Pedro Benítez (ALN).- Si una estrategia no funciona o deja de funcionar hay que cambiarla. En su propósito por seguir en el poder Nicolás Maduro cambia de estrategia. Si tiene que “ofrecerse” al corazón del capitalismo mundial lo hace sin rubor. Pragmatismo duro y puro. Algo que nos recuerda que la oposición venezolana debería también cambiar la suya.
El medio es el mensaje decía el teórico de la comunicación Marshall McLuhan. Tanto Nicolás Maduro como su vicepresidente del área Económica y ministro de Petróleo, Tarek El Aissami, han escogido cuidadosamente el medio para mandarle un mensaje al corazón del capitalismo estadounidense. Bloomberg Televisión, el canal internacional que emite noticias sobre negocios, propiedad de la compañía homónima de asesoría financiera y bursátil con sede en Nueva York.
Las entrevistas concertadas con ellos que ese medio ha difundido en las últimas horas son una nueva vuelta de tuerca en la estrategia que se han trazado. Invocan abiertamente el regreso de las inversiones provenientes de Estados Unidos a Venezuela en el sector petrolero. “Es hora de llegar a un acuerdo”. De “ganar mucho dinero”. Condiciones inmejorables en una tierra de inagotables recursos naturales. Esa es la zanahoria que ofrecen a cambio de que, eso sí, la Casa Blanca levante las sanciones. Ese es el trato. Razonable. Para ello necesitan un lobby. ¿Qué otro mejor en Estados Unidos sino Wall Street?
Nada de salvar a la especie humana, transformar la realidad global y combatir el neoliberalismo. En el alto mando chavista nadie se acuerda por estos días del Plan de la Patria porque de la abundancia del corazón habla la boca: “Ley Antibloqueo”, proyecto de Zonas Económicas Especiales (ZEE) y una vaga promesa de revertir las expropiaciones. Algún calificado vocero cercano al primer mandatario ha dicho que “de repente alguna expropiación fue injusta”.
Es decir, se confirma lo que se sabe, Maduro y compañía siguen en su firme propósito de enterrar, al menos en sus aspectos económicos, el Socialismo del siglo XXI que su antecesor y fundador del movimiento empezó a imponerle a Venezuela por allá en 2005. Un cambio de estrategia ante las circunstancias.
MANTENERSE EN EL PODER
De lo que se trata es de mantenerse en el poder. Así sea recibiendo a los capitalistas explotadores en otra época denostados. Hay prioridades. Pragmatismo puro y duro. Después de todo, no son el primer grupo de autodenominados revolucionarios que hacen lo mismo.
En sus primeros seis años en la presidencia Maduro postró hasta niveles insólitos a la economía venezolana aferrado a su compromiso de defender el “legado” de su predecesor, persuadido que ese era su seguro para sobrevivir en el poder. Ahora lo entierra para mantenerse en el poder. Así de sencillo, no hay que darle más vueltas.
Eso sí, a todas luces no cuenta con un equipo profesional para llevar a cabo este giro. Los ejecutores de este plan son todos aliados políticos y fieles funcionarios sin formación profesional en el área de las ciencias económicas, ni con una trayectoria exitosa en la gestión pública. A la vista está. En el chavismo no hay un funcionariado tecnocrático del cual países como China, o el pequeño Singapur, (los nuevos modelos) hacen gala o que en otros tiempos tuvo el viejo PRI mexicano. Este es uno (solo uno) de los puntos débiles del plan de “apertura” económica de Maduro. Consecuencia a su vez de su estilo de mandar, y de la continua persecución que el chavismo emprendió contra la clase media profesional venezolana casi desde de su llegada al poder.
Un ejemplo de esto lo da el propio ministro de Petróleo, Tarek El Aissami. En la entrevista a Bloomberg asegura que la producción petrolera venezolana se cuadruplicará en este 2021. Más o menos la misma promesa que hizo su predecesor en ese cargo Manuel Quevedo. Un general activo, sin ninguna experiencia o formación profesional en el sector, que ostentó al mismo tiempo, la presidencia de Petróleos de Venezuela (PDVSA) desde noviembre de 2017.
Una y otra vez Quevedo reiteró en sus dos años y cinco meses al frente de la industria petrolera nacional que la producción de esta se incrementaría. Concretamente aseguró que subiría en 500 mil barriles por día en 2018. Sin explicar cómo. Mágicamente. En 2019 reeditó la promesa (un costumbre muy chavista). El escepticismo de los analistas del sector se vio ampliamente superado pues, muy por el contrario, la producción petrolera venezolana se desplomó a niveles no vistos desde mediados del siglo XX.
EL PASO FATAL DE QUEVEDO
El paso del citado funcionario militar por el área vital de la economía venezolana fue fatal. En el relato oficial, y oficioso, la responsabilidad de esa debacle se ha atribuido a los efectos de las sanciones económicas estadounidenses. Sin embargo, ante los ojos del propio Maduro esa no fue excusa suficiente para exculpar al general petrolero de su fracaso. En abril de 2020 fue desplazado repentinamente de sus cargos, sin honras ni reconocimientos por la labor prestada, por El Aissami en el ministerio y por Asdrúbal Chávez, (un ingeniero químico con experiencia en el industria) en PDVSA.
Desde entonces a esta parte, El Aissami ha cumplido una labor fundamentalmente política. Servir de puente con los aliados iraníes cuyos buques de gasolina han aliviado las terribles dificultades en el suministro de combustibles que padece la población en Venezuela. Eso ha reforzado, evidentemente, su posición dentro del régimen.
Sin embargo, tal como pasó con Quevedo sus anuncios lucen excesivamente optimistas, por no decir irreales. Después de todo, ni los aliados rusos y chinos han podido levantar la producción petrolera venezolana o manejar el parque de refinación nacional de manera que, al menos, satisfaga las necesidades domésticas.
No obstante, Maduro y El Aissami tienen algo más claro que el agua. Necesitan cambiar su manejo de la economía y necesitan de Estados Unidos. La revolución de los 360 grados. Eso es, con toda seguridad, el consejo que desde los gobiernos de Rusia y China le han dado. Hay que llegar a un acuerdo. El cómo no está muy claro, pero en esas están.
En ese propósito Maduro no tiene mayor oposición a su izquierda. Sus críticos desde ese político dentro del país son impotentes. Puede decirle a Wall Street que “Venezuela se va a convertir en la tierra de las oportunidades”. Para que no quede dudas agregar: “Invito a los inversionistas estadounidenses, no se queden atrás”. Todo eso con el beneplácito y comprensión de la izquierda caviar y académica de Estados Unidos y Europa. Si lo mismo lo dijeran Sebastián Piñera o Iván Duque ya los medios progresistas los estarían crucificando.
De modo que está cambiando su estrategia para seguir en el poder, porque puede y lo necesita. A todas estas vale preguntarse si la oposición venezolana debe, puede o quiere cambiar la suya para desplazarlo del poder. Las respuestas a las primeras preguntas es que sí. La tercera no parece tan clara. Aunque, curiosamente, tal como ocurre con Maduro las circunstancias la van empujando.
Sin confesarlo son cada vez más los dirigentes opositores que se aprestan a presentarse como candidatos en las elecciones regionales previstas para este año con Maduro en el poder. Sin invocar hipotéticas e improbables intervenciones externas.
Lo harán porque la realidad así lo impone. Pero sin la misma convicción con que Maduro ha dado su giro. Y esto, para la causa del cambio democrático en Venezuela, no es auspicioso. Cambiar de opinión no es un crimen ni una estrategia un delito. No hacerlo cuando todas las evidencias lo aconsejan sí lo es.