Pedro Benítez (ALN).- Mauricio Macri está a pocos meses de alcanzar una verdadera victoria en términos históricos, no la reelección (que la tiene cuesta arriba) sino la de culminar su periodo presidencial. El primer presidente argentino no peronista en lograrlo en casi 90 años.
A poco más de cuatro meses de la primera vuelta para las elecciones, el presidente argentino Mauricio Macri encara la reelección con una gestión a sus espaldas que ha resultado decepcionante, incluso para sus más benevolentes críticos.
Luego de casi cuatro años, el gobierno de Macri no ha podido vencer los demonios económicos argentinos: inflación, devaluación, déficit fiscal e incremento del endeudamiento público. Por el contrario, ninguno de estos ha cesado de aumentar.
No ha llenado las expectativas de todos aquellos que dentro y fuera de Argentina esperaron que su gobierno adelantara las profundas reformas económicas que ese país necesitaba para superar la pesada herencia del despilfarro y corrupción de los años de gobierno de su antecesora en el cargo, la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Lo que para muchos fue su inesperado triunfo electoral de octubre de 2015, constituyó un duro revés para el eje castro-chavista que por más una década fue mayoría en los gobiernos de Latinoamérica. Pero también una oportunidad para que finalmente Argentina siguiera los pasos de las economías estrella de la región, Chile, Perú y Panamá, asumiendo un programa de reformas promercado.
Pero luego de casi cuatro años, el gobierno de Macri no ha podido vencer los demonios económicos argentinos: inflación, devaluación, déficit fiscal e incremento del endeudamiento público. Por el contrario, ninguno de estos ha cesado de aumentar. Sólo entre 2016 y 2017 la deuda soberana se incrementó en 42.000 millones de dólares.
Hoy la realidad económica y la pobreza en Argentina no son muy distintas a las de 2015. El gobierno de Macri no luce como un buen ejemplo a seguir. El crecimiento de ese país sigue estancado, con serias dificultades para generar divisas y baja productividad general.
El presidente argentino cayó desde el inicio de su gobierno en la típica trampa populista latinoamericana. Heredar un Estado hipertrofiado que succiona recursos de la sociedad a fin de mantener un masivo esquema de subsidios públicos que no sacan a los supuestos beneficiados de la pobreza, sino que por el contrario constituyen una gigantesca clientela cautiva. Con la coartada de “comprar” paz social se mantiene el ciclo perverso de improductividad, pobreza y votos de esa pobreza que sostienen políticamente la improductividad.
Para gobernantes como los Kirchner los pobres siempre serán electoralmente necesarios. Desmontar eso es como querer remodelar un edificio a punto de caer. Cualquier reforma implica la amenaza de que el techo se venga encima. Por ese motivo Macri optó por el gradualismo. Los resultados los vemos hoy.
Un claro error de política económica (en el que también incurrieron otros presidentes argentinos del pasado) fue el de utilizar el endeudamiento externo para intentar aplacar la inflación por medio de una manipulación del valor del dólar.
Inútilmente, puesto que la inflación y el dólar en Argentina siguen imparables. Algo que el exministro de Economía, y autor de la casi milagrosa recuperación de 2002 a 2005, Roberto Lavagna, había advertido. Para remate el mandatario regresó este año a las prácticas de controles de precios que una y otra vez han demostrado ser contraproducentes.
Sin embargo, y pese a todo lo anterior, Macri está a pocos meses de alcanzar una victoria política de carácter histórico: ser el primer presidente argentino no peronista en culminar todo su mandato constitucional desde 1930.
Raúl Alfonsín (1983-1989) y Fernando De la Rúa (1999-2001) se vieron obligados a renunciar antes de terminar el lapso de sus respectivas presidencias en medio del caos social promovido por crisis económicas, pero también por el acoso del sindicalismo peronista. Décadas antes los presidentes Arturo Frondizi (1958-1962) y Arturo Illia (1963-66) fueron víctimas de golpes de Estado militares en medio de circunstancias no muy distintas.
Y fue con el derrocamiento del histórico presidente Hipólito Yrigoyen en 1930 cuando comenzó el empantanamiento institucional que caracterizó a Argentina en el resto del siglo XX.
Ni gobernar ni dejar gobernar
Mauricio Macri está por romper con esa especie de maldición política. Ha logrado sobrevivir a cinco paros generales que fundamentalmente fueron de carácter político. Más que reivindicativos, que buscar mejorar los salarios de los afiliados sindicales, el objetivo era desalojarlo de la Casa Rosada, sede del Ejecutivo argentino.
Sin embargo, y aunque su legado económico no es brillante, Macri ha superado una prueba mucho mayor. La estabilidad institucional argentina es un requisito imprescindible para la recuperación de la economía que tarde o temprano llegará.
Parte del péndulo político del país austral consistía (por regla general) en gobiernos peronistas que desperdiciaban auges económicos hasta llevar al país a la quiebra, y luego en la oposición ese mismo peronismo se dedicaba a impedir que la siguiente administración pudiera corregir los estropicios heredados. Ni gobernar, ni dejar gobernar.
Sin duda Macri ha tenido una aliada involuntaria (aunque los argentinos más suspicaces sospechan que no sea tan involuntaria) en la expresidenta Kirchner. El estilo cínico con que ha encarado la lluvia de acusaciones judiciales que le ha caído encima a ella y a su entorno no ha impedido que siga contando con el apoyo de una parte de la sociedad y el rechazo visceral de la otra.
Esa polarización podría incluso dar la reelección a Mauricio Macri en medio de estas circunstancias. Sin embargo, y aunque su legado económico no es brillante, Macri ha superado una prueba mucho mayor. La estabilidad institucional argentina es un requisito imprescindible para la recuperación de la economía que tarde o temprano llegará. A la larga los resultados en política suelen ser cuestión de perspectiva histórica.