Pedro Benítez (ALN).- Tal como se había previsto y a medida que se acerca el 28 de julio, las amenazas, acciones represivas y rumores contra el normal desenvolvimiento (en lo que cabe) de la elección presidencial en Venezuela se intensifican. Bien sea la posposición del proceso o la invalidación de la tarjeta de la MUD. Estas dos posibilidades ya se nos presentan como espadas de Damocles desenvainadas por medio de dos solicitudes formales elevadas ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).
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No hay que ser muy agudo, o estar muy bien informado de los detalles de la política venezolana, para que saber que la razón de fondo de tales maniobras no son otras que el convencimiento por parte de Nicolás Maduro, y su equipo más inmediato, de la inevitable derrota que les espera ante Edmundo González Urrutia, principal favorito según las encuestas más reconocidas del país. Al respecto, varios factores de la opinión pública han efectuado un planteamiento que podemos resumir en la siguiente pregunta: ¿Y si antes del 28 de julio se le ofrece a Maduro, desde la candidatura opositora, una serie de garantías que le “bajen los costos de salida” a fin de asegurar la realización del evento electoral y una posterior entrega del Gobierno de manera pacífica y ordenada? En ese sentido el economista y profesor Víctor Álvarez ha venido difundiendo una propuesta bastante seria y detallada que ha denominado Pacto de Convivencia Pacífica que vale la pena leer. La misma contiene una serie de propuestas muy sensatas (que tarde o temprano el país tendrá que asumir) orientadas a evitar que la venidera elección presidencial se convierta en “una capitulación incondicional” por parte del derrotado (en este caso Maduro). El nudo gordiano que esa propuesta pretende resolver consiste en una cuestión a primera vista muy elemental: si para Maduro perder la elección presidencial implica ir preso, pues lógicamente usará su control sobre el TSJ y el CNE para no permitir esos comicios o sacar del juego a Edmundo González o a cualquier otro candidato que lo pueda derrotar ese día. Luce bastante elemental. Por lo tanto, es a la candidatura opositora a quien más le interesaría plantear ese pacto para que el acorralado tenga un puente de plata como salida.
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La propuesta
No obstante, sin descartar que ya se haya hecho (o se esté negociando) por canales discretos, tal propuesta tiene un inconveniente que se expresa en dos dimensiones; una de carácter táctico inmediato y otra más profunda referida al desarrollo y naturaleza del chavismo como movimiento político. En primer lugar, reunirse mañana o este fin de semana con González Urrutia en el Palacio de Miraflores o difundir imágenes de los dos alimentado guacharacas en la residencia presidencial de La Casona, implicaría para Maduro reconocer que va a perder la elección presidencial. Y eso, lógicamente, no lo va hacer. Vamos a detenernos un instante en las implicaciones de ese contrafactual. En las actuales circunstancias, si tal encuentro se diera sería la mejor noticia que Venezuela podría tener (sin necesidad que los dos llegarán a ningún acuerdo). Un choque de optimismo recibiría el país ante la eventualidad de que la elección y el traspaso de gobierno se efectuará de manera ordenada y civilizada. Por sí solo tendría un impacto económico extremadamente positivo. Sin embargo, en cualquier democracia del mundo eso sería innecesario puesto que ya habría reglas previamente acordadas y aceptadas que aseguren esa transición de mando. Lamentable esa no es la situación de Venezuela, puesto que la “revolución” chavista se dedicó durante un cuarto de siglo a precisamente desmontar cualquier posibilidad de alternancia pacífica en el ejercicio del poder público. Esta es la segunda dimensión de la cuestión planteada, la naturaleza autoritaria que alberga el chavismo. Para más detalles ilustrativos recomendamos seguir la edición semanal del programa que presenta y anima el segundo vicepresidente del oficialista PSUV, quien no deja pasar la ocasión para recordar que el instaurador del movimiento, el ex comandante/presidente, lo hizo con un sentido mesiánico de perpetuidad. Desde ese espacio se hace eco interesadamente de un planteamiento (no formulado, por cierto, por el profesor Álvarez) según el cual el principal obstáculo al eventual reconocimiento de la victoria electoral opositora es el liderazgo de María Corina Machado. Esa coartada afirma que detrás de la victoria de Edmundo González se encontraría ella, quien tendría el poder con el cual perseguiría al chavismo.
El triunfo electoral de Edmundo González
Pues bien, esa es una falacia. El triunfo electoral de Edmundo González implicaría una victoria gigantesca para el campo democrático, sería un paso importantísimo, pero solo un paso. Si las cosas salen tal como están planteadas al momento de escribir esta nota, él recibiría el Gobierno, más no todo el poder. El chavismo seguiría controlando el TSJ, la Asamblea Nacional, 18 gobernaciones de estado, más de 200 alcaldías, el CNE, la Fiscalía, mientras se mantendría presente en las estructuras de un Estado que ha manejado como de su propiedad por más de dos décadas. Si luego del 28 de julio, desde esos espacios de poder, se opta por facilitarle las cosas al nuevo mandatario o por el contrario recibirlo con un cuchillo en los dientes ya se verá. Pero la cuestión es que ni Edmundo González, ni María Corina Machado, van a tener el poder de perseguir a nadie. Tener lo anterior muy presente será fundamental para el nuevo Gobierno. Las cuentas sobre la realidad del poder en Venezuela hay que sacarlas muy bien. De modo que estaríamos en una situación similar a la Asamblea2015, pero con un detalle (no menor) de diferencia: el chavismo gobernante perdería la jefatura que ha ejercido Maduro. Uno de sus problemas consistiría en determinar qué hacer con él y quién sería el nuevo jefe del movimiento. Sin embargo, y con esa perspectiva por delante, hay que decir que el problema político central en Venezuela hoy es que Maduro no se plantea perder las elecciones ni entregar el Gobierno. Si lo hace no será porque quiera, sino porque no puede.
María Corina y Maduro
Por lo tanto, María Corina Machado es el pretexto, el deseo de Maduro de perpetuarse en el poder es el problema. Aferrarse a la silla presidencial manipulando el presupuesto público, las instituciones y las constituciones ha sido un mal que ha envenenado la política hispanoamericana desde la Independencia y que le ha acarreado una serie de males innecesarios a esta parte del mundo. Esta trampa se pudo haber evitado en Venezuela de haberse acatado la decisión del soberano expresada en consulta popular de diciembre de 2007 que negó la reelección presidencial indefinida. Al nuevo Gobierno y a las fuerzas democráticas les tocará ir desmontando con prudencia, paciencia y sabiduría la maraña institucional tejida por el autoritarismo. Allí es cuando más que nunca será pertinente un pacto de convivencia pacífica como el citado más arriba. @PedroBenitezf