Rogelio Núñez (ALN).- En este nuevo decenio la división bloquea algunos procesos (OEA y Celac) y la fragmentación condena a la extinción de otros (Prosur, Unasur y ALBA). América Latina se ve recorrida por fracturas transversales plasmadas en la pugna entre el Grupo de Lima y el Grupo de Puebla con la crisis de Venezuela recorriendo todas y cada una de las fracturas regionales. La Alianza del Pacífico luce con mejores opciones de futuro, pero condicionada por la necesidad de dar un salto cualitativo para no caer en una inercia paralizante.
2020 se perfila como un año importante para redefinir los diferentes y múltiples procesos de integración latinoamericana. Una integración que, sin embargo, va a seguir lastrada por la polarización ideológica y la fragmentación que se alzan como los principales obstáculos para construir procesos e instituciones integradoras a escala regional. En realidad, es año nuevo con vida vieja ya que se trata de las históricas rémoras que han convertido a la integración latinoamericana en un constante trabajo de Sísifo.
En este nuevo decenio la división bloquea algunos procesos (OEA y Celac) y la fragmentación condena a la extinción a otros (Prosur, Unasur y ALBA). América Latina se ve recorrida por fracturas transversales plasmadas en la pugna entre el Grupo de Lima y el Grupo de Puebla con la crisis de Venezuela recorriendo todas y cada una de las fracturas regionales. La Alianza del Pacífico luce con mejores opciones de futuro, pero condicionada por la necesidad de dar un salto cualitativo para no caer en una inercia paralizante.
Guerra Fría en la OEA
Es un año clave para la Organización de Estados Americanos (OEA), que ha cumplido un papel tan importante y, a la vez, tan polémico en las crisis de Venezuela y Bolivia. La designación del nuevo secretario general está prevista para el 20 de marzo de 2020 en una Asamblea General, foro en el que participan los 34 países que son miembros activos de la OEA (Cuba es integrante pero no participa desde 1962) y en el que resulta ganador quien reúne, al menos, 18 votos.
La elección va a escenificar la división y fractura que recorre la región y que tiene su epicentro en Venezuela, entre quienes se colocan a favor del gobierno de Nicolás Maduro y quienes se alinean con Juan Guaidó.
Tres candidatos, entre ellos el titular, Luis Almagro, aspiran a dirigir este organismo. En esta ocasión, el proceso no seguirá la tradición ya que por primera vez dos de los candidatos -Almagro (uruguayo) y María Fernanda Espinosa (ecuatoriana)- no son postulados por sus países de origen sino que lo hacen a título individual.
Almagro es el candidato situado en la órbita del antichavismo (le respalda el presidente de Colombia, Iván Duque) frente a la ecuatoriana María Fernanda Espinosa, quien se alinea claramente dentro del prochavismo: fue canciller de Rafael Correa desde 2007 a 2019 y es respaldada por países vinculados a la Venezuela madurista a través de Petrocaribe (Antigua, San Vicente y las Granadinas). El otro candidato es el embajador peruano en Estados Unidos, Hugo de Zela, quien es apoyado por el presidente Martín Vizcarra y que se perfila como el favorito de México y Argentina.
La pugna Almagro-Espinosa es un nuevo capítulo de esa división latinoamericana que se ha concretado en la formación de dos bandos: el Grupo de Lima y el Grupo de Puebla.
El Grupo de Puebla, que se conformó en julio de 2019 y que en noviembre se reunió en la ciudad de Buenos Aires, cuenta con la presencia de más de 30 líderes de 12 países y se define como un contrapoder a los “gobiernos de derecha” en América Latina: “Nuestra región experimenta una nueva ola de gobiernos neoliberales que insisten en promover los intereses y privilegios de una élite socioeconómica a costillas del desarrollo de nuestros pueblos, frustrando sus posibilidades de desarrollo y bienestar social, a la vez que debilita nuestra soberanía, nuestras instituciones democráticas, el Estado de Derecho, la vigencia de los derechos humanos y el ambiente”.
