Antonio José Chinchetru (ALN).- Con su fuga a Bruselas, pasando por Girona, Puigdemont ha podido comenzar su peculiar Odisea. Pueden esperarle en las próximas semanas largos viajes por carretera y avión en los que no podrá soltar su pasaporte español. Serían miles de kilómetros y para visitar países y gobernantes que tendrían como destino final Caracas, donde se convertiría en huésped de honor de Nicolás Maduro.
Cuando se proclama la independencia de un territorio, lo esperable es que los dirigentes separatistas adopten una épica. Han de tener un comportamiento digno de aquellos cuyo destino es subir a los altares de su causa. Da igual que lo hagan como padres fundadores de un nuevo país o como destacados miembros del martirologio (vía detención y entrada en la cárcel) de esa religión laica que es el nacionalismo. Tanto un papel, el de patriarca nacional, como el otro, el de cordero sacrificial de la causa, requiere de grandes gestos y voluntad de protagonizar hechos heroicos. Carles Puigdemont no ha estado a la altura, y parece que su destino pudiera ser ir ganando puntos con las tarjetas de fidelización de aerolíneas.
El ya expresidente de la Generalitat de Cataluña podría haber comenzado un periplo de miles de kilómetros en el que visitaría diversas ciudades europeas hasta tener su destino final en América Latina. No hay noticias de que vaya a ser necesariamente así, pero dados los antecedentes y la falta de apoyos internacionales a su desafío independentista, este podría ser su plan de viaje para las próximas semanas. Sería un recorrido que comenzó este fin de semana.
Primera etapa: Barcelona-Girona
Entre 100 y 109 kilómetros, según la carretera elegida. No se sabe si la realizó el mismo viernes por la tarde o la noche, después de que los diputados independentistas proclamaran la república catalana, o el sábado por la mañana.
Segunda etapa: Girona-Bruselas
1.000 kilómetros en línea recta. El misterio es cómo ha hecho el viaje. Podría ser en avión, tanto desde el aeropuerto de Girona como desde el de Barcelona. Se especula, sin embargo, que haya ido por tierra o, incluso, en barco hasta el sur de Francia y desde ahí en coche. En la capital belga ha tenido sus minutos de gloria para anunciar que crea ‘medio Gobierno’ en el exilio. La otra mitad, la que puede terminar rápidamente en prisión provisional, sigue en Barcelona.
Tercera etapa: Bruselas-Bucarest
1.780 kilómetros. A partir de este punto todo es mera ficción, pero la realidad podría resultar no muy diferente. En unos pocos días, Puigdemont aparece sorpresivamente en la capital de Rumanía. Justifica su presencia allí como una visita de cortesía a sus suegros, el matrimonio formado por Adrei Topor y Vasluiians Lenuta. El hecho de que un juez belga haya dado señales de aceptar la orden de captura europea dictada por un tribunal español sería mera casualidad. O eso les ha dicho por teléfono a los exconsejeros (ministros regionales) que se quedaron en Bélgica. Se lo ha dicho minutos antes de que la Policía acuda a detenerles.
Cuarta etapa: Bucarest-Pristina, pasando por Chisináu y Estambul
460 kilómetros por carretera y 1.340 kilómetros en avión. Antes de que las autoridades búlgaras aplicaran la orden europea, Puigdemont sale de su territorio. Aprovecha la oportunidad para intentar recabar un primer reconocimiento internacional de la república catalana: el de Kósovo. No puede arriesgarse a que le detengan al intentar coger un avión, así que opta por el coche. Podría intentar ir a través de Serbia, pero ese país sería muy quisquilloso con un independentista que busca el apoyo de los kosovares. Así que se decide por la segunda opción más fácil: conducir en sentido contrario hasta Moldavia, cuyos dirigentes no quieren tenerle en su territorio mucho tiempo no fuera a visitar la autoproclamada república de Transnitria.
