Rafael Alba (ALN).- La administración de Pedro Sánchez afronta con cautela los asuntos pendientes que pueden complicar sus relaciones con el sector cultural. El desencuentro entre el PSOE y los sectores más izquierdistas de los colectivos de músicos tiene raíces profundas.
Todavía no es el momento. Así que ahora lo que toca es aquello de paciencia y a barajar. Justo la medicina que siempre aconsejan los jugadores más expertos, cuando las partidas se atascan y los envites entran en esas interminables fases de calma chicha desesperantes que suelen ser tan malas para los nervios. No son los lances más lucidos, por supuesto, pero quizá sí aquellos en los que se decide todo. Esta es, poco más o menos, la respuesta que habrían recibido en los últimos días algunos representantes de los colectivos de músicos situados a la izquierda del arco ideológico, tras haber mantenido algunas reuniones discretas con sus contactos en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), para preguntarles aquello tan español de ¿qué hay de lo mío? Pues eso. Por ahora nada. Y no sólo porque la inestabilidad parlamentaria del gobierno de Pedro Sánchez impida a su administración aventurarse demasiado en la exploración de territorios ignotos.
En este camino, que pasa por conseguir una mayoría cómoda en las urnas, hay intereses estratégicos prioritarios y los músicos, actores, cineastas y demás pueden esperar
Más bien lo que parece suceder es que en este camino, que pasa inevitablemente por conseguir lo más pronto posible una mayoría cómoda en las urnas, hay intereses estratégicos prioritarios y los músicos, actores, cineastas y demás pueden esperar. Por lo menos un poco. Sin embargo, cuando llegue el momento de concurrir de verdad a las elecciones sí convendrá que los cómicos estén contentos. Pero, ¿van a estarlo? A lo mejor no. El problema es que en las distintas políticas culturales aplicadas desde la transición democrática, hace cuatro décadas ya, y muy especialmente ligadas a las grandes figuras de las socialdemocracia española, la iniciativa privada que una vez existió en el tejido territorial relacionado con la industria musical española ha desaparecido. Hace muchas décadas que, salvo contadas excepciones, las subvenciones y el dinero público, que llegan de distintos modos y a través de distintos formatos y entidades pagadoras, son la única gasolina disponible para sostener todo el entramado.
De modo que los recortes aplicados en los años de la crisis con el correspondiente cierre de los grifos habituales tuvieron un altísimo coste para los profesionales del sector musical. No sólo para las escasas estrellas que dan la cara en el centro del escenario. Hay muchos más implicados. Compositores, instrumentistas, docentes, ingenieros de sonido, empresas de iluminación de espectáculos… etc. No fue sólo el golpe sordo y mantenido más de un lustro que supuso el tristemente famoso IVA cultural, presuntamente perpetrado por los responsables de cultura del PP de Mariano Rajoy, para dejar sin combustible financiero a sus enemigos del cine. Es que, además, dejó de haber trabajo disponible y, como pasó en casi todos los sectores productivos, la mano de obra más sensible se vio abocada a la precarización.
El nuevo ministro de Cultura
Y quien más quien menos esperaba que entre esos nombramientos de directores generales y esa renovación de estructuras a la que Sánchez y los suyos han sometido a la administración llegaran unas cuantas buenas noticias que anunciaran el cambio de ciclo económico que los músicos (y las músicas) españoles y españolas esperan desde hace unos años. Pero no ha sido así. O no del todo. Con la SGAE fuera de juego, que era otro antiguo buen proveedor de financiación para todo tipo de proyectos, y tras el fiasco del fugaz ministro mediático Màxim Huerta, los profesionales de la música española se han encontrado con un ministro como José Guirao, más metido en el mundo del arte y los marchantes que en el de los artistas, y cuyo pasado como gestor de instituciones culturales como la Casa Encendida, ligada a aquella vieja Caja Madrid de triste recuerdo para muchos, no aporta muy buenas vibraciones a los cantantes y compositores más izquierdistas. Un núcleo en el que, además, aún quedan activos muchos veteranos que sufrieron el cambio de rumbo político del PSOE de Felipe González, a quien muchos historiadores, analistas y testigos presenciales de lo acontecido en la década de los 80, atribuyen el arrinconamiento de las músicas más contestatarias y comprometidas, como la canción protesta o el rock urbano, en favor de los sonidos más frívolos, anglosajonizantes y supuestamente cosmopolitas que se agruparon en aquella amalgama sonora surgida de la omnipresente movida madrileña, primero, y del advenimiento del movimiento indie y las tendencias hipsters, después.
