Pedro Benítez (ALN).- La cúpula del régimen chavomadurista luce desconcertada y aislada. Confiando en el apoyo de la fuerza militar y de sus aparatos de seguridad, subestimaron la presión internacional y no se esperaban la reacción popular de los venezolanos de los últimos días. Dos frentes con los que no contaban lidiar.
Este miércoles 23 de enero, fecha en la cual los venezolanos recuerdan la caída de la última dictadura militar, la cúpula civil del chavismo, el círculo más cercano a Nicolás Maduro, lució más solitario y confundido que nunca.
El oficialismo hizo un gran esfuerzo por efectuar una gran concentración en el centro de la ciudad de Caracas, trayendo a sus activistas desde todos los rincones del país. No obstante, la otrora maquinaria roja evidenció su incapacidad para activar el apoyo popular del que en otras épocas se preciaba.
Esta debe ser con toda probabilidad la concentración más escuálida de todas las que ha efectuado. Por otro lado, los principales voceros del chavismo gobernante emitieron en sus arengas públicas, que transmitió la televisión oficial, mensajes incoherentes unos con otros.
Más que la tradicional manifestación opositora, la de ayer fue la movilización del descontento, que Guaidó ha capitalizado con una velocidad sorprendente y que aprovechó para formalizar la asunción del cargo de presidente interino con el compromiso de llevar al país a unas elecciones libres
Mientras que el gobernador del estado Miranda, Héctor Rodríguez, hacía un llamado a la concordia y el entendimiento entre los partidarios de Maduro y sus adversarios (algo poco común en el estilo chavista), la alcaldesa de Caracas, Erika Farías, y la constituyentista Tanía Díaz proferían el típico discurso agresivo y de confrontación al que han acostumbrado a los venezolanos por dos décadas. Por su parte, Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), se limitaba a desestimar el reto que el liderazgo opositor y la comunidad democrática internacional le plantean al régimen.
En un movimiento político que, con asesoría de los cubanos, se disciplinó en enviar un solo mensaje y repetirlo hasta el cansancio, esto no es lo usual. Denota la falta de coherencia por la que está atravesando el régimen chavomadurista.
Tal como estaba previsto, la movilización del oficialismo culminó en una concentración en la plaza O’Leary, en el centro de la capital. Pero a diferencia de otras ocasiones Nicolás Maduro no hizo acto de presencia. De modo que Cabello se movilizó con sus partidarios hasta el Palacio Presidencial de Miraflores, a poca distancia, para allí darle apoyo al heredero de Hugo Chávez.
A un costado de la oficina presidencial, en lo que Chávez bautizó como “el balcón del pueblo” Maduro se exhibió como un reducido grupo de civiles chavistas: Héctor Rodríguez, Diosdado Cabello, su esposa Cilia Flores, y a su izquierda la vicepresidenta Delcy Rodríguez, Erika Farías y el ministro de Industrias y Producción Tareck El Aissami.
La cúpula del poder chavomadurista lució más sola y aislada que nunca. Los altos mandos militares (verdadera columna del régimen) brillaron por su ausencia.
El contraste con las multitudinarias movilizaciones convocadas por el presidente de la Asamblea Nacional (y desde ayer juramentado presidente interino del país) Juan Guaidó es abrumador.
La convocatoria opositora fue la mayor demostración de fuerza de calle desde 2016, que además se realizó simultáneamente en las ciudades más importantes de Venezuela.
Más que la tradicional manifestación opositora, la de ayer fue la movilización del descontento, que Guaidó ha capitalizado con una velocidad sorprendente y que aprovechó para formalizar la asunción del cargo de presidente interino con el compromiso de llevar al país a unas elecciones libres.
Por otro lado, es evidente que Maduro y Cabello no se esperaban el respaldo tan rápido y en cadena que a continuación las democracias americanas le dieron a Guaidó como presidente interino.
Respaldo en cadena
Mientras que desde el otro lado de la ciudad Maduro intentaba convertir el hecho en la ya conocida confrontación con el imperialismo yanqui, los mandatarios de los países vecinos, Brasil y Colombia, Jair Bolsonaro e Iván Duque, anunciaban, junto con la vicepresidenta de Perú, Mercedes Aráoz, el reconocimiento a la presidencia de Guaidó. Luego seguirían en cascada Mauricio Macri, Sebastián Piñera, entre muchos otros.
Estos países reconocen a Juan Guaidó como presidente de Venezuela
Pero la contundente reacción internacional no es la única sorpresa que se ha llevado la cúpula del régimen de Maduro. Las últimas tres noches Caracas ha sido sacudida con violentas protestas en los barrios más pobres. Los otrora bastiones del chavismo, de donde sacaba su caudal de votos, los mismos sectores en lo que recibiría la inesperada derrota electoral de diciembre de 2015, y los mismos que desde entonces han visto con distancia el conflicto con la oposición, se han rebelado.
De nada han servido las promesas oficiales de más bolsas de comida a precios subsidiados o bonos en bolívares sin valor alguno.
Tras meses, incluso años, de cortes en los servicios de agua potable, electricidad y gas doméstico, caos en el trasporte público, golpeados sin clemencia por la brutal hiperinflación y la delincuencia; desengaños por las continuas promesas nunca cumplidas por el gobierno chavista, estos sectores han explotado, sumando una nueva (aunque no inesperada) variable a la crisis del régimen.
Esto ocurre en un momento en el cual el chavismo de base se encuentra en estado de desmoralización. Los sucesivos planes económicos de Maduro han fracasado uno tras otro. Las continuas promesas de mejorar las condiciones socioeconómicas de la población son sistémicamente incumplidas
En cierta manera era sólo cuestión de tiempo para que ocurriera. Pero se precipita en el peor momento para Maduro.
Lo que este lunes comenzó como una protesta de solidaridad con un grupo de funcionarios de la Guardia Nacional (GNB) amotinados en el sector de Cotiza, se extendió al oeste de la ciudad y en la noche a Catia, la parroquia más populosa de Caracas, protagonizó una jornada nocturna de disturbios y que se ha repetido las dos noches siguientes. Luego se sumaron los barrios de Petare, al otro extremo de la ciudad.
Esto ocurre en un momento en el cual el chavismo de base se encuentra en estado de desmoralización. Los sucesivos planes económicos de Maduro han fracasado uno tras otro. Las continuas promesas de mejorar las condiciones socioeconómicas de la población son sistémicamente incumplidas.
De modo que el todavía ocupante de la oficina presidencial se encuentra hoy, para su desconcierto, en una situación de tenaza: la presión externa y la masiva presión interna. Con sólo el apoyo del aparato represivo y militar, sobre cuya lealtad hay cada vez más dudas.
Con su estilo pendenciero, de desafío permanente a cuanto critico interno o externo se le presenta, el proyecto de poder absoluto de Nicolás Maduro se ha metido finalmente en un callejón sin salida.