Pedro Benítez (ALN).- Acosado por todos los flancos, la lucha que lidera Juan Guaidó al frente de la Asamblea Nacional (AN) entra en un mes decisivo. El futuro del campo democrático venezolano, y el destino inmediato del país, dependen de si consigue mantenerse como presidente de la AN luego del 5 de enero de 2020. Mientras tanto, desde el lado del oficialismo y de sectores de la propia oposición, se hace todo lo posible para que no ocurra.
El plan A de Nicolás Maduro para arrebatarle el control de la Asamblea Nacional (AN) de Venezuela a los partidos opositores está en plena ejecución.
Desde el mismo mes de su elección en diciembre de 2015, Maduro y sus operadores políticos han hecho casi todo para neutralizar a la AN. Sentencias del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) para anular sus actos, elegir una Asamblea Nacional Constituyente (ANC) de carácter corporativo para reemplazarla, perseguir diputados allanando ilegalmente su inmunidad (lo que ha llevado a 24 de ellos a exiliarse o refugiarse en embajadas en Caracas), el encarcelamiento de dos, y amenazas a diestra y siniestra.
En ese propósito Maduro ha contado en los últimos meses con aliados desde las propias líneas opositoras. La exdiputada María Corina Machado por la derecha y un grupo de partidos minoritarios, que incluyen al exgobernador y excandidato presidencial Henri Falcón y el diputado Timoteo Zambrano, por la izquierda. Difieren en las razones que esgrimen, pero todos coinciden hoy con Maduro en el mismo objetivo: hay que sacar a Juan Guaidó de la presidencia de la AN.
Desde ese cargo Guaidó se ha convertido en el líder y la cara más visible del campo democrático venezolano. No tiene el masivo apoyo ciudadano que disfrutó a inicios de año, ni ha logrado desalojar a Maduro del Palacio Presidencial de Miraflores, pero sigue contando con la mayor valoración entre todas las personalidades políticas del país, además de que es el Presidente interino reconocido por las 58 democracias más importantes del planeta, en lo que constituye una inédita alianza internacional.
Cuál es la jugada que le hace falta a Juan Guaidó para consolidar su liderazgo
La culminación de su periodo el próximo 5 de enero como presidente de la Asamblea Nacional crearía un serio inconveniente a esa coalición puesto que le reconocen como Presidente de Venezuela en tanto lo es del Parlamento. Si Guaidó no sigue al frente de la AN, ¿a quién y cómo transferirán ese reconocimiento?
Previendo esa dificultad ha tomado fuerza la posibilidad de que la mayoría de sus colegas lo reelijan en el cargo. Y eso Maduro obviamente lo quiere evitar. Sacar de la presidencia del Parlamento a Guaidó le permitiría matar varios pájaros de un solo tiro: descabeza a la oposición, le quita el control de la institución que se ha convertido en su principal obstáculo en los últimos cuatro años y de paso derrumba la alianza internacional en su contra.
Por lo tanto, ha montado varias operaciones paralelas para quebrar la unidad del bloque parlamentario opositor desde adentro captando a los descontentos que nunca faltan. Maduro quiere sumar un número suficiente de disidentes opositores a sus propios diputados del PSUV para crear una mayoría que le permita tomar el control de la Cámara. Por supuesto, juega con la ventaja (no podía ser de otra manera) del poder de sus aparatos de represión que han obligado a muchos diputados a irse del país.
Ya existe un grupo de seis parlamentarios disidentes de la mayoría opositora, inicialmente encabezados por Timoteo Zambrano, exnegociador por la oposición en el frustrado proceso de diálogo en República Dominicana, que es crítico con la estrategia planteada por Guaidó en enero pasado y que se han incorporado a la denominada Mesa de Diálogo Nacional, paralela a la iniciativa del gobierno de Noruega.
Pero como eso no es suficiente, pareciera que Maduro ha aplicado una táctica muy usada por sus aliados kirchneristas y del PT brasileño en el pasado: la compra de voluntades de diputados opositores. Esto podría ser cierto según el reportaje difundido por el portal Armando.Info, que denuncia una presunta penetración de la trama de corrupción en la importación de alimentos de los CLAP, en la misma Comisión de Contraloría de la AN.
Esto ha constituido un fuerte golpe a la confianza del Parlamento. A eso hay que sumar la destitución del representante diplomático en Colombia, Humberto Calderón Berti, quien no se ha ido callado de su cargo, sino que por el contrario no desaprovechó la oportunidad para criticar (entre otras cosas) el intento de negociación auspiciado por Noruega.
Guaidó ha estado varios meses en medio de ataques desde dos flancos opositores, aquellos supuestamente radicales que lo critican por ser moderado, y los supuestos moderados que lo critican por ser radical. A los dos el régimen de Maduro les sube el volumen porque lógicamente le conviene la división del campo opositor.
Y también le sube el volumen (y por lo visto fomenta) a cuanto escándalo pueda afectar la imagen pública de la Asamblea. La maniobra es muy clara. La sincronización de los hechos tampoco parece casual.
De modo que Juan Guaidó entra en una zona de fuerte turbulencia con la mira puesta en el 5 de enero. Va a tener que hacer uso de todas sus habilidades políticas y de su buena estrella para superar la peor etapa que le ha tocado manejar desde que emergió como líder nacional hace 11 meses. En una situación en la cual se juega mucho más que su destino político personal. Se juega el de toda la oposición. Porque si esta es descabezada y pierde el control de la Asamblea, bien podría quedar fracturada, dispersa y sin conducción. La situación que tenía en 2018.
Ese es el escenario ideal para Nicolás Maduro en su pretensión por cerrar definitivamente el círculo autoritario sobre Venezuela y le facilitaría el camino para ejecutar su plan B, que no es otro que elegir una nueva Asamblea Nacional en las condiciones que más le convengan en medio de un país doblegado por la represión y el hambre.
En ese propósito han colaborado (consciente o inconscientemente) los dos extremos opositores, insignificantes en apoyo pero ruidosos en las redes sociales. Muchos de sus actores, dentro y fuera de Venezuela, apuestan a la demolición del liderazgo de Guaidó como en el pasado apostaron a la destrucción de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD).
Maduro les sube el volumen y los tolera porque son útiles hoy. Si la oposición congregada en torno a la AN desapareciera, ¿los trataría con la misma indulgencia?
Por lo visto, no se percatan de que Guaidó y la Asamblea Nacional no son el obstáculo para que ellos mismos reemplacen el liderazgo opositor, sino que por el contrario, son la barrera que ha evitado que los aplasten.