Rafael Alba (ALN).- Los locales de ensayo de los barrios periféricos de Madrid aún funcionan como vivero de las propuestas radicales que marcarán el futuro. Los universitarios y las hordas juveniles ilustradas han revitalizado el viejo punk que mantiene un público tan leal como el de los aficionados al heavy rock.
“Estos no se enteran de nada”, dice, absolutamente convencido de su afirmación lapidaria, un postadolescente, aspirante a ser la próxima estrella de la escena emergente hispana. El chaval charla con un grupo de colegas, mientras apura un cigarrillo cerca de la puerta de unos locales de ensayo situados en Matilde Hernández, una de las calles con más ritmo de Madrid, y probablemente de España, en pleno Carabanchel, la patria chica de Rosendo Mercado, un veterano guitarrista y cantautor rockero, de corazón de oro y voz rota, que algún día tendrá una estatua en su barrio de siempre. Por mucha vergüenza que tenga que pasar cuando la vea. De hecho, Rosendo ya tiene una calle en Leganés y otra en Bolaños de Calatrava, el pueblo de sus ancestros en la provincia de Ciudad Real. El fundador de Leño es profeta en su tierra. Un verdadero ídolo transversal y transgeneracional, como se dice ahora. Y, por supuesto, una referencia para ese aprendiz de maestro de las seis cuerdas que fuma y habla con el resto de los componentes de su banda antes de “fichar y entrar en faena”. Su comentario, emitido con aire despectivo y airado, hace referencia a un par de periodistas de una radio generalista, o “lo que sean”, que andan por allí, “molestando”, a la caza de pistas sobre la música de hoy.
Aquí ensaya gente seria. Músicos de verdad. Veteranos y veteranas con pedigrí y novatos y novatas que sueñan con cambiar el mundo a golpe de canción. Gente descontenta con el sistema, las radiofórmulas y los chanchullos de las discográficas
Vaya que parecen creer que por allí van a encontrarse con un vivero de pececillos ansiosos por morder el anzuelo de la gloria que ofrecen los concursos de talentos, como Operación Triunfo (OT) o La Voz. Mal asunto. Ese material no abunda por aquí. Aquí ensaya gente seria. Músicos de verdad. Veteranos y veteranas con pedigrí y novatos y novatas que sueñan con cambiar el mundo a golpe de canción. Gente descontenta con el sistema, las radiofórmulas y los chanchullos de las discográficas. Así que es probable que nuestro protagonista haya acertado al afirmar que la gente de la radio ha acudido al sitio equivocado. Seguramente, como no saben de qué va esto, les habrán informado mal. Porque si algo tienen claro las hordas juveniles que pueblan los recónditos garitos de los centros urbanos de todo el territorio español donde se cuece a fuego lento la mejor música underground hispana es el escaso control sobre las tendencias de vanguardia que demuestran estos -y estas- reporteros -y reporteras- dicharacheros -y dicharacheras-. Becarios entrados en la treintena que pueblan las redacciones de los medios de comunicación de gran audiencia.
Estos tipos suelen ser, en opinión de la armada de nuevos devotos de la música de calidad, presuntos profesionales al servicio de las aves de rapiña de la banca de inversión, la industria textil y la maquinaria turística, esos nuevos ricos que, ahora que anticipar la próxima oleada cultural con tirón entre los millennials parece ser rentable, han certificado la muerte de todas las revoluciones. O paniaguados de las discográficas que hace tiempo que vendieron su alma por cobrar una conferencia, montar una recopilación, ganarse un billete de avión o vender una cuña publicitaria. Escriben y cuentan en las radios y las televisiones que ahora la protesta está en el prime time de la tele y en los vídeos de YouTube que acumulan millones de visionados. Y confunden el feminismo patrocinado por las marcas de moda, las multinacionales y la izquierda exquisita del MeToo, con la música ruidosa que transmite a los cuatro vientos el desencanto y la indignación de la juventud precaria.
El rock radical y el rap de combate
Pero de eso nada. Todo eso es mentira. La revolución que viene no la harán los imitadores de Maluma, ni de Bad Bunny, ni de los de OT, ni de ninguno de esos productos superventas sin credibilidad barriobajera. Y los sonidos de la revuelta juvenil aún pueden escucharse en sitios como este. Hay toneladas de indignación fresca y canciones que buscan taladrar al oyente y hacerle levantar la vista de la pantalla del móvil. Gente decidida a retar al algoritmo que escribe letras que cuentan cosas e intentan remover conciencias. Mensajes sonoros que buscan la provocación por cualquier vía disponible. Fortaleza de carácter y unas pretensiones de totalidad a ratos estimulantes y a veces tan ingenuas que más que indignación provocan ternura. Aquí lo que se lleva es el rock fuerte. Heredado de los ya mencionados Leño y sus seguidores como Robe de Extremoduro. Y el heavy. Y el rap de combate de Kase O y Los Violadores del Verso. O los Chikos del Maíz. O los combos feministas radicales del estilo de Ira. O El Coleta, y su reivindicación del mundo quinqui de los 70 y de la delincuencia épica -y yonqui- que dio argumentos a las películas de Eloy de la Iglesia. Lo mejor de los mejores.
