Pedro Benítez (ALN).- A medida que van pasando los días desde el anuncio de Iván Márquez de retomar las armas por parte de un grupo disidente de las FARC, va quedando en evidencia la naturaleza de la alianza que tiene la insurgencia colombiana con Nicolás Maduro, quien por lo visto no abandona el delirio continental revolucionario de Hugo Chávez.
Según un informe de la inteligencia colombiana al que ha tenido acceso la revista Semana, Iván Márquez y Jesús Santrich han estado operando desde Venezuela para consolidar un proyecto político-militar denominado Plataforma Continental Bolivariana que incluiría al Ejército de Liberación Nacional (ELN) y a otros disidentes de las Fuerzas Armadas de Revolucionarias de Colombia (FARC).
La naturaleza y el nombre son reveladores de la intención, que no es otra que retomar el plan revolucionario de alcance continental que hace 20 años el expresidente venezolano Hugo Chávez comenzó a estructurar usando el bolivarianismo como “ideología de reemplazo” al ideario marxista original ensayado en Cuba por el castrismo.
Después de todo, parece claro que Nicolás Maduro ha dedicado tiempo a renovar su alianza con los grupos guerrilleros colombianos. ¿Qué pretende Maduro? ¿Es esa alianza su carta bajo la manga? ¿Para negociar o para no negociar?
La desmesurada ambición de la idea la puede hacer lucir inverosímil, pero está documentada por autores como Thays Peñalver y Alberto Garrido, y fue admitida por el propio Chávez, quien empezó a concebirla incluso antes de su ascenso al poder en Venezuela, razón por la cual ya en los años 90 del siglo pasado empezó a tejer sus alianzas con la insurgencia colombiana.
Gracias a la asesoría cubana, a los abundantes petrodólares provenientes del boom de los commodities, a una serie de afortunadas alianzas con el kirchnerismo en Argentina y el Partido de los Trabajadores del expresidente Lula Da Silva en Brasil, así como a las victorias electorales de Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, Chávez se permitió que ese plan tuviera incluso una expresión política concreta en organizaciones hemisféricas como el ALBA.
Lo imprevisto en el plan original es que todas esas victorias fueron posibles por los mecanismos de la propia democracia que la izquierda insurgente latinoamericana tanto había criticado en el pasado. Pero había un país en el que Chávez pensó nunca sería posible que una fuerza política que le fuera afín ascendiera al poder por medio de los votos. Ese país era Colombia.
Cilia Flores blindó la protección a las FARC y el ELN en Venezuela
Creía que por tener la “oligarquía” allí un control muy firme la única alternativa para sumar ese país a su bando, y tal vez hacer realidad su delirio bolivariano de recrear la Gran Colombia, era aliarse con las FARC y el ELN.
De paso, abrirles a esos grupos las puertas del territorio venezolano era tener un factor disuasorio en caso de que alguien quisiera desalojarlo del poder por medio de la fuerza.
Que esas maniobras implicaran la pérdida de vidas humanas era lo de menos. Era el precio a pagar en aras del sueño revolucionario. En lo fundamental las FARC y el ELN eran (y por visito siguen siendo) parte del proyecto continental chavista.
Si no fue más lejos es porque la vida y los petrodólares se le acabaron. Pero no debe extrañar que su sucesor y heredero recoja el proyecto del baúl de los recuerdos ahora que está cercado por la presión internacional, y que esa sea su carta bajo la manga mientras negocia, o aparenta que negocia.
Después de todo, parece claro que Nicolás Maduro ha dedicado tiempo a renovar su alianza con los grupos guerrilleros colombianos. ¿Qué pretende Maduro? ¿Es esa alianza su carta bajo la manga? ¿Para negociar o para no negociar?
Eso sí, no tiene a su favor el factor sorpresa del que sí gozó Chávez en su momento. Porque la expedita respuesta del mandatario colombiano Iván Duque, así como las acciones militares inmediatas que ordenó (que se cobraron la vida de varios insurgentes) y las informaciones que se han ido difundiendo indican que su gobierno ha estado muy al tanto de las andanzas de Márquez y Santrich, pero también del régimen de Maduro.
Los medios colombianos difunden con abundancia de detalles la ubicación de los campamentos de los guerrilleros de ese país dentro de Venezuela. Maduro y sus comandantes militares no pueden seguir negando lo que es un hecho público y notorio, que, además, todo indica traerá consecuencias.
Porque es perfectamente previsible (en Caracas Maduro y su gente lo esperan) que fuerzas militares colombianas reediten en territorio venezolano aquella operación de marzo de 2008 en la cual el entonces presidente Álvaro Uribe autorizó la destrucción de un campamento de la FARC ubicado en Ecuador. En esa ocasión fueron abatidos 22 guerrilleros, incluyendo el segundo comandante de las FARC, Raúl Reyes.
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Si eso llegara a ocurrir, en el medio (aparte de los civiles) quedaría el Ejército venezolano, puesto que su bajo nivel de operatividad sería evidente. El poder de fuego de los ejércitos es el reflejo de la realidad de sus países y este es un ejemplo.
Lo paradójico del asunto es que una de las razones de la alianza del régimen chavista con la insurgencia colombiana fue equilibrar y amenazar a la Fuerza Armada Nacional (FAN) venezolana. La misma FAN que ahora Maduro pretende que defienda a sus enemigos que actúan como Caballo de Troya dentro de su propio territorio.