Ysrrael Camero (ALN).- Cuatro de cada 10 españoles se encuentran indecisos frente a las elecciones generales de este 28 de abril. El bipartidismo ha saltado por los aires desde 2015, pero la política de bloques le ha sustituido. Al parecer la lealtad a los partidos ha desaparecido pero las identidades ideológicas sobreviven.
Si en 2015 y 2016 era la izquierda la que se estaba desangrando en los conflictos internos, en 2019 es la derecha la que se despedaza. Hasta hace un año el fenómeno de Podemos había abierto, desde la indignación organizada, un boquete en el tradicional electorado del PSOE, y por esa rendija una hemorragia de socialistas cambiaba su rosa roja por el pañuelo morado. Muchos sospechaban el fin de la hegemonía socialista entre los votantes de izquierda.
Entre noviembre de 2011 y junio de 2016 el PSOE perdió millón y medio de votos, pasando de siete millones a cinco millones y medio, descendiendo de 110 a 85 diputados. Podemos llegó en 2015 a sumar más de tres millones de sufragios. A pesar de que no pudo la formación de Pablo Iglesias lograr el sorpasso sobre el PSOE, en las últimas elecciones Podemos triunfó entre los más jóvenes y en las grandes ciudades. Los votantes que han de marcar el ritmo de la modernidad y del futuro rechazaban al bipartidismo y optaban por una opción que prometía una ruptura del sistema. Era el voto de la indignación, y el PSOE parecía envejecido.
Si en 2015 y 2016 era la izquierda la que se estaba desangrando en los conflictos internos, en 2019 es la derecha la que se despedaza. Hasta hace un año el fenómeno de Podemos había abierto, desde la indignación organizada, un boquete en el tradicional electorado del PSOE, y por esa rendija una hemorragia de socialistas cambiaba su rosa roja por el pañuelo morado
Pero Podemos optó también por una política de alianzas con iniciativas locales que rindió frutos: si sumamos los votos de sus aliados llegaban a los cinco millones. El crecimiento de Podemos era tal que pasaron a gobernar sus compañeras de ruta las alcaldías de Madrid, con Manuela Carmena, y de Barcelona, con Ada Colau, llegando a ser fuerza determinante en varias provincias. El futuro parecía tornarse violeta.
Mientras el PP parecía irse derrumbando con los escándalos de corrupción otra opción crecía en el centro del espectro político. Triunfando donde había fracasado UPyD, la formación Ciudadanos pasó de ser una referencia catalana a convertirse en un partido político de alcance nacional, superando también los tres millones de voluntades en las elecciones generales de 2016.
Y este crecimiento se relaciona con el tema catalán. Efectivamente, la deriva del catalanismo hacia la independencia estaba haciendo crujir a todo el sistema político. Tras el bloqueo del Estatut en 2006 la política catalana había tenido un vuelco radical. En 2012 Artur Mas había fracasado en negociar un pacto fiscal con el gobierno en Madrid. La decisión de presionar hacia la independencia provocó un terremoto político que disolvió a una CiU que había sido una fuerza moderada del sistema político español. Al mismo tiempo, al incrementarse la tensión entre Barcelona y Madrid, se vino abajo el PSC, uno de los pilares fundamentales que había sostenido a los socialistas en España. Finalmente, la respuesta política a un catalanismo radicalizado fue el crecimiento de una tendencia españolista que capitalizó Ciudadanos. El partido de Albert Rivera nacía en el centro del espectro político, como un movimiento que apelaba al sentido común con una identidad ideológica que coqueteaba con la socialdemocracia, pero progresiva e inexorablemente fue deslizándose hacia la derecha en la medida en que el tema catalán se convertía en el centro del debate político hispano.
En medio de esa dinámica emerge la jugada arriesgada de Pedro Sánchez. Como secretario general del PSOE había sido protagonista del peor resultado de la organización en 2016, y luego acompañó al PP en la aplicación del artículo 155 en Cataluña. Tras un conflicto interno en el PSOE había dimitido de la Secretaría General en septiembre, entregando en octubre su acta de diputado para no participar en la nueva investidura de Mariano Rajoy. En 2017 triunfó en unas elecciones internas para volver como secretario general de los socialistas tras derrotar a Susana Díaz y a Patxi López. Pero el PSOE parecía estar atado a la suerte del gobierno de Rajoy, y Podemos continuaba desangrándolo por su costado izquierdo.