Es un instrumento que reúne no a gobiernos sino a líderes y movimientos políticos como se vio en su última cita, donde entre los participantes convocados figuraban los expresidentes Dilma Rousseff, Rafael Correa, Fernando Lugo, José Mujica, Ernesto Samper, Leonel Fernández y el exprimer ministro español José Luis Rodríguez Zapatero. El entonces presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, fue el encargado de abrir el evento.
Frente al Grupo de Puebla, se alza el Grupo de Lima que es una herramienta conformada por gobiernos que se creó el 8 de agosto de 2017 con el objetivo enfrentar al gobierno de Nicolás Maduro. El Grupo de Lima, que se ha visto reforzado por la entrada en el mismo de Bolivia tras la caída de Evo Morales, respalda a Almagro.
Tras la última crisis venezolana Almagro salió a condenar los “sucesivos actos de violencia” contra la Asamblea Nacional de Venezuela, (“Repudiamos cualquier acción de usurpación realizada contraria a la legitimidad constitucional y a las mayorías de la AN”). Espinosa, que no se pronunció sobre lo ocurrido en Caracas, defiende como línea directriz de su proyecto el mantenimiento de una teórica equidistancia que finalmente favorece a Maduro: “Tenemos que ver cómo ser un canal de diálogo, pero también construir una agenda positiva. Lo grave es pensar en la OEA como un gran fiscal para decidir quién es bueno o malo y para profundizar la polarización y los desacuerdos. Creo que eso no ha resultado bien. El papel de un secretario general tiene que ir más allá de decir ‘voy a llamar a estos sí y a los otros no, o voy a reconocer a estos’. Es momento de hacer una evaluación seria, de relanzar una agenda mucho más integral, independiente del Estado A, B o C, y de cicatrizar esas diferencias y tener un espíritu mucho más abierto a la construcción de acuerdos. Es irrelevante mi posición si hay un cuerpo gobernante como el Consejo Permanente con voz y con voto”.
El renacimiento de la Celac
Si la OEA se encuentra partida por la crisis venezolana, algo parecido pasa con otras iniciativas integradoras. El investigador del Real Instituto Elcano, Carlos Malamud, en declaraciones a EFE, recuerda este hecho al destacar cómo Venezuela ha terminado afectando “la cuestión suramericana” y ha “acabado” con la Unasur y la Celac.
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, Celac, nació en 2010 como un proyecto alternativo a la OEA. La muerte de Hugo Chávez en 2013 y la decadencia de Lula da Silva, unidas a las divisiones regionales, la condenaron a la inoperancia.
Desde 2017, la Celac se encuentra paralizada a causa de la división ideológica nacida de las crisis en Venezuela y Nicaragua. Por un lado, se sitúan los integrantes del Grupo de Lima -formado por 13 países de la región, y Canadá-, que no reconocen al régimen de Nicolás Maduro y respaldan la aplicación de la Carta Democrática a Nicaragua.
Enfrente se colocan los miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), que respaldan al gobierno de Nicolás Maduro y al de Daniel Ortega en Nicaragua. Esta pugna ideológica ha dado como resultado la cancelación de diversas reuniones sectoriales, ministeriales e incluso, no fue posible celebrar la VI Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Celac ni en 2018 ni en 2019.
Desde la Cumbre Fundacional (celebrada en Caracas, el 3 de diciembre de 2011), la cita de Jefes de Estado y de Gobierno tuvo lugar de forma ininterrumpida durante siete años: la I, el 27 y 28 de enero de 2013 en Santiago de Chile; la II, el 28 y 29 de enero de 2014 en La Habana, Cuba; la III, el 28 y 29 de enero de 2015 en San José de Costa Rica; la IV, el 27 de enero de 2016 en Quito, Ecuador; y la V, el 24 y 25 de enero de 2017 en Punta Cana, República Dominicana. La VI Cumbre debería haber tenido lugar en El Salvador, durante su presidencia pro témpore 2017-2018; pero aún no ha ocurrido.
