Rafael Alba (ALN).- Magnus Media, la compañía de management del cantante puertorriqueño, ficha a la estrella cubana Cimafunk, justo cuando EEUU vuelve a aumentar las restricciones a los artistas isleños. Hace dos años, el músico criticó con dureza en las redes sociales al presidente por su falta de empatía con las víctimas del huracán María que había devastado Puerto Rico.
El crooner neoyorquino, de padres puertorriqueños, Marc Anthony, tan famoso por sus canciones como por haber estado casado una década con la diva Jennifer Lopez, ha sido uno de los artistas latinos más críticos con Donald Trump, el presidente de EEUU, con quien ha llegado a enfrentarse públicamente en las redes sociales sin que le temblara el pulso. Algunos de ustedes quizá recuerde aquel famoso tuit que el cantante publicó en septiembre de 2017 en el que decía textualmente: “Señor presidente, cierre la maldita boca sobre la NFL. Haga algo por la gente necesitada en Puerto Rico. Nosotros somos ciudadanos americanos también”. Con estas duras palabras Anthony reprochaba a Trump su falta de sensibilidad para con las víctimas y los destrozos que había producido el huracán María en la tierra de origen de su familia y la excesiva preocupación que demostraba por las protestas contra la violencia racial que llevaron a cabo en aquel tiempo algunos jugadores de la gran liga de fútbol americano que se arrodillaban simbólicamente cuando sonaba el himno nacional.
Aquel gesto, al parecer, sacaba de quicio al belicoso político y magnate que ejerce ahora de inquilino en la Casa Blanca, que tuiteó más de 17 veces sobre el asunto en un solo fin de semana. Un momento especialmente duro para Puerto Rico, cuya población lidiaba contra el devastador efecto de un fenómeno natural que provocó más de 2.900 muertos en aquel territorio y generó una situación de emergencia humanitaria sin precedentes en el país. Y la fijación de Trump con la presunta falta de patriotismo de los deportistas resultó ser demasiada para un Anthony de cuyas posiciones políticas nunca hemos tenido demasiadas noticias, pero que terminó por estallar ante la escasa empatía demostrada hacia los problemas de Puerto Rico por el político republicano. Un genuino representante de la aristocracia WASP (blancos-anglosajones y protestantes, por sus siglas en inglés), muy beligerante con los americanos de etnias diferentes, bajo cuya presidencia, y de forma paradójica, se está produciendo un esplendor sin precedentes en EEUU, de la música latina y cantada en castellano.
Una pujanza con la que Anthony tiene algo que ver, por cierto, como explicaremos luego, y que no sabemos si molestará o no a un Trump cuyos gustos musicales parecen orientarse más hacia otros sonidos un tanto alejados de la exuberancia rítmica y las cadencias tropicales que triunfan en el mundo hoy por hoy. Lo que sí sabemos es que en estos días, el cantante ha vuelto a demostrar lo alejado que se encuentra de los postulados del líder republicano en otros asuntos sensibles como la decisión adoptada por este de poner fin a la política de deshielo hacia Cuba que había puesto en marcha su antecesor en el cargo, el demócrata Barack Obama, y de la que se beneficiaron mucho los músicos de la isla, cuyas posibilidades de girar y actuar libremente por EEUU en los últimos años habían ampliado de forma sustancial la proyección internacional de su trabajo y la rentabilidad de su negocio. Y lo cierto es que les iba muy bien. Porque incluso en los últimos años, las medidas adoptadas para endurecer el embargo y terminar con los crecientes intercambios turísticos bilaterales que empezaban a producirse, no habían afectado todavía a los artistas. Hasta ahora.
El alcalde de Miami contra los músicos cubanos
Hace poco más de un mes la situación cambió radicalmente, en un giro del destino, que amenaza con volver a situar las relaciones culturales entre ambos países en el estado de bloqueo y congelación total que se encontraba en los últimos años del siglo XX, antes de que la presión de los intelectuales estadounidenses, y de las omnipotentes majors de Hollywood, forzara una suerte de excepción cultural al embargo que facilitó las cosas. A principios de junio, la Administración Trump aprobó un nuevo grupo de medidas para imponer nuevas restricciones a los viajes de los estadounidenses a Cuba. La flamante legislación prohíbe de manera expresa los intercambios culturales y los viajes educativos conocidos con el sobrenombre de people to people. También impide a los cruceros, los yates o los barcos de pesca atracar en los puertos de la isla. Un buen golpe para una industria que empezaba a florecer, como decíamos antes. Y, además, y aquí es donde llega la peor noticia de todas para los músicos cubanos, endurece sustancialmente los requisitos para permitir la entrada en el territorio estadounidense de los artistas de la mayor de las Antillas.
