Pedro Benítez (ALN).- Según han revelado distintos medios de comunicación brasileros este próximo sábado el dos veces presidente y candidato a la reelección, Luis Ignacio Lula da Silva, publicará una carta abierta a la numerosa comunidad evangélica de ese país. En ella expresara sus compromisos con ese sector clave del electorado defensa de la libertad religiosa, comprometiéndose a no llevar al Congreso proyectos de ley que alteren normas de valores cristianos como la flexibilización de las reglas del aborto. El texto en cuestión habría sido redactado por la presidenta del Partido de los Trabajadores (PT), Gleisi Hoffmann, la exministra y excandidata presidencial Marina Silva, y dos pastores evangélicos aliados de Lula.
Oficialmente la motivación es responder a una campaña de noticias falsas en la que se afirma que, de volver al poder, Lula cerraría los templos evangélicos. Pero el veterano líder de la izquierda brasilera podría estar viendo en este escollo la oportunidad de recuperar terreno entre unos electores que le dieron un respaldo muy importante en sus victorias de los años 2002 y 2006.
Entre 60 y 70 millones (según la fuente que se consulte) de una población total de 215 millones de brasileros se declaran como pertenecientes a alguna de las distintas denominaciones evangélicas. Es el grupo religioso que más ha crecido en Brasil restándole creyentes a la Iglesia católica y a las religiones afro brasileras. Desde hace años casi todos los políticos los cortejan.
Pastores y ministros evangélicos se han postulado y ganado diversos cargos de elección popular, y hasta llegó a existir un partido político constituido por sus fieles. No obstante, Lula había sido el único líder político que logró arrastre nacional entre esos electores… hasta que apareció Jair Bolsonaro.
Según esa misma información el comando de campaña del expresidente estaría dividido sobre la pertinencia de la misiva pues un sector del PT rechaza caer en el terreno de mezclar la disputa política con la religión, tal como hacen sus adversarios. Sin embargo, detrás de esto se esconde la tensión existente entre la agenda social de la izquierda y la necesidad pragmática de no alejarse del creciente electorado evangélico muy conservador en temas sociales.
Este es un dilema que Lula en sus dos gobiernos y el ex presidente venezolano Hugo Chávez en su momento consiguieron resolver. Andrés Manuel López Obrador en México también lo ha venido haciendo. Los tres consiguieron el voto del grupo religioso con el crecimiento más rápido en Latinoamérica presentándose como líderes de izquierda. El truco consistió en mezclar el mesianismo personal de cada uno con un discreto conservadurismo social.
En Brasil esa magia se rompió en 2010 y no por el lado de los evangélicos sino de la jerarquía católica. Fue el obispo emérito de la Diócesis de Guarulhos, Luiz Gonzaga, quien cuestionó la agenda de la entonces candidata del PT a la presidencia Dilma Rousseff en temas como el aborto, la uniones homosexuales y la legalización de la drogas. Desde entonces los distintos estudios de opinión en ese país indican que un 60% de los brasileros tienen opiniones moderadamente conservadoras al respecto; se oponen al aborto libre, a la despenalización de las drogas, pero no a las uniones de parejas del mismo sexo.
El actual presidente es el primer político que ganó una elección nacional asumiendo abiertamente una agenda conservadora. Aunque él se confiesa como católico, su esposa Michell es una activa evangélica. Su presencia pública fue muy discreta durante estos tres años de Gobierno hasta que en la recta final de la campaña para la primera vuelta, con diez puntos abajo en casi todas las encuestas, los estrategas de Bolsonaro decidieron hacer uso de ella a fin de dirigirse a las mujeres pobres y evangélicas. Un video de Michell Bolsonaro parece que fue muy efectivo hasta que el Tribunal Electoral Federal decidió suspenderlo por violar las normas electorales. En Brasil ningún apoyo individual puede ocupar más del 25% de tiempo en televisión de la publicidad en favor de una candidatura.
La respuesta del lado del lulismo ha sido darle más visibilidad a la tercera esposa de Lula, la socióloga Rosângela da Silva, “Janga”, una antigua afiliada del PT.
Como se podrá apreciar Lula no está dispuesto a ceder terreno alguno a un Bolsonaro que tomó un segundo aire luego del pasado 2 de octubre.
Lula ha armado una gran alianza que va de la izquierda a la derecha como un bloque en defensa de la democracia. La misma incluye a todos sus antiguos contrincantes, empezando por el expresidente Fernando Henrique Cardoso y su actual candidato a vicepresidente Geraldo Alckmin. Por su parte, Bolsonaro ha conseguido el apoyo de los gobernadores de estados con más electores, incluyendo el decisivo Minas Geraes. Desde el regreso de la democracia nadie ha ganado la presidencia sin imponerse en este estado. Bolsonaro lo ganó en 2018, pero lo perdió el pasado 2 de octubre. También cuenta con el respaldo no menos importante de las principales estrellas del fútbol brasilero.
Por lo tanto, todo parece indicar que se trata de una pelea muy cerrada. Así, por ejemplo, pese al impresionante avance de los candidatos y aliados del bolsonarismo en los estados más poblados de Brasil en las elecciones de la primera vuelta, el PT fue el que más gobernadores eligió en todo el país. También la fórmula Lula/Alckmin se impuso en varias ciudades importantes como Belo Horizonte, que Bolsonaro había ganado en 2018. Y por vez primera desde 2006 el PT ganó en el área metropolitana de Sao Paulo (lugar donde nació el partido en 1980) aunque perdió el estado.
Al parecer Lula no puede conseguir muchos más votos en sus bastiones del nordeste y por lo tanto intenta detener el avance de Bolsonaro en el sudeste donde se acumulan el grueso de los votos indecisos e intenta arrancarle antiguos votantes, que este caso son los evangélicos, un sector en que después todo la campaña Lula estima haber obtenido 11 millones de votos en la primera vuelta.
Parafraseando: el Palacio de Planalto bien vale una misa.
@Pedrobenitezf