Blanca; con las licencias petroleras dando un modesto, pero nada desdeñable aporte a las finanzas públicas (sin las cuales el PSUV no sabe ganar una elección); más dos o tres candidaturas paralelas llevando su granito de arena a la división de unos partidos opositores desprestigiados; la re-reelección presidencial debería tener el camino abierto sin necesidad de repetir la impresentable maniobra de Daniel Ortega en Nicaragua. El escenario 2018 pero sin Donald Trump y con perspectivas económicas “positivas”. Para resumir apretadamente, este es (o era) el plan de Maduro y Jorge Rodríguez.
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Pero las cosas nunca salen como se planifican. María Corina Machado ha cambiado el juego. Sorprendiendo a propios y extraños, y para amargura de otros, viene haciendo todo lo contrario de lo se esperaba que hiciera. Sin abandonar el característico tono retador que tiene al sector más movilizado de la base opositora enganchado con ella, parece decidida a no dar excusa alguna que se use de pretexto para impedirle inscribir su candidatura presidencial. Si tenía que ir al TSJ que ha avalado todos los despropósitos autoritarios del chavismo, pues fue. El tortuoso camino a Miraflores pasa por tragarse todos los sapos y ruedas de molino que sean necesarios.
El mensaje de María Corina Machado
Quince días después, el primero del año, sin perder el tiempo (otra de sus virtudes personales), lanza un mensaje donde admite que es parte de una “compleja negociación con el régimen”; ofrece entre líneas una “transición pacífica y ordenada”; y llama a organizarse para votar y defender el voto.
No falta quien le recrimine que en otra época y en otra posición estaría exigiendo condiciones electorales suizas. Eso es cierto, pero hoy es irrelevante. A propósito del fallecimiento de Henry Kissinger, el profesor Aníbal Romero recordaba una de las frases preferidas del personaje: “sentido de las proporciones”. Y agregaba, que ese es el rasgo “que distingue a un estadista superior” del profeta o del político manipulador. María Corina Machado está enviando señales de que es capaz de llegar a ese nivel de exigencia.
¿Otro opositor?
En este punto cabe preguntarse qué otro dirigente opositor venezolano podría, a estas alturas, tener suficiente capital político para pagar el costo de intentar transar abiertamente con Maduro su participación en las elecciones, sin que nada esté seguro. Sabemos la respuesta; desde las redes sociales lo estarían moliendo. Pero con ella es distinto; ha dejado huérfano a todo el radicalismo antichavista comecandela. Solo dos o tres cuentas X aisladamente gimen con acritud la traición de su otrora reina. Sin repercusión alguna.
Desde el filo chavismo, donde se ha refinado el arte de la hipocresía, se le acusa de lo mismo que ese sector practica. También se le atribuye un supuesto macabro propósito desestabilizador, escondido detrás de su estrategia electoral. Si esto fuera cierto, sería un plan muy estúpido. La carta ganadora de María Corina (en realidad la única que tiene) es su capacidad para acorralar electoralmente a Maduro. Juega con la necesidad que este tiene, al parecer ineludible, de una elección presidencial que lo legitime ante su propia gente, ante la FANB (pequeño detalle) y ante la comunidad internacional. “Nadie nos sacará de la ruta electoral; ahora la pelota está del lado de Maduro”, afirmó cuando inesperadamente fue al TSJ. Un toque entre home y tercera que dejó al pitcher con la bola en la mano.
Pese a todo lo ocurrido (incluyendo la Constituyente de 2017) Maduro no se ha atrevido a eludir el rito electoral. Lo puede hacer, juega con eso; escalar el conflicto con Guyana apunta hacia allá. Pero suspender la elección presidencial de 2024 sería para el chavismo entrar al terreno de lo desconocido y uno nunca sabe.
María Corina hace lo lógico
María Corina hace lo lógico, sabe que tiene la elección presidencial en el bolsillo. Su situación es como alguien que tenga un cheque de un millón de dólares en su poder buscando cómo cobrarlo. El inconveniente es que en la taquilla del banco se encuentra Maduro.
En el complicado pero inevitable juego del equilibrismo político tiene que evitar desdibujarse. Nada fácil. Este es un aspecto que otros candidatos presidenciales opositores nunca comprendieron. Creyeron que podían ganarse el favor popular mimetizándose con el chavismo. Siendo una versión light del ex comandante/presidente. Olvidaron que Venezuela es (para bien y para mal) un país Caribe. El militar golpista devenido en aspirante presidencial en 1998 ofreció un cambio radical, pero en paz. Luego de dos décadas de fracasos económicos de la alternancia adeco/copeyana era lógico que los venezolanos de 1998 quisieran un cambio. No una versión gris, descolorida, confusa de lo mismo que rechazaban.
De manera parecida, aunque mucho más dramática (después de todo un cuarto de siglo en manos del chavismo ha resultado catastrófico), es más que comprensible que los venezolanos del 2024 ansíen intensamente un cambio total. Aun en condiciones normales (y las de Venezuela hoy no lo son) sería el clásico cambio de ciclo político. La ley del péndulo.
Capitalizó la contrarrevolución
En ese sentido, María Corina Machado ha capitalizado la contrarrevolución que propició el chavismo. Paradójico que no haya habido revolución alguna en el país, pero ese es otro asunto. Viene de donde viene y no pide perdón por eso. Representa todo lo contrario del grupo en el poder. Precisamente, uno de sus atractivos para el elector venezolano promedio es ese. Además, nunca le ha dado tregua al gobierno y no se le asocia con los fracasos opositores.
Señalar que un cambio no es necesariamente bueno en sí mismo para una sociedad (los ejemplos sobran) es un gesto de sabiduría políticamente ineficaz. De nada vale si no se presenta una alternativa mejor o más atractiva. Hoy por hoy en Venezuela no hay una alternativa electoral al chavismo más potente que la de María Corina. Pero de lejos. Ninguno de sus críticos tiene la capacidad de convocatoria que ella tiene. Esa es la verdad cruda y evidente.
Eso, como todo en la vida, puede cambiar, pero nadie sabe ni cuándo, ni cómo, ni a favor de quién. El momento y la oportunidad juegan a su favor.
Desde Miraflores han apostado que el efecto de la primaria del 22 de octubre, así como el liderazgo de María Corina, se vayan diluyendo a medida que pasen las semanas. Eso no ha ocurrido y no parece que vaya a ocurrir. Ella viene saltando las trampas.
Por el contrario, todo empuja a Maduro hacia su dilema estratégico: si no permite que la amplia favorita en las encuestas sea candidata, no tendrá una elección “presentable” que exhibir. Sin votos solo se puede mantener en el poder por las balas. Más represión. Eso es persistir en el aislamiento internacional y postergar la posibilidad de levantar las sanciones personales. Si por el contrario deja que María Corina sea candidata presidencial todo el mundo sabe que la elección será un mero trámite.
De modo que la única alternativa viable y racional es la que ha sido impensable, la negociación entre la poseedora del cheque y el dueño de la taquilla.