La moción de censura contra Rajoy
Es entonces, el 31 de mayo de 2018, cuando se planteó la moción de censura contra Mariano Rajoy, que equivalía, de triunfar, a un nuevo gobierno. Con apenas 84 diputados no parecía que el PSOE tuviera posibilidad de triunfar sin construir una coalición diversa de apoyos con fuerzas que, por su naturaleza y posición política, no eran compatibles entre sí, ni parecían ser aceptables para el mismo electorado socialista. La denominada coalición Frankenstein sumó a Podemos, Compromís, Nueva Canarias, el PNV, junto a las fuerzas catalanas que estaban promoviendo la independencia, Esquerra Republicana de Catalunya, Partido Demócrata Europeo Catalán, así como a Euskal Herria Bildu, perteneciente a la izquierda abertxale. Una sopa de letras que parecía indigerible e incomprensible para la política española, pero que logró llevar a Sánchez al gobierno.
Hay quienes decidirán su voto en el último minuto, es allí donde la campaña adquiere importancia, y los errores de los aspirantes tienen más consecuencias que sus aciertos. De igual manera, el sistema electoral español distribuye los escaños por provincia, y cada provincia es un mundo para decidir elecciones, no se pueden trasladar las encuestas al Congreso resultante
Esta jugada tuvo varias consecuencias importantes que llevan al inmenso grado de incertidumbre que viven hoy los españoles. Primero, detuvo la sangría que Podemos estaba haciendo en el electorado del PSOE al colocar a esta última organización nuevamente como eje dominante de la izquierda. A partir de ese momento el partido de Iglesias se hace sistémico y empieza a desnudar sus contradicciones internas, proceso que lo conduce a una crisis de división, dispersión y debilitamiento.
En la otra acera la defenestración de Mariano Rajoy es ocasión para que la disputa por el liderazgo del PP termine con el ascenso del joven Pablo Casado, proveniente de las juventudes, y muy cercano a José María Aznar.
La retórica más escorada a la izquierda del nuevo gobierno, la alianza con Podemos, y la continuación de la deriva independentista en Cataluña contribuyeron a crispar más el debate, lo que tuvo una clara expresión política: a la derecha crece una opción mucho más radical, Vox, con un discurso españolista tradicional más polarizador, conservador en temas culturales (una fuerza machista, defensora de la tauromaquia y de la cacería), centralizador en lo político, enemigo de las autonomías, reactivo frente a la migración, fundamentalmente anticomunista, pero económicamente liberal.
La aparición de Vox en el escenario también fue alimentada por diversos aprendices de brujo de la política y de los medios de comunicación, aunque después de las elecciones andaluzas ya tiene su propia dinámica de crecimiento. Es la expresión de otro tipo de indignación, muy distinta a la de 2011, pero con un potencial antisistémico mucho más reaccionario.
Cuando no sobrepasaba el 3% de los votos un mitin realizado en Madrid recibió amplia cobertura en los periódicos e informativos, con periodistas que se mostraban alarmados por la aparición de una fuerza de ultraderecha en España. Empezaron a convertirse en tema recurrente de la agenda de la opinión pública mientras se acercaba la fecha de las elecciones andaluzas. El 2 de diciembre el PSOE, con Susana Díaz, pierde las elecciones en Andalucía, pero Vox entra con una docena de diputados al Parlamento autonómico.
A partir de ese momento se desarrolla un proceso de normalización comunicacional y política de Vox, lo que funciona para facilitar un pacto de investidura con el Partido Popular y Ciudadanos para llevar a la Presidencia de la Junta de Andalucía a Juanma Moreno. Vox también aprovecha su acceso a los espacios parlamentarios y a los medios para colocar su agenda disruptiva en la opinión pública, enardeciendo el debate en las redes sociales, y proyectarse como una opción con posibilidades de alcance nacional.
