Alonso Moleiro (ALN).- En ninguna parte estaba escrito que el dictador panameño iba a ser depuesto luego de una invasión de Estados Unidos que le hizo pasar el resto de la vida tras los barrotes. ¿Cómo habría figurado en las redes sociales si aquella operación militar no hubiese tenido lugar?
Rodeado de niños, con rostro risueño y apariencia inocente, traje de campaña y una boina militar calada. Reunido con sus copartidarios, sereno y complacido ante los halagos, que lo aclaman enfervorizados, y le piden mano dura para los traidores. Pronunciando unas palabras, atemperadas y reflexivas al comienzo, acaloradas y encendidas en el cierre, en un acto de clausura que gradúa a nuevos integrantes de los Batallones de la Dignidad. Entregando certificados de propiedad y microcréditos a brigadistas de la construcción, a jornaleros cívico-militares del campo, a centinelas que ejercen la inteligencia social, que han decidido agasajarlo voluntariamente por sus servicios a la nación.
No es el presidente, pero todo el mundo sabe que es el que manda. Es Manuel Antonio Noriega, el hombre fuerte de Panamá. Los presidentes en Panamá entran y salen. Noriega siempre se queda.
¿Qué hubiera pasado si Manuel Noriega se hubiese decidido a manejar de otra forma la crisis que terminó sacándolo del poder?
¿Qué hubiera pasado si Manuel Noriega se hubiese decidido a manejar de otra forma la crisis que terminó sacándolo del poder? ¿Si no se le hubiese ido la mano en los días finales de aquellas malogradas elecciones? ¿No resultaban ya demasiado fuertes, incluso para quien quisiera defenderlo, aquellas imágenes en las cuales fueron apaleados por sus seguidores el candidato rival, Guillermo Endara, y varios de sus colaboradores?
De no haber agitado tantas espadas en público; de no haberse decidido a exprimir, con tanta pasión, aquel apurado expediente antiyanqui; de no haberse excedido con su retórica amenazante y suicida en los últimos meses; y sobre todo, de no haber secuestrado y decapitado a Hugo Spadafora, a lo mejor, en una de esas, Manuel Noriega se habría salido con la suya. Se hubiera quedado en el poder. Sus negocios ilícitos se hubieran ramificado en silencio, alimentados por el Tesoro Público, sin que nadie lo hubiese podido evitar. Su papel de “hombre fuerte” se habría convertido en una circunstancia inevitable, tradicional. Parte del paisaje y del folklore político panameño y latinoamericano.
Ya se habría aparecido algún intelectual europeo interesado en conocerlo y desmitificarlo. En presentarlo como un ser humano: un hombre con sus virtudes y defectos, que, después de todo, ha sido querido por su pueblo, y que ha tenido que asumir el poder contra su voluntad en este complejo momento histórico, siendo un hombre de armas, para velar por la integridad y la salud de sus compatriotas. Noriega sería apreciado entonces como “el resultado de un accidente histórico concreto”, en este caso el del Canal de Panamá, al que no deberíamos juzgar con simplismos electoreros europeístas.
Si Bush no hubiera invadido…
De no haberse concretado la Operación Causa Justa, anunciada por George Bush padre en diciembre de 1989, a lo mejor Noriega termina organizando unas elecciones con las riendas más cortas, para poder ganarlas de nuevo como es debido. Y, eventualmente, más adelante, incluso otras.
Estaría Noriega administrando un Canal de Panamá económicamente exitoso… y con partidos opositores legales, elecciones formales, prensa domesticada y un Parlamento que siempre será posible dominar, como hizo Hugo Chávez, como hoy hace Nicolás Maduro, podría capear el temporal. Asistiría las cumbres de Jefes de Estado, evadiendo con astucia las protestas de sus compatriotas en el exilio, presentándose como un simpático y polémico contrapunto: aquel militar de traje caqui, gorra grande, ojos achinados, cara picada y grandes mejillas, que siempre se las arreglaría para sostener que Panamá ha construido su propio modelo de democracia, y que no le acepta imposiciones a Estados Unidos ni a ningún otro poder imperial.
Si Noriega hubiera tenido una cuenta de Twitter…
Su cuenta de Twitter, que en efecto, al menos en términos cronológicos, habría podido materializarse con Noriega en el poder, estaría entonces engalanada con lazos de colores azules y rojos.
Noriega en Palacio, intercambiando impresiones sobre la realidad mundial con Ernesto Samper. Noriega conversando con el clero panameño, citando al Papa Francisco, elaborando reflexiones sobre las claves de la niñez abandonada. Noriega cortando la cinta de nuevos centros de salud en David y Bocas del Toro.
De no haberse excedido con su retórica amenazante y suicida, sobre todo en los últimos meses, a lo mejor, en una de esas, Manuel Noriega se habría salido con la suya
Manuel Antonio Noriega, el Hombre Fuerte de Panamá, informando a su pueblo sobre el resultado de su gira por la costa del Índico y el sur de África “llevando un mensaje de paz para los pueblos”: Zimbabue, Namibia, Mozambique y Suráfrica. Periplo en el cual será anunciado, con bombos y platillos, “un conjunto de proyectos” para el desarrollo autónomo y la ruptura de la dependencia tecnológica.
Pudo Manuel Antonio Noriega, de no haber tensado tanto la cuerda, de haberlo hecho un poco mejor para quedarse mandando, como lo han hecho otros de sus colegas dictadores, haberse distendido en los últimos años.
Cualquier crisis con la oposición, en caso de que se imponga el descontento, habría podido ser utilizada para hablar de la importancia del diálogo. Haber permitido un florecimiento parcial de expresiones sociales y políticas autónomas en los años de la vejez. Haber decretado una amnistía. Haber recibido a algún periodista internacional lo suficientemente cándido para que lo retrate en familia, sonreído, reflexionando sobre el medio ambiente, sobre la crisis de la democracia liberal y el destino final de los pueblos latinoamericanos. Sobre Omar Torrijos, el Canal de Panamá y la soberanía nacional.