Zenaida Amador (ALN).- Cuando a mediados de noviembre de 2019 Nicolás Maduro apareció en televisión dando gracias a Dios por la dolarización quedó claro que un cambio se estaba gestando en Venezuela. No se trataba del cambio político que todos esperaban, pues el chavismo mantiene su línea de desmontaje de la institucionalidad democrática como parte del plan de permanecer en el poder a toda costa; pero sí de un giro económico que algunos identifican como la “chinización” del país.
La China de los años 80, que se reformó y permitió a muchas compañías salir de la quiebra al buscar capital en el mercado bursátil, es evocada con admiración por algunos empresarios venezolanos, cuyos modelos de negocio han podido florecer aun en medio de la peor crisis económica, política y social de la historia contemporánea nacional.
Nicolás Maduro parece estar montado en el guion y la semana pasada anunció su decisión de permitirle a las empresas la emisión de títulos valores en moneda extranjera “para su financiamiento y autofinanciamiento”.
Lo hizo poco después de que Ron Santa Teresa hiciera una emisión de acciones con el fin de levantar tres millones de dólares para financiar sus planes de expansión. La empresa, que comercializa y exporta rones emblemáticos hechos en Venezuela, recién anunció una segunda emisión accionaria para aprovechar el potencial de la Bolsa de Valores de Caracas.
De hecho, Maduro aprobó “la emisión de títulos de valor en moneda extranjera para todas las empresas del país” con el objetivo, según dijo, de “que a ustedes (los empresarios) no les tengan las manos amarradas (…) y así nos vamos recuperando y construyendo un nuevo modelo”.
La medida es una más de las flexibilizaciones adoptadas por el régimen tras 17 años de regulaciones extremas, que incluían la persecución y la cárcel para quienes usaran divisas fuera de lo estipulado por las autoridades. Aunque sin desmontar por completo los controles de cambio y de precios, Maduro decidió desviar la mirada y estimular que los privados comenzaran a utilizar libremente sus dólares y vendieran sus productos según las leyes del mercado.
Maduro, de hecho, ahora aplaude la “autorregulación de la economía” y que exista un “mercado en funcionamiento”. Atrás quedaron las estatizaciones, la intervención en todos los procesos de la economía y el señalar a los empresarios como enemigos de la patria.
Más y más apertura
Aunque algunos radicales en las filas del chavismo ven mal lo que se ha hecho en materia económica y lanzan críticas para que el régimen vuelva a imponer su política de control, Maduro parece tener claro que sin estos cambios sería imposible su sostenimiento.
Hay una apertura en algunos sectores clave, como el petrolero, para que socios privados y aliados estratégicos incrementen su peso en los negocios conjuntos, lo que no sólo ayuda a inyectar recursos para oxigenar a la desmantelada industria petrolera local sino que también sirve para ampliar los puntos de presión para intentar que se suavicen las sanciones internacionales contra el régimen de Maduro.
La apertura es tal que la banca comienza a ofrecer cuentas con las cuales efectuar operaciones en divisas extranjeras en el país, además de que ya viene prestando servicios de custodia de los dólares y euros en efectivo que cada día se imponen más en la dinámica comercial del país ante la agónica muerte de la moneda local, el bolívar.
En la actualidad, según cálculos de firmas privadas, hay una masa cercana a los 2.800 millones de dólares y a los 700 millones de euros circulando localmente, por lo que con las facilidades bancarias se esperaría que el torrente aumente.
Además, el propio régimen está estimulando la indexación al dólar de algunas tasas y tarifas de uso oficial, lo que emite claras señales al mercado.
¿Modelo chino?
A Nicolás Maduro este modelo parece venirle como un traje a la medida y por eso viene empujando la “chinización” de Venezuela. O sea, luz verde a la flexibilización y a la apertura, impulsado por cierto pragmatismo en lo económico; pero manteniendo la democracia sólo como un título decorativo.
Para Deng Xiaoping, líder que timoneó los cambios que dieron lugar a la economía socialista de mercado que llevó a China a convertirse en potencia, “el socialismo no es pobreza compartida”. Tal comentario es una clara crítica al modelo que le antecedió, donde el Estado poseía los medios de producción, centralizaba y controlaba todos los procesos económicos, y operaba bajo un sistema de comunas, sin que ello se tradujera en desarrollo y disminución de la pobreza. A su juicio, la economía de mercado podía darse en socialismo, pues “planificación y fuerzas de mercado son formas de controlar la actividad económica”.
Menos centralización y más incentivos económicos, así como captación de inversiones extranjeras, fueron parte de los grandes cambios iniciados en 1978 y que hicieron posible que actualmente cerca de 80% del PIB de China sea generado por el sector privado.
Las inversiones florecen y la actividad productiva mantiene el empuje porque en economía en China se impuso el pragmatismo sobre la ideología. Pero en materia política la historia ha sido otra. El poder está centralizado en el Partido Comunista chino y la democracia se circunscribe a una controlada sucesión de mando. Y esto último ya quedó en el pasado con las reformas impulsadas en 2018 por el actual presidente, Xi Jinping, que le permiten perpetuarse en el poder.
A Nicolás Maduro este modelo parece venirle como un traje a la medida y por eso viene empujando la “chinización” de Venezuela. O sea, luz verde a la flexibilización y a la apertura, impulsado por cierto pragmatismo en lo económico; pero manteniendo la democracia sólo como un título decorativo.