Desde la capital moldava, Chisináu, emprende el viaje en avión. A falta de vuelos directos, debe hacer trasbordo en Estambul, en Turquía, y desde ahí a la capital kosovar, Pristina. El gobierno de Kósovo le da largas. Una cosa es querer molestar a España, que no les reconoce como Estado independiente, y otra muy diferente es que con ello se toque las narices también al presidente francés, Emmanuel Macron; la canciller alemana, Angela Merkel; y unos cuantos jefes de Estado y Gobierno europeos más.
Quinta etapa: Pristina-Moscú, pasando por Estambul
2.430 kilómetros. Tras su fracaso con los kosovares, Puigdemont va a Moscú. Sabe que Vladimir Putin alienta el independentismo por detrás para desestabilizar Europa, y cree que el presidente de la Federación Rusa podría apoyar por tanto su causa. Tras volver a hacer escala en Estambul, y sin que ningún representante de Reccep Tayip Erdogan le reciba en el aeropuerto, llega a su destino cansado de tantas horas de viaje. Previsor, se ha armado con una buena ropa de abrigo para hacer frente a las gélidas temperaturas moscovitas.
Escuchando de fondo una melancólica melodía interpretada con la balalaika, intenta concertar una cita con Putin. Se encuentra con las puertas del Kremlin cerradas. Eso sí, un oscuro funcionario con pinta de agente de la antigua KGB le atiende en un sombrío despacho cerca de la Plaza Lubianka. Le informa que el presidente no le puede atender, pero que pone a su disposición “un avión para visitar a nuestros títeres, perdón, los gobernantes, de Osetia del Sur y Abjasia. ‘El catalán errante’, como ya se ha autoapodado Puigdemont, se ilusiona. Los Ejecutivos de ambos países (considerados como tales tan sólo por Rusia, Venezuela, Nicaragua y Nauru, y en la práctica protectorados de Moscú) dijeron que considerarían reconocer la república catalana si se les pedía.
Sexta etapa: Moscú-Tsjinvali-Sujumi
1.830 kilómetros en total. Es un viaje relativamente rápido. En la capital de Osetia, Tsjinvali, tienen el detalle de haber aprendido un par de palabras en catalán para atenderle. Le dicen “molt bé (muy bien), nos lo pensaremos; bueno, en realidad haremos lo que nos diga Putin”. Decepcionado, vuela a la capital de Abjasia, Sujumi. Escucha ahí una idéntica respuesta, pero sin la deferencia de decirle lo de molt bé en su idioma.
Séptima etapa: Sujumi-Moscú
1.440 kilómetros. Desganado, vuelve a Moscú con un único pensamiento en mente: “Tengo que convencer a Boris (el funcionario que le atendió en la ciudad días antes) para que a su vez convenza a Putin de que ordene al de Osetia y Abjasia que reconozcan la república catalana”. En esta ocasión no le atiende ni Boris. Al bajar del avión se le acerca un policía que le comunica que debe tomar un vuelo hacia el lugar del mundo que desee, siempre que no sea en Rusia. ‘El catalán errante’ piensa, ya demasiado cansado y triste: sólo me queda una opción, ir a ver a Nicolás Maduro.
Octava y última etapa: Moscú-Caracas
9.930 kilómetros. Agotado tras el largo viaje, Puigdemont se reúne con Maduro en el Palacio de Miraflores. El venezolano le promete asilo y hasta apoyo económico para su Gobierno en el exilio. El catalán, ya desesperado en su soledad, acepta. Al llegar el fin de semana se arrepiente. Es la estrella invitada del programa televisivo de su nuevo anfitrión, Domingos con Maduro.
El autócrata venezolano dice ante las cámaras: “¡Tenemos aquí a nuestro gran amigo y camarada Carles Puchidemonn! ¡Cataluña vencerá! ¡Venezuela con los pueblos oprimidos! ¿Oíste Rajoy, oíste Merkel?”.
Puigdemont piensa en ese momento: “He recorrido más de 20.300 kilómetros para acabar de mono de feria junto a este tipo. ¡Y lo peor es que siempre he utilizado un pasaporte en el que pone España!”.