Antonio José Chinchetru (ALN).- Venezuela y Turquía viven procesos de desmantelamiento de la democracia con numerosos paralelismos. Existen, sin embargo, notables diferencias. Entre ellas destaca la actitud de la población ante el intento de instaurar una dictadura.
Tras muchos años de paulatino desmantelamiento de la democracia en sus países, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, y el turco, Recep Tayyip Erdogan, han pisado el acelerador para culminar la instauración de una dictadura poco o nada disimulada. Recorren caminos paralelos hacia la autocracia, con numerosas similitudes en los procesos de destrucción de libertades en sus naciones.
La que fuera una de las democracias más consolidadas de América Latina, Venezuela, comenzó su largo camino hacia la dictadura hace casi dos décadas. La llegada de Hugo Chávez al poder en 1999 supuso el arranque de una inicialmente lenta voladura controlada del sistema de libertades y derechos de los ciudadanos. El ritmo se fue acrecentando de manera progresiva. El acceso de Nicolás Maduro a la Presidencia de la República Bolivariana supuso un aceleramiento absoluto del proceso, todavía no finalizado, de instauración de un régimen dictatorial.
Maduro y Erdogan tienen presos políticos, hacen purgas en las instituciones y persiguen a los periodistas independientes
El punto de partida en Turquía es diferente. La calidad democrática del sistema político del país ha estado en entredicho desde que Mustafá Kemal Atatürk fundara la república tras la I Guerra Mundial. Aunque, con diversos baches, parecía que a lo largo de las décadas se iban instaurando unos estándares mínimos de respeto a las libertades en el país. Sin embargo, la llegada al poder del islamista Erdogan (como primer ministro desde 2003 y ya como presidente a partir de 2014) ha supuesto una marcha atrás. Al igual que Chávez en Venezuela, en un principio fue un proceso paulatino que se ha acelerado en los últimos tiempos.
Concentración del poder y represión
Un paralelismo evidente entre Erdogan y Maduro es el afianzamiento de su poder personal, limitando las atribuciones y la capacidad de control del Parlamento y otras instituciones, por medio de una nueva Constitución (algo ya conseguido por el turco, pero no por el venezolano). Es la vía que utilizó Hugo Chávez en Venezuela en 1999. A diferencia del ya fallecido mandatario, Erdogan lo ha hecho utilizando como excusa el fracasado (y bastante extraño, por lo mal organizado que estuvo) intento de golpe de Estado en el verano de 2016. Como el actual inquilino del Palacio de Miraflores no puede usar esta excusa para imponer su planeada Carta Magna, lo que hace es acusar a la oposición de golpista y terrorista.
Con independencia de las excusas utilizadas, en ambos casos se viven procesos paralelos de aumento del número de presos políticos y purgas ideológicas en instituciones públicas (comenzando por la Justicia y el Ejército). En Turquía se ha llegado incluso a “depurar” la plantilla de azafatas y pilotos de las aerolíneas estatales. Se trata de algo similar a lo que hizo Chávez en el seno de la petrolera estatal PDVSA. A lo anterior se une en los dos países una política de brutal acoso a los periodistas y los medios de comunicación independientes del poder. De hecho, Maduro y Erdogan están incluidos en el listado de “Predadores de la libertad de expresión” elaborado por Reporteros Sin Fronteras.
En ambos países se está demostrando que la victoria electoral no es suficiente para garantizar que un gobierno sea democrático
Otro punto en común entre los actuales presidentes de Turquía y Venezuela es el progresivo aislamiento de sus gobiernos con respecto a los países de su entorno. Al igual que Maduro se está convirtiendo en el “apestado” de América Latina, Erdogan ve cómo sus relaciones con la Unión Europea se han deteriorado a un ritmo acelerado. Eso sí, ambos mandatarios afianzan de forma creciente su buen entendimiento con el presidente ruso, Vladimir Putin.
Maduro, Erdogan y Putin han configurado, de hecho, una alianza a tres bandas que tiene como argamasa el desprecio a la democracia. El venezolano, eso sí, ha avisado que puede llegar a ser más brutal que sus socios. En concreto, y tras visitar Turquía, el inquilino del Palacio de Miraflores advirtió en al menos dos ocasiones que “Erdogan va a quedar como un niño de pecho (un bebé)” en su respuesta al golpe de Estado, si la oposición se empeñaba en mantener sus protestas, calificadas por él como golpistas. A este respecto hay que recordar que la respuesta gubernamental a la asonada turca dejó unos 300 muertos y más de 6.000 detenidos.
En estos procesos también hay, sin embargo, profundas diferencias. Mientras que los planes de Maduro parecen pasar por la instauración de una dictadura de corte comunista inspirada en el modelo cubano, los de Erdogan van en otro sentido. Su autocracia quiere ser muy intervencionista en lo económico, pero sin terminar de desmantelar del todo el sistema capitalista. Ese es el motivo por el que en Turquía no se vive un proceso de aumento de la miseria tan acelerado como en Venezuela.
Venezuela: una resistencia que no existe en Turquía
La diferencia principal radica, sin embargo, en la reacción popular al proceso de desmantelamiento definitivo de las libertades. La población venezolana ha respondido con protestas cada vez más masivas. No parece que vayan a amainar a pesar de la feroz respuesta gubernamental, hasta el punto de que parece inevitable un choque entre una minoría armada fiel al Palacio de Miraflores y una ciudadanía que demuestra a diario haber perdido el miedo. Por el contrario, el islamista Erdogan cuenta con el apoyo de al menos la mitad de sus compatriotas. La nueva Carta Magna obtuvo la aprobación del 51,20% de quienes acudieron a votar el pasado abril, y ya no quedan apenas rastros de las movilizaciones que hubo cuando comenzó la represión posterior al intento de golpe de Estado.
Con independencia de las diferencias, en ambos países se está demostrando que la victoria electoral no es suficiente para garantizar que un gobierno sea democrático y respete los derechos de los ciudadanos. Al contrario, los dos casos dejan claro que sin los necesarios mecanismos de control y sin una población vigilante, la democracia puede convertirse en una dictadura que destruya todas las libertades.