Pedro Benítez (ALN).- Maduro no es Lenin. Ha optado por permitir la liberación de áreas completas de la economía venezolana pero de contrabando. Sin decir que lo hace. No como parte de un giro estratégico en el camino hacia el socialismo bolivariano. En Venezuela hay una apertura económica caótica, sin articulación de ningún tipo. Sin respaldo en las leyes. Sin la restauración de los derechos de propiedad. El siguiente paso: la privatización drástica de lo que queda de la industria petrolera. El entierro definitivo del proyecto socialista y comunal de Hugo Chávez.
Primero fue la abolición de hecho del control de cambios (algo que los jerarcas chavistas juraron que no harían porque de lo contrario “los tumbaban”); luego arribaron a la liberación de las importaciones y la suspensión de las fiscalizaciones de los precios; a continuación la admisión pública por parte del propio Nicolás Maduro de la dolarización de facto que se ha instalado en la economía. Ahora viene el siguiente paso según la información que manejan diversas agencias de noticias: la privatización de los activos que aún quedan de la industria petrolera, en favor de empresas transnacionales.
Esto es la consecuencia lógica e inevitable de la destrucción sistemática de la vaca petrolera que movió la economía del país por casi un siglo y el consiguiente colapso de las finanzas públicas bajo el chavismo. Maduro simplemente se ha quedado sin fuentes de divisas y necesita con desesperación inversiones que rehabiliten las exportaciones petroleras del país. Para eso no hay otra vía que entregar, sin que medien licitaciones ni estrategias que promuevan la competencia, los activos y pozos petroleros. Así de sencillo.
Las informaciones citadas indican que los delegados de Maduro están en conversaciones con Rosneft de Rusia, Repsol de España y Eni de Italia para tales fines. Uno de esos representantes es su vicepresidenta ejecutiva Delcy Rodríguez que tenía ese tema como parte de su agenda en su reciente, accidentado y polémico paso por España.
No hay que descartar que la norteamericana Chevron se encuentre entre las corporaciones petroleras con las cuales Maduro esté en negociaciones. La única gran petrolera de los Estados Unidos que permaneció tenazmente en Venezuela durante todos estos años. La que sigue consiguiendo licencias por parte de la administración de Donald Trump que le permitan operar en el país pese a las sanciones.
La única importante que decidió acomodarse a los cambios fiscales de propiedad que el expresidente Hugo Chávez y su ministro y expresidente de Petróleos de Venezuela, PDVSA, Rafael Ramírez les impusieron a los socios extranjeros con el argumento de revertir la “entreguista y neoliberal” apertura petrolera que en los años 90 del siglo pasado permitió el retorno de la inversión extranjera en el sector petrolero.
Chávez satanizó de todas las maneras posibles esa política. Pero ahora el heredero se prepara para desmontar toda la política petrolera que el chavismo edificó en nombre del sagrado nacionalismo.
El régimen chavista está mutando rápidamente del proyecto socialista anunciado por el Plan de la Patria 2013-2019 hacia cualquier cosa distinta aún difícil de calificar.
Con Maduro está ocurriendo una caótica liberación económica. Esta no responde a un plan. Es una sucesión de improvisaciones sin ninguna articulación. Un “como vaya viniendo iremos viendo”. Eso explica que aún no haya domado la hiperinflación.
No hay un vocero económico para la nueva etapa. Tampoco un equipo conocido. Sólo unos exministros de Rafael Correa fungiendo como misteriosos asesores y los consejos de los aliados rusos.
Pero no hay una política. No como la que sí se presentó en agosto de 2014 cuando el entonces vicepresidente económico de Maduro, el hoy renegado Rafael Ramírez, consiguió que el III Congreso del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) le aprobara formalmente para hacerle “ajustes al modelo socialista”. En aquella ocasión Ramírez les dijo a sus camaradas que había que tomar un respiro en la carrera hacia la instauración del socialismo y el Estado comunal.
Pero Maduro archivó todo aquello y la economía y la sociedad venezolana siguieron por la ruta de la caída libre e imparable. Ahora, luego de llevar el PIB de Venezuela a casi una tercera parte de lo que era en 2012, Maduro no da sino que admite un giro. Impuesto por las circunstancias (no tiene dólares) y no como parte de una estrategia.
Maduro no tiene un plan económico. Su apertura económica no viene acompañada de la restauración de los derechos de propiedad y de garantías para la inversión como se empezó a hacer en China hace 40 años, como parte de un plan de desarrollo. El chavismo no tiene proyecto de país.
No está haciendo lo que hace casi 100 años hizo Vladimir Lenin en la Rusia soviética luego que el primer ensayo del comunismo de guerra dejara millones de muertos por inanición, y otros millones de rusos emigrando para huir del hambre y la violencia. En 1922 Lenin concibió y aplicó lo que bautizó como la Nueva Política Económica, que no fue otra cosa que restablecer los mecanismos de libre mercado en la devastada Rusia que resultaron como un bálsamo. Aquello se planteó como un paso hacia atrás para luego avanzar dos hacia adelante. Es decir, una pausa antes de seguir la senda hacia el socialismo.
Maduro ni siquiera se ha planteado esto en su discurso. Ni siquiera como coartada. Ha optado por permitir la liberación de áreas completas de la economía pero de contrabando. Sin decir que lo hace.
Ha podido realizar algún evento político y decirle a su público: “Por culpa de las sanciones, dadas las circunstancias, debemos tomar tales y cuales medidas. Pero son sólo tácticas. El proyecto del socialismo bolivariano sigue”.
A la mano tenía el ejemplo de los comunistas chinos y vietnamitas que vendieron sus respectivas aperturas al capitalismo con la marca de “socialismo con características nacionales” y todos contentos.
Nada de eso. Su concepción pública del problema se reduce a seguir vendiendo el petro y las cajas de comida CLAP como las panaceas. La sospecha es que detrás de eso no hay un plan de gobierno sino un negocio personal.
Eso sí, manteniendo bien lejos a los radicales como Alfredo Serrano Mancilla y Pascualina Curcio.
De modo que Maduro no tiene una estrategia económica. Sólo permite que las cosas ocurran. Que se imponga la inercia. Que se dolarice la vida cotidiana. Va a consentir una radical privatización del petróleo, desmontando toda la política petrolera de Chávez, por ese motivo.
Las cosas se están desarrollando así por una razón: el Estado chavista está colapsado. Cada vez puede controlar menos. La recaudación fiscal no existe. Los órganos que aparentan cumplir esa función operan por inercia y sus funcionarios cobran comisiones personales para otorgar los permisos correspondientes.
En un área tan crítica para el sostenimiento del régimen como lo es el Ejército muchos oficiales venden equipos y suministros para alimentar a la tropa. Las deserciones no se detienen ni en ese componente ni en la Guardia Nacional. Y eso que los militares son los privilegiados del régimen.
Maduro no tiene un plan económico. Su apertura económica no viene acompañada de la restauración de los derechos de propiedad y de garantías para la inversión como se empezó a hacer en China hace 40 años, como parte de un plan de desarrollo. El chavismo no tiene proyecto de país.
Maduro no es Lenin y mucho menos Deng Xiaoping.