La revolución que viene no la harán los imitadores de Maluma, ni de Bad Bunny, ni de los de OT, ni de ninguno de esos productos superventas sin credibilidad barriobajera
Tampoco desentonan los cantautores, y los poetas jóvenes y autoeditados. Algunos como Pedro Pastor, hijo del veterano Luis Pastor, uno de los líderes artísticos de la generación que luchó contra el franquismo, o su compañero de batallas Suso Sudón, hermano del gran compositor y cantante Andrés Sudón, navegan rápido con el viento a favor tras haber recorrido varias veces España, con conciertos abarrotados, primero en locales pequeños y luego de mediana capacidad. Y hasta han empezado a darse a conocer en Latinoamérica, a base de viajar y picar piedra. Quizá sean lo que viene ahora que los bardos románticos como Andrés Suárez, Marwan o Funambulista, que crecieron al amparo de Libertad 8 hace más o menos una década, se han convertido en carne fresca para Cadena Dial y ya están un poco lejos de este circuito ensoñador y libertario. Y como ellos, también empiezan a estarlo otros productos ya triunfantes, cuyo ascenso definitivo tiene también cierta relación con OT y los supuestos valores que difunde el programa, como El Kanka o Rozalén. Aunque este par de ganadores ha logrado el respeto de sus herederos y sus contemporáneos. Y resisten. Quienes les conocen aseguran que son buena gente, leales y solidarios con sus compañeros menos afortunados. Lo que no puede decirse de todo el mundo. Y quizá por eso, aún eluden las críticas que llueven inmisericordes sobre los demás triunfadores.
Y sí, en estas barricadas de la música de calidad también hay sitio para algún que otro practicante de esas nuevas religiones sonoras conocidas como estilo urbano. El trap y el dancehall. Y hasta reggatoneros que se saben de memoria el manual de Calle 13. Son más como Dellafuente, el granadino que incendia las redes, o como C.Tangana, la nueva apuesta juvenil de Sony y líder plenipotenciario de los Agorazein. Más como La Zowie, Chanel o Somadamantina, chicas que se han ganado a pulso el título de bitches con su música canalla y sin domesticar, o como Bad Gyal, la maestra catalana de la juerga caribeña que se ha despegado del grupo para aspirar al éxito internacional. Tampoco acaba de convencerles del todo Rosalía, la favorita de los hipsters cuarentones con complejo de Peter Pan. Quizá porque ella y otros fenómenos recientes tienen demasiado encima la sombra de los gestores de los fondos de inversión internacionales como Providence o The Yucapia Companies, que manejan los hilos de los festivales catalanes como el Sonar o el Primavera Sound, respectivamente. Certámenes con proyección global que han funcionado como perfecto altavoz para estos nuevos productos musicales, presuntamente vanguardistas, bien empaquetados y listos para el consumo de adolescentes en general y puretas con complejos.
La industria y el underground
También empieza a perder adeptos Yung Beef, quizá el verdadero origen de la versión hispana de este sonido. Un duro, que ahora aparece en la portada de El País Semanal, vestido con ropa de boutique pija. Una pena. Porque Yung era un malote de los buenos. El líder de PXXR GVNG, aquella pandilla de desharrapados que fue capaz de conseguir que una multinacional lanzara con inversión de dinero fresca, Tu coño es mi droga, el primer himno del género, provocador donde los haya. Una maravillosa oda a la voracidad sexual que les situó por primera vez en la órbita protectora del todopoderoso Grupo Prisa. Pero ya digo. Esta gente, y este sonido saturado de autotunes, empiezan a formar parte del odiado mainstream. Han triunfado. Tienen plata. Bien por ellos. Pero, a diferencia de los personajes más sólidos que no han perdido su puesto en los altares de los músicos contestatarios, estos tíos se han vendido demasiado pronto. Los habrá que se hagan ricos y otros -u otras- que pondrán un bar, o serán carne de reality show de Telecinco. Al final, hasta en su look, muchos -y muchas- se parecen peligrosamente, casi como gotas de agua, a los tronistas y pretendientes de Mujeres y Hombres y Viceversa.
