Reinaldo Iturbe (ALN).- Caras largas en el comando de campaña de la oposición agrupada en el denominado G4 en Caracas el domingo de las elecciones regionales. Era en la sede del partido Un Nuevo Tiempo (socialdemócrata) ubicado al este de la capital donde llegaban gota a gota las malas noticias. De los bastiones a conservar (Anzoátegui, Mérida y Nueva Esparta), solo había una misma frase cualitativa: la participación es baja.
«Aquí en Mérida no hay nadie», decían desde la entidad andina. Mientras tanto, en Caracas echaban números. La abstención no podía ser peor que la de 2017. Pero realmente lo fue. En corredores clave históricos para la oposición había centros con participación de apenas 22% a las 2 de la tarde.
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Pasadas las 4 de la tarde, la MUD hizo un llamado evidentemente desesperado a participar.
Crónica de una muerte anunciada. Los cálculos iniciales se cayeron. La oposición agrupada en torno al líder opositor Juan Guaidó (MUD-G4) terminó en un descalabro de magnitudes gigantescas. Perdió todos sus bastiones y apenas pudo recuperar Zulia (Manuel Rosales de UNT); Cojedes (Primero Justicia) y en Barinas, Freddy Superlano (Voluntad Popular) dice que ganó y que tiene las actas.
El Consejo Nacional Electoral todavía no ha proclamado un ganador para este estado. Mientras tanto, en Nueva Esparta Morel Rodríguez, el candidato apoyado por Fuerza Vecinal (agrupación de alcaldes que se separaron de Primero Justicia), le arrebataba insólitamente la Gobernación a Alfredo Díaz (Acción Democrática), dejándolo incluso de tercer lugar.
Desplazados por independientes
Lo mismo que ocurrió en Nueva Esparta ocurrió en el resto del país. Los candidatos a reelegirse de la MUD llegaban de segundos o terceros, desplazados incluso por independientes y por la denominada Alianza Democrática, una coalición integrada por opositores que tomaron control de partidos judicializados por el Gobierno.
En Caracas, Antonio Ecarri dejó de tercero a Tomás Guanipa (MUD). A la inversa sucedió en Lara y Táchira. Los candidatos de la Alianza Democrática (Henri Falcón y Laidy Gómez) perdieron la oportunidad de ganar las gobernaciones por un estrecho y ridículo margen. El ridículo margen era de unos pocos votos obtenidos por los candidatos de la MUD (Luis Florido y Fernando Andrade).
En pocas palabras, la división que propició el gobierno en la oposición rendía frutos. Mutuamente se restaban votos y mutuamente anulaban cualquier posibilidad de triunfo en al menos diez gobernaciones. La abstención fue de 58,2%.
Dura derrota
Entonces, luego la decepción se apoderó pasada la medianoche en el comando del G4. Derrotados, se retiraban a sus casas sin hacer rueda de prensa, el mejor indicador del signo de la derrota. Una estruendosa derrota por partida doble, porque la oposición, siendo mayoría, era vencida por el Gobierno y por la «oposición de la oposición», o en todo caso, los independientes. Era demasiado para una noche. Pero nadie se dio cuenta en ese entonces de los números pequeños que más tarde saldrían.
-El número de votos totales, sumando a todas las «oposiciones» divididas, superaba por el millón al chavismo.
-La oposición agrupada en torno al G4 ganó 57 alcaldías, pero añadiendo los independientes y los votos de partidos judicializados, el total de alcaldías alcanzó 117 de 335. Subía, entonces, el número de gobiernos locales «no Psuv». Esa es la base de arranque para reconstruir los pedazos de una oposición deshecha: de abajo hacia arriba.
La lectura de Guaidó y «futuras revisiones»
Pero la lectura que le dio Juan Guaidó fue otra. En la oposición G4 se niegan a «sumar» los votos de los partidos judicializados e independientes, que sin importar las conexiones de su dirigencia, los votos son de opositores. No rojos. No Psuv.
Henrique Capriles, de Primero Justicia, fue el único del G4 en asomar la posibilidad de futuras «revisiones» de alianzas.
Y tiene razón Capriles. Las alianzas deben revisarse. De otro modo, los «números pequeños» pueden terminar desapareciendo y dejando para siempre en el poder al gobierno de Maduro. O de un relevo rojo.