Pedro Benítez (ALN).- Nicolás Maduro asegura que desea el diálogo y la sola posibilidad la usa para sembrar dudas entre los votantes de oposición sobre sus dirigentes de cara a las elecciones de gobernadores. Preferiría no sentarse con sus adversarios sino aplastarlos definitivamente, pero no puede. Las circunstancias y la presión internacional lo obligan. Su actitud es como la del boxeador que muy golpeado y sangrante hace una mueca de sonrisa y afirma que no siente los golpes.
La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) se creó en 2009; sin embargo, el expresidente Hugo Chávez nunca la reconoció como un actor político válido. Siempre la ignoró. En realidad, no fue sino hasta las protestas de 2014 cuando Nicolás Maduro admitió su existencia en el primer y fracasado intento de diálogo en Venezuela.
Durante casi dos décadas para el régimen chavista la oposición sólo existía para atacarla. Le estaba reservado el rol de enemigo interno.
En el discurso chavista cualquier tipo de oposición es ilegítima pues se opone a la patria, al pueblo y a la revolución que dice encarnar. Sólo el incremento de la doble presión de la calle y de la comunidad internacional ha llevado a Maduro, y a los voceros del régimen, a “descubrir” de un tiempo para acá los méritos de dialogar con la oposición. Se proponen ganar tiempo, dar alguna imagen de civilidad de cara al exterior y hacer quedar mal a los dirigentes de los partidos que le adversan con sus propias bases.
La crisis económica y la presión internacional lo llevan inexorablemente al terreno que a toda costa ha estado evadiendo desde enero de 2016: pactar con la oposición
Todo lo anterior sin ceder en nada fundamental, porque en la lógica del régimen todo pacto o transacción con el enemigo es una traición, sobre todo si lo que está en juego es la pérdida del poder, como ocurre ahora.
Es en la propia concepción política del chavismo donde reside la dificultad para llegar a acuerdos. El poder se ejerce para hacer la revolución, no para pactar con la burguesía y la derecha, reza el discurso oficial.
Entonces: ¿Por qué Maduro insiste en ir a un diálogo con la oposición? Porque la crisis económica y la presión internacional lo llevan inexorablemente al terreno que a toda costa ha estado evadiendo desde enero de 2016: pactar con la oposición. Al final del día en eso consistirá el diálogo, de lo contrario no tendrá sentido.
Lo demás son tretas retóricas por parte de Maduro y los miembros de su gobierno para pintar como una victoria lo que en realidad es una derrota para el régimen chavista: reconocer la existencia de sus adversarios.
Que los representantes de la MUD sean capaces de obtener una clara victoria política en un escenario que hasta ahora les ha sido tan adverso como inevitable es otra cuestión. Esa victoria no puede ser otra que la de abrir las puertas a una transición política y el relevo pacífico del poder.
Hay razones de peso que obligan al Gobierno a ceder
Pero lo cierto es que Maduro ha intentado evadir esa posibilidad y, de hecho, una de las razones que esgrimió para convocar su Asamblea Nacional Constituyente (ANC) fue precisamente la de crear un espacio de “verdadero diálogo con el pueblo”. Una manera de decir que los partidos opositores no representaban al pueblo.
No obstante, la ANC no ha sido un espacio de diálogo ni siquiera dentro del propio movimiento chavista. En realidad, Maduro la ha usado como instrumento para el ejercicio personal de su poder y para no tener que negociar con la Asamblea Nacional de mayoría opositora. Hay que decir que incluso para eso ha sido menos efectiva que el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).
Mientras más se atrase en llegar a resultados en las negociaciones, más se ahorca financieramente y menos margen de maniobra interna tendrá para sostenerse
Y la prueba es que pese a la ANC, Maduro necesita (y lo está pidiendo) el reconocimiento de la Asamblea Nacional que ha intentado anular. De modo que más allá del manejo de las percepciones dentro de Venezuela, en las que el régimen es sumamente hábil, lo relevante no es que los representantes de la MUD se sienten a explorar una vez más la posibilidad de un diálogo con el Gobierno, sino que Maduro no puede evitarlo.
El Gobierno de Francia ha leído esta realidad cuando presiona explícitamente al ministro de Relaciones Exteriores venezolano, Jorge Arreaza, con el riesgo de sanciones europeas (que se sumarían a las de Estados Unidos) si las negociaciones con la oposición no son “un proceso creíble y sincero”.
Sólo recordemos que ningún país de Europa Occidental se sumó nunca al embargo comercial y las sanciones de Washington contra la Cuba de Fidel Castro.
A diferencia de otros momentos, ahora el gobierno de Maduro tiene razones de peso que lo obligan a ceder y el tiempo corre en su contra, porque mientras más se atrase en llegar a resultados en las negociaciones, más se ahorca financieramente y menos margen de maniobra interna tendrá para sostenerse.