Pedro Benítez (ALN).- Se suponía que en la reciente reunión de jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), efectuada en Buenos Aires, el reelegido presidente Brasil, Luis Ignacio Lula da Silva reasumiría su liderazgo continental; al menos, así lo concibió su colega y anfitrión el argentino Alberto Fernández.
Condimentaba la ocasión el reciente asalto a las sedes de los poderes públicos en Brasil por parte de hordas bolsonaristas con el propósito de instigar un golpe de Estado. Así pues, Lula se ha presentado en Buenos Aires al frente de una causa en defensa de la democracia amenazada por la derecha y la extrema derecha.
Se esperaba que el prestigio del brasileño garantizaría una excelente convocatoria por parte de los mandatarios del hemisferio deseos de retratarse con él y subirse al carro del vencedor. Sin embargo, las cosas no han resultado ser exactamente así.
Con expectativas económicas y políticas muy negativas en un año electoral, el respaldo de Lula es muy importante para la coalición gobernante en la Argentina, pero en particular para el presidente Fernández, que con apenas 6% de respaldo ciudadano en las encuestas, no cuenta ni siquiera con el apoyo de su propio grupo de cara a postularse a la reelección. En Buenos Aires es un secreto a voces que él y su vicepresidenta (y verdadera jefa de la alianza oficialista) ni siquiera se dirigen la palabra.
Por su parte, para Lula esta es una oportunidad para agradecer el apoyo solidario que durante años recibió de sus amigos peronistas que, también, son sus principales aliados en el continente. No por casualidad esta es su primera visita al exterior desde que tomó posesión de su cargo el pasado 1ero de enero.
Es más, se podría decir que uno de los principales retos de la política exterior de Lula (no de Brasil, sino de él) es que el kirchnerismo no salga de la Casa Rosada (sede del Ejecutivo argentino) en las elecciones presidenciales de este año.
Una tarea cuesta arriba
Sin embargo, esa es una tarea que luce hoy bastante cuesta arriba. El gobierno argentino celebra, como la más importante victoria nacional después de ganar la Copa Mundial de fútbol, que en 2022 la inflación acumulada no pasó del 100%. Esa es la inflación más alta que registra ese país desde 1991, cuando la Convertibilidad lo sacó de la hiperinflación, es la más alta del continente americano sólo por detrás de Venezuela y la cuarta mayor del mundo justo detrás de Sudán y Zimbabue. Ese “logró” fue posible mediante una maraña de controles de precios, subsidios, tipo de cambio distintos, emisión y compra de bonos a fin de manipular la liquidez monetaria. Todo eso apuntando a un año electoral en cual ningún gobierno del mundo tiene incentivos para equilibrar sus gastos. Es decir, Argentina está, otra vez, en la típica crisis latinoamericana que precede a los grandes, socialmente terribles y políticamente costosos, ajustes económicos o las hiperinflaciones, todavía más catastróficas.
El actual ministro de Economía, Sergio Massa, un experimentado político peronista, ha pasado meses haciendo equilibrismo a fin de evitar que la bomba estalle, al menos este año. Por si no fuera suficiente, la sequía ha dañado importantes cosechas de cereales, principal fuente de divisas del país. Si el dólar y los precios se salen de control el gobierno kirchnerista se termina. Es el fin. En Argentina esa situación tiene precedentes. A María Estela Martínez de Perón en 1976 la tumbaron los militares, Raúl Alfonsín en 1989 adelantó la entrega del mando y Fernando de la Rúa renunció en diciembre 2001. A todos los precedió un colapso económico. Es lo que está planteado hoy.
En resumen, el gobierno argentino se encuentra en la cuerda floja.
El poder nunca es inocente
En ese marco es que se presenta Lula a dar una mano con la ventaja de tener una economía varias veces más grande que la argentina y con 300 mil millones de dólares de reservas. Y es así como acaricia la posibilidad de crear una moneda “común”, propuesta presentada por Massa y su par brasileño, Fernando Haddad, durante estas reuniones bilaterales de la Celac, pero que ha sido recibida con mucho escepticismo por parte de los economistas de ambos países. ¿Cómo coordinar las políticas fiscales y monetarias entre vecinos que se encuentran en situaciones económicas tan distintas?
La coartada que Lula y Haddad han presentado en Brasil es que esa moneda sería una manera de garantizar los pagos de los proveedores de ese país a la Argentina. Pero, el poder nunca es inocente. No hay que descartar que estén pensado en alguna maniobra monetaria de las que se hicieron en los dos países en el pasado (plan Austral o plan Cruzado) que, con el respaldo del real brasileño, estabilice de golpe lo precios en Argentina y reestablezca, aunque sea momentáneamente, pero suficiente para llegar a las elecciones presidenciales, la confianza y las expectativas del público. Así, el kirchnerismo, de la mano muy probablemente de Massa llegaría en condiciones electoralmente competitivas a octubre.
