Pedro Benítez (ALN).- La “unión cívico-militar” de la que por años se ufanó el chavismo como parte de su estrategia de hacer de la Fuerza Armada Nacional (FAN) el brazo armado del partido oficial, ha terminado en la represión sin límites de esa misma FAN. Tal como en el caso de las dictaduras comunistas, el auténtico enemigo es el descontento militar que Nicolás Maduro pretende aplacar por medio del terrorismo de Estado.
El fallecimiento del capitán de corbeta de la Fuerza Armada Nacional venezolana (FAN) Rafael Ramón Acosta Arévalo, luego de haber sido víctima de brutales torturas en los calabozos de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM), no ha sido un hecho casual. Es consecuencia de la estructura de terrorismo de Estado de la que se vale Nicolás Maduro para intentar mantener a la FAN bajo control.
La tortura, los tratos crueles y degradantes son un mensaje que los organismos represivos envían al resto de la sociedad y en este caso concreto a la institución militar. La idea es sembrar medio. Controlar por medio del terror. Por eso no se busca ocultar el hecho de que en la DGCIM se tortura; por el contrario, los que están en la cúpula de la dictadura madurista necesitan que se sepa.
Maduro y el círculo que lo rodea están dispuestos a pagar el costo político resultante. Actuar despiadadamente es lo que ellos consideran que los sostiene aún en el poder, aunque esa conducta muy probablemente termine siendo contraproducente para sus propósitos.
El asesinato físico del capitán Acosta Arévalo fue precedido por su asesinato moral a través de la red de medios públicos y las acusaciones del ministro de Información de Maduro, Jorge Rodríguez.
Un patrón de conducta que se ha repetido a lo largo de los años con centenares de detenidos (en realidad secuestrados sin fórmula de juicio) por razones políticas, civiles y militares.
Este es el expediente que aplica Maduro para que el evidente descontento que hay en los cuarteles de Venezuela (reflejo a su vez del que hay en las calles) no lo saque del poder.
La “unión cívico-militar” de la que por años se ufanó el chavismo como parte de su estrategia destinada a hacer de la FAN el brazo armado del partido oficial, ha terminado en la represión sin límites de esa misma FAN.
Desde la detención en 2009 del general y exministro de la Defensa Raúl Isaías Baduel, la vigilancia y desconfianza de los oficiales han ido creciendo en la misma proporción que la deriva autoritaria del régimen chavista.
Con esto se repite una historia parecida a la de la Gran Purga de 1937 en la Unión Soviética cuando por orden de Iósif Stalin fueron fusilados 30.000 oficiales del Ejército Rojo, incluyendo a tres de cinco mariscales y más de un centenar de generales. En Cuba el símbolo de ese tipo de control por medio del terror fue el juicio (fusilamiento moral) y posterior ejecución en 1989 del general Arnaldo Ochoa, hasta la víspera héroe de las fuerzas militares cubanas en la guerra de Angola.
En ese tipo de dictaduras (que son el modelo de Maduro) el enemigo es la misma fuerza que en última instancia sostiene al régimen: el Ejército. De sus miembros siempre hay que desconfiar. Esa es la paradoja.
Uno de los aspectos de esa estrategia represiva es hacer sentir que nadie está a salvo, incluso en los niveles de gobierno más altos. La desconfianza y el miedo deben envolverlo todo.
Ese es el esquema que los cubanos aprendieron en Europa Oriental y que trasladaron a Venezuela cuando gobernaba Hugo Chávez.
Aunque cierta leyenda urbana en Venezuela ha pretendido hacer creer que los organismos de inteligencia y contrainteligencia del país son controlados por cubanos, así como los mismos esbirros encargados de aplicar todo tipo de torturas y suplicios, las evidencias indican lo contrario.
Los represores y los torturadores son tan venezolanos como sus víctimas. Lo que sí han hecho los agentes cubanos es cumplir eficientemente el papel de asesores de la crueldad.
Así se ha pretendido sembrar el miedo en toda la sociedad a fin de reforzar los mecanismos de control social que incluyen a los activistas del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) que distribuyen los CLAP entre sus vecinos, o el hoy fenecido control de cambios.
El informe Bachelet
Así por ejemplo, el informe de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Michelle Bachelet, indica que sólo en 2018 ocurrieron en Venezuela 5.287 muertes “por resistencia a la autoridad”, es decir, ejecuciones extrajudiciales, por parte de las siniestras Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) adscritas a la Policía Nacional Bolivariana.
El informe de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Michelle Bachelet, indica que sólo en 2018 ocurrieron en Venezuela 5.287 muertes “por resistencia a la autoridad”, es decir, ejecuciones extrajudiciales, por parte de las siniestras Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) adscritas a la Policía Nacional Bolivariana.
Ya la exfiscal general Luisa Ortega Díaz, elegida y reelegida por las mayorías chavistas en la Asamblea Nacional (AN) en 2007 y 2014, ha sustanciado más de 8.200 ejecuciones por los distintos cuerpos de seguridad y por el mismo procedimiento, sólo entre 2015 y 2017.
Las dos cifras por separado superan de lejos el número de desaparecidos y ejecutados en los 17 años de la dictadura militar chilena, y hacen al de Maduro uno de los regímenes más represivos que ha conocido el continente americano en tiempos modernos.
Aunque el pretexto de estas acciones ha sido combatir el delito, la realidad es que la función de las FAES ha sido sembrar el terror en los barrios más pobres de las ciudades de Venezuela a fin de aplacar cualquier ola de protestas masivas.
Sin embargo, y pese a todo lo anterior, la gran diferencia con Cuba, es que a lo largo de los años una parte importante de la sociedad venezolana no se ha dejado someter. El desafío presentado por Juan Guaidó de enero pasado a esta fecha es parte de esa resistencia social y política.
En Venezuela no se ha instaurado un Estado totalitario porque el país no se ha dejado. Está por verse si la FAN tampoco se deja someter definitivamente por el terror. Hay elementos de juicio para pensar que no será así.