Juan Carlos Zapata (ALN).- Lo bueno es que el autor no escribe lo que le cuentan. Mucho mejor, narra lo que armó y de lo que fue protagonista. Este es el caso de Ben Rhodes, asesor del gobierno de Barack Obama. Lo revela en el libro El mundo tal y como es. Y el episodio sobre cómo se restablecieron las relaciones entre Estados Unidos y Cuba no tiene desperdicio, aunque falta mucho por decir. Rhodes se guardó algunos secretos. De ello no hay duda.
Importan algunas pistas:
Que las negociaciones fueron iniciativa de la Casa Blanca. Porque a Obama, en las visitas a América Latina, siempre le reclamaban la posición de los Estados Unidos hacia Cuba.
Que en realidad todo comenzó con el primer mensaje enviado a los cubanos en mayo de 2013. Y la fecha importa. Ha muerto Hugo Chávez en marzo de ese año y Nicolás Maduro ha ganado la presidencia con una dudosa ventaja. Aquí cabe la conjetura que ha planeado todo este tiempo. Si a Raúl Castro lo motivó entrar en la jugada con Obama el hecho de que en Caracas el escenario cambiaba. Y si bien Cuba es un soporte todavía de Maduro, y poco o menos que poco ha cambiado en Cuba, no es por el acuerdo con Obama sino porque en Estados Unidos, Donald Trump determinó otro rumbo en las relaciones. ¿Qué hubiera pasado si la historia seguía su curso?
Que en realidad todo comenzó con el primer mensaje enviado a los cubanos en mayo de 2013. Y la fecha importa. Ha muerto Hugo Chávez en marzo de ese año y Nicolás Maduro ha ganado la presidencia con una dudosa ventaja. Aquí cabe la conjetura que ha planeado todo este tiempo. Si a Raúl Castro lo motivó entrar en la jugada con Obama el hecho de que en Caracas el escenario cambiaba. Y si bien Cuba es un soporte todavía de Maduro
Que a Obama desde un principio lo movía el interés de entrar en otro estatus de relaciones. Para que los cubanos mordieran el anzuelo, para despistar a los grupos de poder interesados, y temiendo que la información se filtrara y ello pusiera punto final al proyecto, se lanzó una carnada: que se iba a conversar de presos políticos cubanos en Estados Unidos y del empresario norteamericano, Alan Gross, preso en Cuba.
Que Rhodes y Ricardo Zúñiga llevaron adelante el proceso. Zúñiga era el asesor para América Latina de la Casa Blanca. Llevaba años involucrado con Cuba. Es de origen guatemalteco. Fue quien le dijo a Rhodes: “Lo que realmente importa es quién enviarán”. Rhodes estuvo 10 años con Obama. Pasó de redactar discursos a ser consejero de Seguridad Nacional.
Que enviaron nada más y nada menos que a Alejandro Castro, el hijo de Raúl Castro. Ya se ve el nivel que adquirió la delegación. Se le consideraba el hombre más fuerte de Cuba después de Raúl y Fidel Castro, se lee en el libro.
Que las primeras reuniones comenzaron en Ottawa, Canadá. Que el primer encuentro estuvo marcado por los discursos con el inventario de agresiones de los Estados Unidos a Cuba. Pero también que Alejandro Castro estaba dispuesto a que aquel fuera un canal de comunicación abierto, y lanzó un mensaje que abrió el abanico de posibilidades: “Obama era muy respetado en Cuba y en toda América Latina y subrayó que Raúl no quería ‘perjudicar el capital político de Obama’”. Al terminar el encuentro, Zúñiga le dijo a Rhodes: “Creo que estos chicos son serios. Este podría ser el verdadero acuerdo”. Se había abierto el canal. Se habían reconocido. Y quedaron en seguir hablando.
Rafael Poleo dice que los cubanos aceleraron “el tránsito” de Chávez para que no estorbara en las negociaciones con EE.UU
Se dieron dos encuentros en Ottawa. Y luego vino el episodio del estrechón de manos de Obama con Raúl Castro en el funeral de Nelson Mandela en Sudáfrica. A Obama le advirtieron sobre tal posibilidad. Y respondió, tajante: “Le daré la mano… Los cubanos estuvieron en el lado en el que había que estar en lo del apartheid. Y nosotros en el que no había que estar”. El estrechón pasó a ser un acontecimiento. Y la frase de Obama sobre el apartheid un elemento clave cuando las partes se vuelvan a encontrar. Todo en secreto. Nada se filtraba. Sólo un venezolano, el periodista Rafael Poleo, adelantaba a principios de 2014 que La Habana y Washington estaban adelantando un acuerdo. Hay que destacar que hasta la tercera reunión se seguía el guion inicial del terrorismo y los presos políticos. Aún no se había entrado en la materia que la Casa Blanca pretendía. De todas maneras, se lograron avances que mejoraron la situación de Gross en la cárcel y hubo un gesto importante: La Habana no se prestó para que Edward Snowden hiciera escala en Cuba y llegara en calidad de refugiado a Caracas. Si Cuba se hubiera prestado, allí el esfuerzo se habría terminado. Entonces, Rhodes fue al grano:
-El presidente Obama quiere que discutamos también otros asuntos de más trascendencia. Lo que él quiere es cambiar nuestra relación de manera fundamental mientras esté en el cargo. No pretendemos resolver todo esto en una sola reunión, pero queremos discutirlo a través de este canal.