Así que los sonidos guerrilleros y el ruido provocador están lejos de la desaparición. Ni siquiera están realmente en peligro las guitarras eléctricas o los distorsionadores, como hubo quien aseguró ante las dificultades financieras de viejos imperios industriales como Gibson, que recientemente tuvo que declararse en bancarrota. Porque en las nuevas generaciones hay muchos seguidores de los viejos héroes del mástil y las cuerdas de acero y sus dedos vertiginosos. En las catacumbas madrileñas hasta vuelve a escucharse el punk rock de los 80. Gracias a la vitalidad de algunos veteranos como el incombustible J Siemens, fundador de Espasmódicos y TDeK (Terrorismo, Destrucción y Kaos) y a garitos como el Gruta 77, situado entre Carabanchel y Usera, Siroco, en la zona de San Bernardo, o el Wurtlizer Ballroom, junto al metro de Gran Vía. Cierto que los nuevos punkis se parecen bastante poco a los héroes que veneran. Copian su música, simple y cruda, y sus actitudes, pero no suelen habitar los barrios peligrosos ya. Nada que ver con aquellas bandas, de actitud suicida, como los barceloneses de la Banda Trapera del Río. Quedan hooligans, y orgullosos skins, de ultraderecha y ultraizquierda. Pero, lo curioso del caso es que la llama de esta música contestataria se mantiene ahora gracias a la juventud ilustrada, los universitarios, y los fans de los barrios con buen estatus.
El sonido se mantiene pero las pintas y los imperdibles están en trance de desaparición. Incluso en el norte y en Euskadi, donde cuajo el rock radical y los heavies de Barricada, con El Drogas a la cabeza, se mezclaban casi sin problemas con los seguidores de Los Ilegales, Kortatu, Eskorbuto o La Polla Records. Ya en los finales de los 90 y los inicios del siglo XXI, aunque persistieron las bandas de ska concienciado, como Potato en Vitoria o Ska-P en Madrid, el punk abandonó las barricadas callejeras y entró en las radiofórmulas de la mano de bandas inspiradas en el éxito de los californianos Green Day. El éxito masivo y las fans impulsaron la carrera de grupos de pop-rock fuertecito y melodías pegadizas del estilo de Pignoise, la banda formada alrededor de Álvaro Benito, el exjugador del Real Madrid. Un grupo que consiguió su éxito inicial gracias a la canción Nada que perder de Mikel Erentxun, que fue incluida en la banda sonora original de Los Hombres de Paco, una serie de televisión de éxito. De modo que aún había muchos pantalones vaqueros rotos por las calles, pero ya podían adquirirse en los grandes almacenes. Y también en las tiendas más exclusivas de la ciudad. Entre estos chicos y chicas limpios hay propuestas muy interesantes como Disciplina Atlántico, Biznaga o los alicantinos de Futuro Terror que no dudamos en recomendar desde aquí.
Aquí lo que se lleva es el rock fuerte. Heredado de Leño y sus seguidores como Robe de Extremoduro. Y el heavy. Y el rap de combate de Kase O y Los Violadores del Verso. O los Chikos del Maíz. O los combos feministas radicales del estilo de Ira
Es cierto que ahora muchas de las bandas más ruidosas de la ciudad visten camisas caras de sport y jeans, presuntamente adquiridos en EEUU. Pero eso no les resta poderío adolescente. Algunas tienen su origen remoto en el llamado rock de garaje de los 60, un antecedente estadounidense del punk británico, y otros sonidos que suelen relacionarse con Malasaña, un barrio en el que aún reinan los incombustibles Sex Museum de Fernando Pardo, líder de Coronas y Corizonas. Allí hay grupos frescos e intensos como Los Nastys, Las Hinds, bandas que aspiran al éxito internacional y cantan en inglés, Los Vinagres, llegados desde las Islas Canarias, que prefieren cantar en castellano porque es el idioma en el que se expresan habitualmente o Las Odio, feministas duras y politizadas.
Otras bandas jóvenes reivindican, sin mayores problemas, el legado de Los Nikis, una poderosísima banda de Algete, ciudad cercana a Madrid, que hizo de la ironía en las letras y los guitarrazos furiosos un verdadero arte o de los siempre presentes Siniestro Total, sobre todo en aquellos primeros tiempos en los que convivieron en el grupo su líder actual Julián Hernández, el guitarrista Miguel Costas, luego en Aerolíneas Federales y ahora en solitario, Alberto Torrado, que militó en Os Resentidos, y el poeta maldito Germán Coppini, que después fundaría Golpes Bajos. O de Los Punsetes, banda de los 90 tan querida como odiada. A esta categoría pertenece Carolina Durante, un fantástico grupo que practica el humor ruidoso, cuyo tema Cayetano les ha proporcionado fama nacional el pasado verano. Se trata de una crítica amable que pone en solfa a los fans de Taburete, la banda de más éxito entre el público que lidera el hijo de Luis Bárcenas, el famoso contable del PP, aparentemente relacionado con las tramas de corrupción del partido conservador. Tampoco deja en muy buen lugar, por cierto, a los jóvenes afines a Ciudadanos. Pero, ¿quién dijo que la banda sonora de las calles tuviera que ser del agrado del poder? Recuerden, como explicó el gran Gil Scott-Heron en los 70, “la revolución no será televisada”, ni la anticipará ninguna de las pantallas ahora conocidas. Por mucho que se empeñen en vendernos lo contrario.