Pedro Benítez (ALN).- La comunidad democrática internacional comienza a conocer la lógica con la que opera el régimen de Nicolás Maduro. Mentir y engañar invariablemente. Mostrar debilidad cuando más fuerte se siente y fuerza cuando sabe que está más débil. El arte de la guerra. Actuar de la manera más despiadada. Llevar a situaciones límite. Amenazar y secuestrar para desde esa posición aparentar que negocia. Es lo que Maduro se dispone a hacer dando un golpe de fuerza y desafiando abiertamente a las democracias del mundo.
La detención arbitraria de Roberto Marrero, director del despacho y mano derecha del presidente Juan Guaidó, no ha sido la decisión aislada de un sector radical dentro del régimen de Nicolás Maduro. No es parte de las disputas internas de poder. Es una decisión del propio Maduro ejecutada por el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), con la colaboración de una juez y un fiscal, y comunicada oficialmente por su ministro del Interior, general Néstor Reverol. Es decir, no es una improvisación.
Pero además, es un desafío abierto (otro más) a la comunidad democrática internacional a pocas horas del informe de la expresidenta chilena y alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos Michelle Bachelet, que terminó por demoler ante la opinión pública mundial lo que quedaba de la imagen de la revolución chavista.
La detención arbitraria de Roberto Marrero, director del despacho y mano derecha del presidente Juan Guaidó, no ha sido la decisión aislada de un sector radical dentro del régimen de Nicolás Maduro. No es parte de las disputas internas de poder. Es una decisión del propio Maduro ejecutada por el Sebin, con la colaboración de una juez y un fiscal, y comunicada oficialmente por su ministro del Interior, general Néstor Reverol
Por si lo anterior fuera poco, se encuentran en Caracas representantes diplomáticos del denominado Grupo Internacional de Contacto creado por la Unión Europea (UE) y Uruguay, evaluando la situación política del país y con la nada oculta intención de promover algún tipo de salida negociada a la situación venezolana.
Como se recordará esta es una iniciativa apoyada por los gobiernos de México y Uruguay, que no se han sumado a la línea del Grupo de Lima de reconocimiento a Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela.
Con esta detención, que es una amenaza directa a Guaidó, Maduro quema ese puente que le ofrecen gobiernos que obviamente no se encuentran entre sus adversarios.
Por lo tanto, la detención de Roberto Marrero es reveladora, y sintomática, de la lógica con la cual opera el régimen chavista desde hace muchos años.
De hecho, es el mismo tipo de conducta en la que viene incurriendo Maduro desde que decidió desconocer abiertamente a la Asamblea Nacional de Venezuela en 2017. Pese a la condena y advertencias internacionales ha ido avanzando en su propósito continuista y dictatorial mientras Venezuela se va desplomando literalmente a su alrededor.
Por lo visto no le ha importado pagar el costo de un mayor aislamiento internacional de esa política, así como tampoco (es evidente) hacérselo pagar a los venezolanos. Le basta con el respaldo (así sea sólo diplomático) de los regímenes autoritarios de China, Rusia, Turquía y particularmente Cuba.
Atrincherarse en el poder a costa de lo que sea, pasando por encima de la vida de millones de personas, sin importar desprestigio internacional, es hoy su línea.
Esa es su única jugada. Al parecer no conoce otra. Siempre correr hacia adelante confiando en que personalmente nunca caerá con los demás en el precipicio. Es lo que él y su grupo aprendieron de Hugo Chávez. Es lo que están haciendo ahora.
Las mismas tácticas de Chávez
Acostumbrados a 40 años de rutinaria democracia, los dirigentes políticos adversos a Hugo Chávez nunca estuvieron preparados para lidiar con su proyecto autoritario. Después de todo, se suponía que siempre habría alguna manera de entenderse, algún espacio para actuar políticamente. Chávez se valió del gigantesco boom de los precios del petróleo en sus años de poder para comprar y apaciguar a la sociedad con masivas importaciones subsidiadas y dólares preferenciales. Mientras, avanzaba en su proyecto de control social y político.
Sin esos recursos su sucesor y heredero cerró el círculo. A falta de dinero para pagar el clientelismo, Maduro reparte represión. Pero su política es la misma de Chávez: avanzar sin transar.
Con Chávez la oposición venezolana se encontraba sola e incomprendida en la arena internacional. El comandante presidente era popular y le sobraban aliados, los Kirchner, Lula, Dilma Rousseff, Rafael Correa, etc. Eso le permitió desconocer en la práctica algunos reveses electorales (que los tuvo) y perseguir e inhabilitar a opositores como Manuel Rosales o Leopoldo López, con una represión mínima para guardar las apariencias de líder mundial.
Cuando sentía que tenía que saltarse las normas, las leyes y la Constitución lo hacía sin ningún inconveniente. Tuvo su pequeño (pero significativo) lote de presos políticos con los funcionarios policiales a los que atribuyó toda la responsabilidad de los sucesos acontecidos en Caracas la tarde del 11 abril de 2002 y que le sacó del poder por 24 horas.
Siempre afirmó que dialogar con la “oligarquía” (es decir, los venezolanos que no comulgaban con él) constituía una traición a la revolución. Así fue como envenenó de odios a la sociedad venezolana. Esa fue una de sus armas secretas.
De modo que este “estilo” de hacer política que caracteriza a Maduro ya existía con Chávez. El heredero aplica las mismas tácticas pero con mayores dosis.
Lo novedad es que ahora las democracias europeas y americanas (y en particular Estados Unidos) están “descubriendo” lo que el campo democrático venezolano (como lo denomina la periodista Argelia Ríos) ya sabía: este es el estilo de hacer política del chavismo. Un estilo que se caracteriza por una actitud absolutamente despiadada.
Pero esto no puede llevar a pensar que Maduro está más fuerte que hace una semana. Hay señales de que el desplome de Venezuela en todas las áreas también afecta su capacidad de control político e implica un riesgo para su sobrevivencia. Tampoco ha podido aplastar a la oposición interna
Maduro es un hueso duro de roer porque nadie ni dentro ni fuera de Venezuela tiene la fórmula para enfrentar a un régimen así.
Subestimarlo es (y ha sido) el error. Algo deben haber advertido a estas alturas Elliot Abrams y John Bolton en la Casa Blanca. Maduro ha demostrado la crueldad y la insensibilidad necesaria en todo déspota. Y cuenta con una gran asesoría: la sexagenaria dictadura cubana.
Sin los abundantes petrodólares y sin respaldo popular, Maduro y sus socios en el poder han hecho uso de la represión y el miedo a gran escala. Esos son sus instrumentos. No hay más.
El miedo es lo que precisamente mantiene cohesionado a su régimen. Actúa como si no le importaran absolutamente nada las sanciones internacionales ni el cerco económico.
Pero esto no puede llevar a pensar que Maduro está más fuerte que hace una semana. Hay señales de que el desplome de Venezuela en todas las áreas también afecta su capacidad de control político e implica un riesgo para su sobrevivencia. Tampoco ha podido aplastar a la oposición interna.
Sin embargo, se está aprovechando del zigzagueo internacional que un día lo amenaza y el otro le ofrece un puente de plata. Es eso lo que le permite desafiar a las democracias del mundo y medir la reacción para el siguiente paso.