Sin embargo, algunos de los nuevos mandatarios, en especial el argentino Alberto Fernández, tienen como una de las prioridades de su agenda reactivar la Celac. Argentina aspira a que la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños sirva como contrapeso regional del Grupo de Lima y para ello es cada vez más patente la estrategia de conformar una alianza regional con el México de Andrés Manuel López Obrador, con quien mantiene una cercanía ideológica y que hereda en 2020 la presidencia pro témpore que hasta ahora correspondía a Bolivia.
La agonía del ALBA, de Prosur y Unasur
2020 confirmará que tres iniciativas, con un evidente contenido político (ALBA, Unasur y Prosur), tienen el futuro muy acotado.
Prosur, que surgió como respuesta a Unasur, murió incluso antes de nacer. Los problemas internos en Chile y Colombia han maniatado a dos de los dirigentes que con más fuerza impulsaron este proyecto (Iván Duque y Sebastián Piñera). Además se quedaron sin un aliado debido a la no reelección de Mauricio Macri en Argentina y el consiguiente giro hacia la izquierda de este país. Este panorama hace que las posibilidades de que el Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur) sobreviva sean muy reducidas. Prosur nació a comienzos de 2019, integrado por Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú y Guyana.
Unasur también se tambalea. La salida de Ecuador se concretará en mayo próximo constatando que este proceso de integración nacido en 2008 se encuentra en estado de coma. El foro no ha conseguido elegir un secretario general desde 2017 y no ha vuelto a reunirse por las divergencias internas. Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Guayana, Paraguay y Perú anunciaron entre 2018 y 2019, en diferentes momentos, su deseo de dejar Unasur. Alguien tan cercano a esta iniciativa como Ernesto Samper (que fue secretario general de la misma) ya habla en pasado cuando se refiere a este instrumento y el pasado noviembre afirmaba en la revista colombiana Semana que “Unasur no era sólo un mecanismo, era un espíritu de integración”.
El ALBA ha dejado de ser una alternativa al resto de procesos de integración. Los días 13 y 14 de diciembre de 2019 se reunieron en Cuba los representantes de los países integrantes para celebrar el décimo quinto aniversario de su creación. El ALBA se ve lastrado por la ausencia de liderazgo tras la desaparición de Hugo Chávez y por el colapso económico que golpea al Estado que suponía el pilar de este organismo, Venezuela, así como por la crisis que afecta al resto de integrantes (Nicaragua, Haití y Cuba).
Tras los estallidos sociales en América Latina, ¿cuál es el presidente con más puntos de popularidad?
Nicolás Maduro busca repotenciar el ALBA (“Hemos decidido relanzar con mucha fuerza para el primer semestre del año 2020 el proyecto de Petrocaribe, la Misión Milagro y ALBA Cultural (…) el ALBA ha demostrado tener la capacidad práctica de impactar en la vida de nuestros pueblos”). Todo apunta a que la Asamblea de marzo de la OEA se convertirá en una prueba de fuego para Maduro sobre su influencia y capacidad para impedir que Almagro sea reelecto.
Mercosur en medio de la relación entre Bolsonaro y Fernández
Mercosur ha perdido en 2019 la coherencia ideológica interna que le caracterizaba al estar compuesto por gobiernos con más semejanzas que diferencias: en 2018 Michel Temer en Brasil y Mauricio Macri en Argentina impulsaban la apertura del bloque y tendían puentes con la Alianza del Pacífico. En 2020 la frialdad es la tónica de las relaciones entre el Brasil de Jair Bolsonaro y la Argentina de Alberto Fernández a quienes les separan las ideas e incluso la concepción de lo que debe ser Mercosur.