Ciudadanos pierde los papeles y las oportunidades en el proceso. Pudiendo haber sido una opción que compitiera por el centro político, que es donde se ubica generalmente el grueso del electorado, decide dar la pelea por el espacio de la derecha, compitiendo en una agenda cada vez más definida por Vox, pero donde disputan Rivera y Casado. Así, nos encontramos en presencia de una nueva hemorragia, esta vez de votantes del PP y de Cs para sumarse a los apoyos de la organización de Santiago Abascal.
Desde la izquierda tanto Podemos como Izquierda Unida, y hasta el mismo PSOE, han enfatizado en sus discursos la existencia de una polarización con Vox, intentando movilizar al voto de izquierdas en una especie de Frente Popular contra el fascismo. Esto puede ser un juego muy peligroso porque el lobo que invocas viene por ti.
Como aprendices de brujo han huido del centro político, han bloqueado la construcción de grandes acuerdos y consensos, han evadido los temas que preocupan a los ciudadanos, prefiriendo entretenerse en la polarización y la crispación con los ultras. Han levantado así a los monstruos que se los pueden terminar devorando. No vayan después a culpar al electorado. Lo que suceda este 28 de abril será fruto de sus acciones y omisiones…
Así, terminan construyéndose dos ejes simbólicos de una narrativa de polarización en la agenda política. En una esquina tenemos a un PSOE que se convierte nuevamente en el voto útil de la izquierda, millones de votos parecen regresar a su casa tradicional. En la otra esquina proyectan, en la agenda y en el discurso, aunque lo desmientan las encuestas, un Vox como fuerza de ultraderecha que le termina fijando la agenda a los otros competidores en ese espectro, al PP y a Cs. Estos últimos sobreviven por el nivel de rechazo que tienen las propuestas de Vox, pero eso puede variar con el tiempo y con el blanqueamiento que propician. El PP cuenta a su favor con la tradición y con el voto rural donde es hegemónico, pero Cs no tiene eso para protegerse, por ende es quien corre mayor riesgo.
El PSOE cuenta con dos grandes ventajas, y las sabe aprovechar, la primera y evidente, su condición de ser gobierno, lo que le otorga mayor capacidad para fijar inevitablemente los temas de la agenda pública. No se puede evitar hablar de Pedro Sánchez y su gobierno. Pero también tiene una segunda ventaja relevante, en un juego donde todos los jugadores han preferido huir del centro, es quien tiene mayores posibilidades de volver a él y captarlo.
La jugada de Sánchez le ha salido bien. Neutralizó el peligro que representaba Podemos. Ubicó al PSOE en el centro de la izquierda como gran aglutinador. Por retruque el PP abandonó el centro que el equipo de Rajoy tanto había trabajado. Y Ciudadanos decidió suicidarse escorando también a la derecha. Al PSOE lo han dejado solo en el centro para que se mueva hacia posiciones más moderadas y amplias, que hable al ciudadano medio de sus problemas, expectativas, carencias y exigencias.
Los indecisos
Pero, ¿es esto suficiente? Estos movimientos tienen un riesgo, al que se le puede hacer seguimiento en los resultados de las últimas encuestas. El electorado español se ha vuelto más volátil de lo que la misma política de bloques había previsto. Con un 40% de indecisos y un escenario partidista disperso hacer pronósticos es peligroso. ¿Por quién vota el que se niega a decirlo?
Hay quienes decidirán su voto en el último minuto, es allí donde la campaña adquiere importancia, y los errores de los aspirantes tienen más consecuencias que sus aciertos. De igual manera, el sistema electoral español distribuye los escaños por provincia, y cada provincia es un mundo para decidir elecciones, no se pueden trasladar las encuestas al Congreso resultante. El futuro está abierto… y muchas de las apuestas han sido irresponsables.
Como aprendices de brujo han huido del centro político, han bloqueado la construcción de grandes acuerdos y consensos, han evadido los temas que preocupan a los ciudadanos, prefiriendo entretenerse en la polarización y la crispación con los ultras. Han levantado así a los monstruos que se los pueden terminar devorando. No vayan después a culpar al electorado. Lo que suceda este 28 de abril será fruto de sus acciones y omisiones… cual aprendices de brujo.