Pedro Benítez (ALN).- El viaje del canciller de Nicolás Maduro, Jorge Arreaza, a Siria es un chantaje del régimen a la comunidad democrática internacional y a los venezolanos: Si intentan sacarme haré de Venezuela la Siria de América del Sur. ¿Pero puede cumplir esa amenaza?
Cada día queda más claro en qué campo se ubica Nicolás Maduro, y es claramente en el de los dictadores. Estos son sus mejores amigos. En ese sentido el viaje de su canciller, Jorge Arreaza, a Siria es revelador de la naturaleza del régimen.
Este, por medio de su cuenta de Twitter, ha alabado las supuestas virtudes de Bashar Al-Assad, el presidente sirio bajo cuyo mandato su país ha sido destruido con el solo propósito de mantenerse en el poder. El mismo gobernante que en 2011 (origen de esa guerra civil) no dudó en aplastar una ola de protestas de la población civil siria demandando el fin de su dictadura familiar.
“Inmenso honor haber sido recibidos por el hermano Presidente de la República Árabe Siria, Bashar Al-Assad. Cuánta experiencia, sabiduría y consejos para la resistencia, la victoria y la Paz. Le transmitimos el abrazo solidario del Presidente Nicolás Maduro. ¡Que viva Siria!”, escribió Arreaza en Twitter.
Cada día queda más claro en qué campo se ubica Nicolás Maduro, y es claramente en el de los dictadores. Estos son sus mejores amigos. En ese sentido el viaje de su canciller, Jorge Arreaza, a Siria es revelador de la naturaleza del régimen
Pero este también es un mensaje. Un mensaje que envía al mundo y los venezolanos. Repetir entre las orillas del mar Caribe y la selva del Amazonas el mismo tipo de atroz guerra civil que ha asolado a Siria con todas las secuelas que puede provocar en Suramérica.
Los destinarios de este mensaje son principalmente Colombia (el país que aparte de Venezuela más ha perdido y puede seguir perdiendo por la situación venezolana) y el propio Ejército venezolano.
Esta última afirmación puede sorprender, en particular al observador extranjero. Después de todo el chavismo lleva años vendiendo la consigna de la unión cívico-militar. Primero Hugo Chávez y luego Maduro otorgaron enormes espacios de poder político y económico a los altos oficiales de la Fuerza Armada Nacional (FAN) haciéndola parte integral del régimen, cuando no corrompiendo a muchos de sus altos mandos.
Pero lo cierto es que, pese a todo lo anterior, Hugo Chávez y ahora Maduro han desconfiado siempre de la FAN, en particular de su componente históricamente central, el Ejército, única fuerza que los podía desalojar violentamente del poder.
De hecho, este 2019 se inició con más militares activos presos (sospechosos de estar involucrados en algún tipo de conspiración) que civiles por causas políticas.
Fue por esa desconfianza que paralelamente Chávez armó a grupos de civiles afectos, ideológicamente radicalizados o cooptados de la delincuencia común, y posteriormente creó en 2007 la Milicia Bolivariana.
El expresidente se justificó usando el concepto de “pueblo en armas” y con el argumento de que esta es “una revolución pacífica pero armada”. Razón por la cual, además, dio puerta franca a grupos irregulares como las FARC, el ELN de Colombia y al extremismo del Medio Oriente.
Todo esto era (y es) un disuasivo. Si la FAN o parte de ella cayera en la tentación de repetir la vieja práctica del golpe de Estado tendría que enfrentar en teoría a esos grupos. Ha sido esa la amenaza de la guerra civil.
Y el otro destinatario de esa amenaza no es Estados Unidos, son los venezolanos a los que Maduro pretende dominar por el puro y simple miedo.
Diferencias entre Siria y Venezuela
¿Pero esta amenaza es real? ¿Puede Venezuela sumergirse en un escenario como el sirio?
La respuesta rápida es que sí. Esa posibilidad siempre existe. Sin embargo, al hacer las comparaciones entre Siria y Venezuela las diferencias son bien reveladoras.