Una situación que aún puede complicarse más en Miami, porque el alcalde de esta ciudad, el republicano Francis Suárez, impulsa ahora una ley local que pretende erradicar lo que él llama “el intercambio cultural unilateral”. Básicamente quiere prohibir que los músicos cubanos actúen en la ciudad, mientras los artistas que representan al exilio anticastrista, sigan sin poder presentarse en directo ante el público de Puerto Rico. Si lo consigue, tal vez volverían a vivirse en esta población escenas del pasado como las que se produjeron en 1999, cuando la orquesta cubana de salsa Van Van actuó en el Miami Arena, entre protestas callejeras impulsadas por los radicales. Unas imágenes que algunos habían dado por superadas ya, pero que pueden perfectamente volver a repetirse en este clima de regreso al pasado que parece haberse instalado, gracias a Trump, en esta controvertida ciudad del estado de Florida, donde la población cubana más joven parecía apostar por otras vías para impulsar la llegada de la democracia a Cuba. Fórmulas que incluían casi siempre el uso del negocio musical compartido como herramienta política.
Pues bien, justo en el momento en el que la temperatura del enfrentamiento entre las habituales facciones del exilio cubano, moderadas y radicales, parecía volver a subir, Marc Anthony ha regresado al centro del escenario y lo ha hecho con contundencia: aumentando su apuesta por la difusión de la música cubana en EEUU con el fichaje de Erick Iglesias Rodríguez, más conocido como Cimafunk, el artista cubano a quien algunos críticos califican ya como el James Brown de la mayor de las Antillas y que ahora forma parte de la escudería de Magnus Media, la empresa que dirigen Anthony y el reputado manager latino Michel Vega. Iglesias es un joven de 29 años que se ha convertido en la gran esperanza de quienes esperaban una contundente respuesta llegada de la isla hacia el dominio ejercido en los últimos tiempos por el reggaetón y otras músicas procedentes de Colombia y Puerto Rico en las pistas de baile estadounidenses. Cimafunk lo tiene todo para triunfar y antes del endurecimiento de las normas impulsado por la Administración Trump su nombre figuraba en la agenda de varios cazatalentos estadounidenses, que habían alucinado con su actuación en el último Festival SXSW, celebrado en Austin (Texas).
Gente de Zona
Pero el entusiasmo por este músico singular que reivindica en su nombre artístico a los cimarrones (esclavos rebeldes) y al funk ha decaído un poco entre los jefes de la música pop estadounidense ante la nueva actitud de la Administración Trump en este área. Con la excepción de Anthony y su socio, por supuesto. Para ellos no hay ningún problema en que, como sucede con casi todos los músicos alternativos que surgen en los últimos años en La Habana, la connivencia de algunos sectores del régimen haya sido fundamental para su desarrollo. Y eso, a pesar de que en Cimafunk no pueda detectarse un perfil político claro, ni ninguna declaración explícita de apoyo al régimen cubano presidido ahora por Miguel Díaz-Canel, el primer político externo a la familia Castro que manda en un país en el que el castrismo se mantiene vivo. Pero eso no le sitúa fuera de toda sospecha, sin embargo, porque Erik Iglesias contó, por ejemplo, con el apoyo de X Alfonso, un músico muy conocido en España por su participación como compositor en la banda sonora de la película Habana Blues, dirigida por Benito Zambrano. Y esas relaciones, consideradas peligrosas por algunos charlatanes de café que suelen hacer afirmaciones sin aportar pruebas, no le resultan beneficiosas ahora.
Y eso que sobre el supuesto benefactor de Cimafunk quizá se pueda afirmar con la misma ligereza una cosa y la contraria. Como buen artista independiente, X Alfonso ha pasado por momentos buenos y malos en su relación con las autoridades de Cuba, pero su éxito como empresario al impulsar y dirigir La Fábrica de Arte Cubano, un espectacular espacio cultural situado en El Vedado, un barrio habanero que ha vuelto a poner de moda, parece haberle servido como salvoconducto para ser el músico alternativo tolerado por un régimen que lo mismo que ha ignorado muchos de sus trabajos discográficos con dificultades para sonar en las emisoras oficiales fue capaz de condecorarle en 2017 con la Distinción por la Cultura Nacional, en una ceremonia presidida por el propio Díaz-Canel, cuando era vicepresidente. Una supuesta mancha en su historial, al menos desde el punto de vista de los exiliados más radicales residentes en Miami que le pone bajo sospecha tanto a él, como a muchos de los músicos alternativos con los que se le ha relacionado.
Pero las habladurías y el nuevo clima político no han influido sobre la decisión artística de Anthony que cuenta ahora en Magnus Media con una selección de artista latinos de gran impacto entre el público estadounidense y que confía en el potencial de Cimafunk. Al fin y al cabo, Trump no durará para siempre y, sin embargo, el público estadounidense parece cada vez más hambriento de música en castellano. Y para alcanzar el éxito siempre es necesario correr algunos riesgos. De modo que Erik Iglesias se ha integrado ya en un equipo ganador, en el que también figuran el propio Marc Anthony, su exmujer Jennifer Lopez y otros cubanos ilustres: Alexander Delgado y Randy Martínez, componentes del dúo Gente de Zona, famosos por el tema Bailando, compuesto a medias con Descemer Bueno y Enrique Iglesias. Un pegajoso hit que todos ellos convirtieron en éxito mundial en el verano de 2014 y que podría considerarse el inicio de la imparable ola latina, consolidada poco después por el Despacito de Luis Fonsi y Daddy Yankee. Y ahora quizá sea el turno de Cimafunk. O eso parece pensar un Marc Anthony que no está dispuesto a permitir que Donald Trump le marque el ritmo.