Después vino la lista de peticiones. La apertura. Internet. Reformas económicas. Las libertades políticas. Y por supuesto el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. En consecuencia, Alejandro Castro aparcó los otros temas y también entró en materia, preguntando si esa era la voluntad de Obama. “Sí”, le respondió Rhodes. “¿Ha discutido usted con él estas opciones?”, preguntó. Y un nuevo Sí, salió de la boca del asesor de Obama. Por allí entonces se encaminó la reunión, sin dejar a un lado el otro asunto, en el que se había avanzado. Ya en la cuarta entrevista, ahora en Trinidad y Tobago, la ruta estaba abierta y fue allí cuando Rhodes hizo el comentario de la frase del apartheid, lo cual sorprendió a Alejandro Castro. En fin, a estas alturas, estaba claro que ambas delegaciones contaban con “la buena voluntad de nuestros líderes”. Y fue luego que entró en acción el Vaticano como garante de lo que se había acordado, no como negociador. La historia vaticana comenzó con la participación del cardenal Theodore McCarrik, ex jefe de la archidiócesis de Washington. El nombre salió de quien iba a ser jefe de gabinete de Obama, Denis McDonnough. Luego el Papa propuso como actor principal al cardenal de La Habana, Jaime Lucas Ortega y Alamin. Despejados los nombres, la vía era una carta formal del Papa a Raúl Castro y a Barak Obama. La de Castro fue entregada primero. La de Obama después. Allí estaba la oferta del Papa para intervenir en el proceso. Proceso que iba a terminar en Roma tras pasar por Toronto a un nuevo encuentro con los cubanos en el que quedó sentado que por más acuerdos, Cuba seguiría siendo Cuba y Estados Unidos los Estados Unidos con puntos de vista distintos. Escribe Rhodes que le dijo a Alejandro Castro, puntos de vista que “abordaremos con el diálogo”.
La historia final
La última parada sería en Roma, con el secretario de Estado, Pietro Parolin, con un cardenal de apellido Murphi. Y Rhodes escribe que al celebrarse esa reunión secreta, “ninguna de las partes podría echarse atrás una vez que su compromiso hubiera sido consignado ante el Papa”. Ahora se entiende por qué el reclamo del Papa a Maduro sobre los compromisos incumplidos en torno al diálogo en Venezuela. Si en la quinta reunión en Toronto terminaron hablando de béisbol, de Hemingway, de música y los cubanos bailando alrededor de la mesa, ya en Roma, Alejandro le dio un fuerte abrazo a Rhodes, y hablaron de los hijos y de la hija de este que estaba por nacer.
Parolin fue metódico. Incisivo. Preguntó si John Kerry estaba al tanto del acuerdo. Pedía que le explicaran el acuerdo. Con detalles. Quería estar seguro. Los había hecho pasar por separado a una sala para las indagatorias. “Verlos a ustedes aquí genera muchas esperanzas, especialmente en el corazón del Papa, que me ha pedido que les transmita su saludo”. Se leyeron los documentos de rigor. Los acuerdos. Las liberaciones de los presos. Se adquirió el compromiso de respetar lo pactado. Alejandro pronunció otro discurso. Y dijo: “La hija de Ben, Ella, y mis hijos deberían ser los beneficiarios inmediatos, junto con los demás niños de Cuba y de los Estados Unidos”. Rhodes, por su parte, señaló que “hoy estamos aquí porque nuestros líderes han tomado la determinación de mirar hacia adelante”.
La historia final es la conversación telefónica de Obama con Castro. Ante la inminencia del hecho histórico, Obama exclamó: “Como diría Joe Biden, esto es una maldita cosa importante”. Obama habló por veinte minutos. En su turno, Castro bromeó, diciendo que no le había roto el récord de Fidel Castro de hablar sin parar. Castro hablaba. Y hablaba y se extendía. Quienes acompañaban a Obama se impacientan. Rhodes le pasó una nota a Obama para que cortara, y ¿cómo reacciona Obama? Dice: “Hace mucho tiempo que no han hablado con un presidente de los Estados Unidos. Tienen muchas cosas que decir”. Después vino el anuncio que sorprendió al mundo. Después llegó Trump.