A diferencia de Bashar Al-Assad, que al igual que su padre y antecesor cuenta con el fiel respaldo de los alauitas, uno de los grupos religiosos más importante en Siria, Maduro no tiene en Venezuela un apoyo similar. Son contextos muy distintos
Venezuela no tiene los problemas étnicos, religiosos y regionales que alimentaron la guerra interna siria. Otra diferencia por cierto con el caso libio.
Una de las razones por las cuales Estados Unidos (cuando era presidente Barack Obama) retrocedió en su presión militar sobre Al-Assad fue la aparición del Estado Islámico entre los posibles vencedores de la contienda. Esa era, por supuesto, una alternativa mucho peor. En un contexto totalmente distinto, un grupo radical de ese tipo no existe en Venezuela entre los adversarios de Maduro.
Pero por encima de lo mencionado la guerra civil siria fue posible porque el Ejercito (como en Libia) se dividió y se enfrentó.
Ese riesgo siempre existe en cualquier país con Fuerzas Armadas más o menos profesionales. Pero entre los militares venezolanos existe una tradición muy fuerte (y muy latinoamericana) de contar primero los cañones. Es decir, evitar a toda costa un enfrentamiento entre ellos. La FAN venezolana se ha caracterizado por evitar el conflicto. De allí el liderazgo que todavía conserva dentro de la institución el general Vladimir Padrino López, ministro de la Defensa desde 2014, a quien se le atribuye ser el hombre del equilibro.
Si se repasan todos los golpes de Estado en Venezuela (son unos cuantos) desde la creación del Ejército profesional bajo la égida de otro dictador, el general Juan Vicente Gómez, se podrá observar que evitar el conflicto interno ha sido una constante.
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Dos generales presidentes, Isaías Medina Angarita en 1945 y Marcos Pérez Jiménez en 1958, optaron por abandonar el poder antes que arriesgar al país al drama de una guerra civil a pesar de haber tenido aún apoyo armado para resistir.
No obstante, el mejor ejemplo es la insubordinación militar que sacó al propio Chávez del poder brevemente en abril de 2002, y la decisión de esos mismos militares de reponerlo en el poder. La lógica fue la misma. Evitar el enfrentamiento entre ellos.
El último factor a tener en cuenta es que la base social que respalda a Maduro y su régimen hoy es franca minoría en Venezuela.
A diferencia de Bashar Al-Assad, que al igual que su padre y antecesor cuenta con el fiel respaldo de los alauitas, uno de los grupos religiosos más importante en Siria, Maduro no tiene en Venezuela un apoyo similar. Son contextos muy distintos.
Las ansias imperiales de Putin
Según recientes estudios de opinión el apoyo a Maduro (que dispone del control de la televisora y de las emisoras de radio con mayor penetración) apenas ronda el 14% de la población. Pero ese no es el peor dato para el actual ocupante de la oficina presidencial de Miraflores. El peor es que se acercan al 80% los venezolanos no emigrados que lo quieren fuera del poder.
Hay razones para concluir que ese mismo descontento existe dentro de la institución militar, cuyos oficiales y sus familias padecen las mismas carencias que el resto de los venezolanos y no reciben los beneficios económicos que el régimen chavista ha dado a los altos mandos.
Luego de un mes de masivos apagones eléctricos y la consiguiente crisis de agua potable, con unos salarios ya pulverizados por la hiperinflación, el descontento contra Maduro en Venezuela es masivo. Entre civiles y militares. Lo único que aún lo sostiene en el poder es el miedo a su aparato de represión policial y parapolicial.
Si ese país descontento lograra superar la barrera del miedo el régimen no tendría cómo defenderse. No habría una guerra civil. Habría un derrumbe de todo el tinglado autoritario. Ese es el riesgo que corren Maduro y su grupo. Cabalgan todos los días sobre un tigre.
Es lógico que Maduro piense que si logra sobrevivir suficiente tiempo en el poder puede revertir ese descontento recuperando la economía. Pero es difícil que ahora logre o haga lo que no hizo desde 2013.
No obstante lo anterior, sí hay un factor que une lo ocurrido en la lejana Siria con Venezuela: las ansias imperiales del actual señor del Kremlin, Vladimir Putin.