Pedro Benítez (ALN).- La trayectoria del tres veces gobernador del estado Zulia, Manuel Rosales, es (otra) demostración de que no hay muertos en política, al menos mientras se respire.
El otrora alcalde adeco de Maracaibo (1995-2000) sobrevivió al derrumbe de las instituciones del antiguo régimen, y bajo su liderazgo el Zulia se convirtió en la espina clavada en el costado del proyecto hegemónico del chavismo (2000-2013).
Esa fue la razón por la cual, en otra muestra del espíritu tolerante que le caracterizaba, el ex presidente Hugo Chávez le declaró la muerte política por allá en 2008. Poco importó que Rosales haya dado la mayor muestra opositora de compromiso con la democracia, en todo este cuarto de siglo, al reconocer la victoria electoral del titular aspirante a la reelección presidencial en diciembre de 2006. Al parecer, el retorno a la ruta electoral en aquella época por parte de la oposición no era una noticia bien recibida. Sin embargo, Rosales se las arregló para retener la gobernación del Zulia con la candidatura del Pablo Pérez, mientras él recuperaba la alcaldía marabina, por entonces en manos de un aliado del chavismo de cuyo nombre ya nadie se acuerda.
Probablemente dominado por la frustración y el orgullo herido porque la mayoría de los zulianos no se le entregaban, el ocupante de Miraflores decretó: “…vamos a ver quién dura más en el mapa político venezolano. ¡Te voy a barrer del mapa político venezolano!, desgraciado, bandido, hampón, mafioso, corrupto y ladrón… voy a meter preso a Manuel Rosales, lo voy a desaparecer del mapa político venezolano, a ese desgraciado lo meto preso”.
Pues bien, el ex comandante/presidente hoy no nos acompaña en el mundo de los vivos, mientras Manuel Rosales es, hasta nuevo aviso, el dirigente opositor más importante del país. Así como se lee. Ningún otro ocupa hoy un cargo de elección popular tan importante, ni está tan legitimado. Al menos por ahora.
Tomando en cuenta que fue el candidato presidencial opositor en 2006, dos veces gobernador del estado más importante y dos veces alcalde de la segunda ciudad del país, Rosales ha sido el principal perseguido político del chavismo. El régimen hizo todo lo que tuvo en sus manos (que fue bastante) para torcer la voluntad mayoritaria de electores zulianos y marabinos con tal de salir de él.
Estuvo exilado cinco años, preso otro más, e inhabilitado unos cuantos. La decisión de Juan Pablo Guanipa de no juramentarse ante la espuria Constituyente, luego de ganar la elección a la gobernación del estado en octubre de 2017, fue la oportunidad que la fortuna le brindó a Rosales de volver al ruedo electoral pues el chavismo necesitaba que él fuera candidato en la repetición de esos comicios. Perdió, pero obtuvo algo que muchos aspirantes presidenciales desean con intensidad hoy: la habilitación electoral.
Luego que Omar Prieto arrasará cual Atila a la región zuliana, Rosales retornó por tercera vez a la sede de la gobernación.
Es gobernador, tiene un partido (Un Nuevo Tiempo) registrado ante el CNE, es uno de los jefes del G4 y cualquier dirigente opositor que quiera llegar a algo a nivel nacional se tiene que entender con él; mientras que, desde el otro lado de la talanquera, el gobierno de Nicolás Maduro lo necesita. El amor y el interés fueron al campo un día…
No sabemos si será candidato presidencial el año que viene, pero podemos apostar que estará vivo para la siguiente batalla. Rosales es un sobreviviente. Detalle no menor si consideramos que el cuarto de siglo de hegemonía chavista ha sido una molienda de liderazgos opositores, desde Pedro Carmona y Carlos Ortega, pasando por Enrique Mendoza, hasta Juan Guaidó.
Para decirlo en términos que a los aficionados y estudiosos de las biografías y ciencias políticas les gusta usar, él es el zorro que evade las trampas.