La limitación más importante para Lula de ejecutar ese propósito vendría del Congreso de Brasil, donde no tiene mayoría y de su propio Gabinete, aunque Haddad es un hombre de su más absoluta confianza. Además, el mandatario brasileño está cumpliendo el papel de mediador dentro de la coalición kirchnerista intercediendo en las deterioradas relaciones del presidente y la vicepresidenta. Porque en el actual contexto latinoamericano, Lula necesita a Argentina. Esta es no es la región de la Cumbre de Mar del Plata de 2005 cuando Néstor Kirchner, Hugo Chávez y el propio Lula, montados sobre la ola de los precios de la materias primas, eran una potente alianza que en paró el proyecto de crear una área de libre comercio para el continente que en aquella oportunidad presentaron los presidentes de México y Estados Unidos, Vicente Fox y George W. Bush.
El tiempo no pasa en vano
Esta reunión de la Celac ha puesto en evidencia que el tiempo no pasa en vano. A diferencia de aquella época esta vez no hay un proyecto político continental en marcha.
El que se suponía sería el otro gran nuevo aliado, Andrés Manuel López Obrador no asistió. El presidente de México en cuatro años de presidencia sólo ha salido de su país dos veces para visitar Washington. Esto de cumbres no es lo de él. Los mandatarios de Nicaragua y Venezuela tampoco asistieron, pero no por falta de interés.
Y el cubano Miguel Díaz-Canel sí hizo acto de presencia pero como que no hubiera asistido. A diferencia de los hermanos Castro no despierta interés alguno.
En medio de las ausencias, agendas distintas y diatribas alrededor de la reunión de mandatarios, hay que destacar las intervenciones de dos:
El chileno Gabriel Boric, al que su inexperiencia le ha hecho trastabillar una y otra vez dentro de su país, pero al que habrá que reconocerle su coherencia en el tema de la defensa de los Derechos Humanos (aunque esta vez obvió el tema cubano) y la del uruguayo Luis Lacalle Pou, que como ocurrió en septiembre de 2021 en Ciudad de México, en otra reunían de la Celac, volvió a poner el dedo en la llaga.
Críticas directas
En aquella ocasión protagonizó un sonado choque verbal con su homólogo cubano Díaz-Canel al que le leyó parte de la letra de la canción “Patria y Vida”, que se convirtió en un himno durante las fuertes protestas que se desataron en Cuba en julio de ese año. Es lo único que se recuerda de una cumbre a la que no asistieron ni Jair Bolsonaro ni Alberto Fernández. El primero porque en uno de sus desplantes se retiró de la Celac, el argentino porque a última canceló su presencia.
Ahora Lacalle Pou dirigió entre líneas su intervención a los presidentes de sus dos grandes vecinos, protagonista y anfitrión de este encuentro. Quedó muy claro, a quienes se refería cuando expresó que este “no puede ser un club de amigos”, “ni un foro ideológico”. Y que “hay países acá que no respetan ni la democracia, ni las instituciones, ni los derechos humanos”. Un recordatorio dirigido a Lula y a Fernández (entre otros) que horrorizados, con toda razón, con la reaparición de una derecha antidemocrática en América, no manifiestan el mismo horror ante regímenes autoritarios de su mismo signo ideológico establecidos en el vecindario.
Cuenta a su favor el uruguayo con la ventaja moral de que no lo pueden acusar de ser un Bolsonaro. Todavía está muy fresco en la memoria de todos su gesto de presentarse con dos de sus predecesores en el cargo, y viejos rivales políticos dentro de Uruguay, los ex presidentes José “Pepe” Mujica y Julio María Sanguinetti, en la toma de posesión de Lula en Brasilia, lo que marcó fuerte contraste con la ausencia del presidente saliente Bolsonaro. Por cierto, el mismo contraste con la misma actitud que tuvo Cristina Kirchner que tampoco le entregó la banda presidencial a Mauricio Macri en diciembre de 2015.
Alguien que tenía que recordar esas incoherencias.
Los reclamos de Lacalle Pou
Uruguay tiene, además, un contencioso que lleva años con el gobierno argentino a quien considera la causa del excesivo proteccionismo comercial que caracteriza al Mercosur y del fracaso del acuerdo de libre comercio con Europa. Lacalle Pou reclama mayor libertad comercial y amenaza, que si sus enormes vecinos no lo hacen, Uruguay por su lado firmará un tratado de libre comercio con China, que tiene interés en poner un nuevo pie en Sudamérica.
La respuesta de Sergio Massa fue referirse a Uruguay como “el Hermano menor de Argentina y Brasil”; por supuesto, al ministro de economía argentino se le olvidó tomar en cuenta que, a diferencia de su país, Uruguay tiene baja inflación, no tiene déficit fiscal, tiene un Banco Central autónomo y, para sus dimensiones, le sobran dólares.
El que sí tomó en serio la amenaza fue el canciller brasileño, Mauro Vieira, quien insinuó, en una entrevista divulgada por Folha de São Paulo, que un eventual acuerdo de libre comercio entre Uruguay y China, con tarifas inferiores al arancel externo común, podría suponer el fin del Mercosur. Algo que ni el propio Bolsonaro, pese a sus amenazas, llegó a hacer.
Ese el juego; no hay que perder de vista, en todo esto, que un pequeño país hace uso de lo que tiene a la mano ante vecinos mucho mayores. En cierta forma esa es la historia de Uruguay desde los días en que logró su independencia entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y el imperio de Brasil en 1828.