Es cierto que, como socios comerciales, ambos países se necesitan y que las asperezas iniciales entre Bolsonaro y Fernández han bajado de tono: el presidente brasileño ha afirmado que recibirá “con las honras de jefe de Estado que merece” a Alberto Fernández, en una eventual visita a Brasil.
Por lo tanto, lo más probable es que Mercosur sobreviva pero con el margen de acción reducido y pocas posibilidades de desplegar planes ambiciosos más allá de la ratificación del acuerdo con la Unión Europea.
El crecimiento de la Alianza del Pacífico
En medio de las turbulencias y los problemas que vive la integración latinoamericana, la Alianza del Pacífico tiene por delante también sus propios retos: sobre todo profundizar los instrumentos de su propia integración y crecer en número de integrantes.
La segunda parte es, quizá, la más fácil puesto que dos países están llamando ya a la puerta: el Ecuador de Lenín Moreno y la Guatemala del próximo presidente Alejandro Giammattei.
El mandatario colombiano, Iván Duque, que en 2020 se encarga de la presidencia pro témpore del organismo, ha ratificado su apoyo para el ingreso de Ecuador como miembro pleno, en el gabinete binacional. Desde que Moreno llegó a la Presidencia, Ecuador se ha ido apartando progresivamente del legado de Rafael Correa (que abominaba de la Alianza) y eso se ha concretado en el pedido de adhesión del país andino a la Alianza del Pacífico.
Por su parte, Guatemala, pese al cambio de presidente el 14 de enero, va a continuar buscando unirse a la Alianza. El presidente de Guatemala, Jimmy Morales, ya inició en 2018-19 el acercamiento (“También hemos estado hablando con los amigos de la Alianza Pacífica Sur (…) con los cuales (…) estamos próximos a hacer una solicitud para poder ingresar a ese mercado”), una estrategia internacional que muy posiblemente continuará su sucesor en el cargo, Alejandro Giammattei.
Pero además del tamaño la Alianza tiene el reto de consolidarse y profundizar sus instrumentos de integración. Los problemas internos que arrastran Chile y Colombia, el escaso margen de acción del gobierno de Martín Vizcarra, que entra en su último año y medio de ejercicio, y la falta de presencia internacional de López Obrador (México) se alzan como obstáculos a corto plazo para alcanzar esa profundización integradora.
La Alianza del Pacífico es el mecanismo de integración regional más exitoso de la región y una potencia en sí misma, ya que es la octava economía del mundo y agrupa el 40% del PIB de América Latina y el Caribe, y el 38% de las inversiones está dentro de la Alianza. Además, en el bloque se exportan 615.000 millones de dólares, se importan 630.000 millones de dólares y la movilidad de turistas extranjeros es de 54.000 personas en los cuatro países.
Sin embargo, si bien el pasado decenio fue el del nacimiento, la década de los 20 debe ser la de la profundización. La apertura comercial ha alcanzado el 98% pero persiste una serie de barreras para-arancelarias que obstaculizan el comercio dentro de la Alianza. Asimismo, el comercio intrarregional no alcanza el 3%, cuando en la Unión Europea es de un 70%. Además, en los próximos 10 años la Alianza debe invertir en capital físico para aumentar la conexión regional, fortalecer el acercamiento a la ciudadanía y ser más global e integrada.
Otro de los desafíos para la Alianza pasa por desarrollar iniciativas concretas que vayan más allá de la retórica. En ese aspecto destaca 2020 como el año de la puesta en marcha del Fondo de Cooperación que se formó con la contribución de 250.000 dólares por cada país miembro (Colombia, Chile, México y Perú). Se trata de un capital semilla donde los cuatro países aportan en las mismas condiciones para potenciar proyectos de una mayor sostenibilidad y acercarlos a los otros países. El fondo de cooperación permitirá desarrollar y financiar proyectos conjuntos, a fin de generar mayores oportunidades para los ciudadanos y fortalecer las capacidades de las pymes.