María Corina Machado, en cambio, es todo lo contrario. Por su trayectoria, estilo y carácter. Independientemente de lo ocurra con ella siempre quedará en la memoria colectiva aquella sesión de la Asamblea Nacional (AN) en la que le restregó en la cara al líder del proceso que “expropiar es robar”.
Ha sido la rebelde de la oposición que nunca se ha sujetado a otra jefatura política que no sea ella misma, cuestionado siempre a todos. Ha vencido las resistencias, aunque no le ha faltado el cálculo cuando, por ejemplo, fue precandidata a diputada respaldada por UNT y Acción Democrática (AD) en la primaria que la MUD convocó por el circuito a la AN de Chacao/Baruta/El Hatillo/ Leoncio Martínez en 2010, derrotado a Carlos Vecchio, candidato de Henrique Capriles y Leopoldo López. Otro detalle histórico a tener en cuenta.
Desafiando varios de los más arraigados prejuicios de la política venezolana, que el poder ha abonado y regado con las aguas del odio social, tenazmente ha capitalizado (según nos indican las encuestas) esa contrarrevolución que el propio chavismo ha propiciado. Que no haya ocurrido una verdadera revolución en Venezuela es otro asunto. La cuestión es que toda la devastación humana que ha arrasado al país, expulsado a la quinta parte de su población, ha sido en nombre del socialismo; de modo que es lógico que una parte apreciable de los venezolanos que se han quedado concluya que la solución es hacer todo lo contrario. Es la ley del péndulo. Hacia allá ha apuntando ella, surfeando en una ola que viene allende las fronteras nacionales.
¿Qué hará ahora con ese capital que tiene en las manos? Es la gran pregunta. Digamos que María Corina tiene una oportunidad histórica. En Venezuela nunca ha habido un partido político de derecha liberal electoralmente competitivo. La última vez que alguien tuvo la oportunidad de hacer algo así fue Arturo Uslar Pietri luego de la campaña presidencial de 1963. Pero el escritor y humanista no era dado a bajarse al barro de la política.
Según el testimonio (entre otros) de Ramón J. Velásquez, Rómulo Betancourt decía no sentirse particularmente orgulloso de haber sido dos veces Presidente, sino de haber fundado un partido como AD. En eso fue consecuente con su visión del primer exilio, cuando en una carta que le manda a Raúl Leoni y Valmore Rodríguez les dice que hay que volver a Venezuela y fundar un partido, que luego vendrían más exilios y peripecias, llegar y salid del poder, pero el partido iba a quedar. En eso consistió su talento.
Eso fue lo que Uslar Pietri nunca comprendió, pero Rafael Caldera sí. En Argentina, por citar otro ejemplo, el gobierno de Mauricio Macri fue un fracaso, pero él le dejó a ese país una coalición (Juntos por el Cambio) que le compite de tú a tú al kirchnerismo provincia por provincia. Algo así fue lo que Álvaro Uribe hizo en Colombia y es lo que todavía el Partido de Acción Nacional (PAN) es en México.
Ni Rosales (estuvo cerca de hacerlo desde la socialdemocracia) ni María Corina han hecho en Venezuela algo parecido. Tal vez porque no les ha interesado, tal vez porque no han podido.
Sin embargo, encarnan dos estilos distintos de hacer política. No muy distintos, pero distintos. El juicio sobre cada uno encierra el dilema de la oposición venezolana. Saltar las trampas o espantar al depredador. Uno obra con la astucia. Ella es arriesgada y valiente. Pero recordemos que la ética del político que aspira al poder no puede ser la ética de la persona del común.
Como dice el nunca suficientemente citado Nicolás Maquiavelo en su clásico libro:
“Desde que un príncipe está en la precisión de saber obrar competentemente según la naturaleza de los brutos, los que él debe imitar son la zorra y el león enteramente juntos. El ejemplo del león no basta, porque ese animal no se preserva de los lazos, y la zorra sola no es más suficiente, porque ella no puede librarse de los lobos. Es necesario, pues, ser zorra para conocer los lazos, y león para espantar a los lobos; pero los que no toman por modelo más que al león, no entienden sus intereses.” Capítulo XVIII.