Reinaldo Iturbe (ALN).- El chavismo no es un hueso duro fácil de roer. De aquello se dio cuenta Donald Trump cuando retó a la cúpula con sanciones y amenazas. Fracasados los intentos, Biden opta por la palabra negociación. Y parece que está dando resultados.
Nicolás Maduro concede. Concede acceso al Programa Mundial de Alimentos de la Organización de Naciones Unidas a Venezuela, algo que parecía imposible dada la cerrazón con la que se maneja la cúpula gobernante. También concede casa por cárcel a los seis ejecutivos de Citgo, presos en Caracas desde 2017. Y “concede” dos rectores abiertamente identificados con la oposición para integrar el nuevo Consejo Nacional Electoral, conformado por cinco autoridades principales. Tres de ellas oficialistas. Los dos opositores son Roberto Picón y Enrique Márquez. El primero es un ingeniero. Un técnico. El segundo, un político de tendencia moderada que fue vicepresidente del Parlamento por el partido Un Nuevo Tiempo durante la gestión de Henry Ramos Allup (Acción Democrática).
Y Maduro concede porque pese a las experiencias previas, en esta oportunidad parece haber una clara señal de aproximación, entendimiento y negociación con Estados Unidos bajo cuerda. La Administración de Biden entendió que las sanciones contra Caracas no surtieron efecto, y aunque piensa mantenerlas, cambió “ligeramente” la estrategia pero no el objetivo. Biden, un político menos estridente pero más de acciones eficaces que Donald Trump, prefiere negociar con un adversario que ya suma 21 años en el poder entre Hugo Chávez y Maduro, la mitad de lo que duró la democracia venezolana, otrora ejemplo a nivel mundial de alternabilidad en el poder.
Ahora el balón está en el terreno de Estados Unidos. Maduro “respondió” y se encuentra a la espera de la reacción en la Administración de Biden. Probablemente –y esto es terreno especulativo- Maduro aspire a un alivio de las sanciones de Washington. O al menos un descenso en el tono de la disputa. El colombiano Juan González, representante de Biden para el Hemisferio Occidental, viajó a Colombia el pasado año entre el 11 y el 15 de abril. La agenda incluyó, desde luego, el caso Venezuela.
“La conversación que deben tener Nicolás Maduro y Jorge Rodríguez no es con nosotros, es con Guaidó. Nosotros no le vamos a imponer condiciones a ese proceso que es totalmente venezolano”, dijo González, según cita de medios locales colombianos.
Aquella frase tiene mucho de verdad. Los asuntos venezolanos deben ser resueltos por venezolanos. Pero la comunidad internacional ya está involucrada, empezando por Estados Unidos y la Unión Europea. Las posiciones del bloque durante la gestión de Trump eran más blandas que las de Washington. Con Biden en la Casa Blanca, ahora parece haber una alineación de posturas en el sector más representativo de la comunidad internacional: diálogo, negociaciones y elecciones.
Lejos quedó el mantra. Más lejos todavía quedaron las intentonas cívico-militares por desplazar a Maduro del poder. La única agenda posible es negociación. Pero: ¿Qué implica una negociación?
-Que las dos partes pongan sobre la mesa sus condiciones.
-Que las dos partes cedan para conseguir la fórmula ganar-ganar, porque la del “todo o nada” ya fracasó.
-Que las negociaciones abran la puerta a las elecciones.
-Y que la oposición venezolana, tras las negociaciones, termine de reorganizar su agenda, todavía muy escueta e imprecisa, llena de vacíos tanto de forma como de fondo, y de ya muy viejas ataduras a discursos cortoplacistas de salidas inmediatas.
Por lo pronto, el paso de Maduro con la designación de los dos rectores abre una de las puertas. Falta el resto. Y en el “resto” hay dos actores trascendentales: las concesiones que pueda hacer Estados Unidos, y la disposición de la oposición a reorganizar su estrategia de interinatos de fantasía para ir a lo práctico. O lo que es lo mismo: a la política.