Y lo cierto es que la avalancha de estudios, tesis doctorales y literatura especializada sobre tan espinoso asunto ha sido tal que algunos protagonistas de esos tiempos gloriosos, como los periodistas Jesús Ordovás y Diego A. Manrique, muy ligados al origen de aquellos fenómenos pop que funcionarían luego como analgésicos ideológicos, han tenido que salir a la palestra para dar su versión de los hechos, algo distinta, en libros y artículos. Quizá para protegerse de un chaparrón de izquierdismo duro que algunos expertos atribuyen al impacto del 15M y a la furia podemita. A esa obsesión acreditada por las huestes de Pablo Iglesias de poner patas arriba todo lo que puede estar relacionado, aunque sea tangencialmente, con aquella gloriosa transición hacia la democracia, que dio lugar al famoso régimen del 78, cuyo cuestionamiento es uno de los puntos fundamentales del programa que defienden Podemos y sus distintas confluencias. Esos socios, de momento indispensables para el PSOE y para Sánchez, en los que tampoco se puede confiar mucho, o no del todo, porque vienen con sus propios equipos, asesores áulicos y artistas afines dispuestos a acaparar todos los conciertos disponibles.
Aun así su presencia en el tablero de juego compensa algunos gestos desasosegantes que ya han llegado desde el entorno socialista. Por ejemplo, la decisión del presidente del Gobierno de asistir, con bombo, platillo y avión oficial incluido, al Festival Internacional de Benicàssim, el archifamoso FIB, un evento puntero del hipsterismo y el pop anglosajonizante, cuyo cartel tiene muy poco que ver con lo que cualquiera podría considerar opciones culturales de cambio y que es quizá el símbolo más obvio de la burbuja festivalera que padece España y que, según muchos especialistas críticos con el fenómeno, ha contribuido a darle la puntilla a las pobres estructuras territoriales de apoyo a la música emergente y alternativa que aún quedaban, para consolidar la dictadura de los patrocinios y las operaciones de marketing privado engrasadas con dinero público. Un horror de gesto, en definitiva, que, para colmo, le ha acarreado duras críticas de la oposición de derechas por el uso particular y supuestamente injustificable del Falcon.
Radio Tres
Algunos ya se habían temido lo peor cuando el actual director de Radio Tres, el locutor y crítico musical Tomás Fernando Flores, había sido propuesto por PSOE y Podemos como candidato para presidir el Consejo de RTVE en su etapa de transición. Flores no llegó a ocupar el cargo por una carambola parlamentaria y, gracias a eso, Rosa María Mateo, una prestigiosa periodista con perfil de consenso, se convirtió en la administradora única de la corporación. Para los profesionales del sector musical, las políticas aplicadas en el ente público tienen una gran importancia por la capacidad de difusión de las propuestas en todo el territorio nacional, y de financiación de proyectos. También porque, en teoría, la rentabilidad no puede ser el único criterio a tener en cuenta a la hora de elaborar la programación o establecer las directrices de gestión. Y, en ese contexto, la importancia del canal especializado en música moderna es enorme. Por eso muchos confiaban en que dentro de las dinámicas de cambio, Tomás Fernando Flores fuera sustituido. No en vano el locutor fue la opción elegida por el PP para aplicar los recortes presupuestarios y para arrinconar a horarios vergonzantes a los anteriores responsables de la emisora, como Lara López, su antecesora en el cargo, cuyo programa Músicas Posibles se emite de madrugada.
Pero Flores se ha quedado ahí gracias, según aseguran algunos conocedores del agitado suflé interno de la emisora pública, a su valor como moneda de cambio. Al final, la prioridad para el PSOE era el cambio de caras y estilos en la Redacción de Informativos, donde sí se ha movido de la silla a todos aquellos cuya imagen era representativa del modelo que instauró el PP en la corporación. Así que lo de Radio Tres se ha quedado para más tarde y, a falta de conocer con exactitud la nueva programación que arrancará inmediatamente, todo parece indicar que no habrá demasiadas novedades. No todavía. Aunque los más optimistas esperan que poco a poco “algo se vaya notando”. Pero no conviene confiar demasiado en que las mutaciones lleguen a corto plazo por lo que pueda pasar. Y en estos duros momentos de transición en los que el sol se anuncia pero no termina de amanecer, toca continuar con la aplicación de las estrategias de supervivencia de todos conocidas. Las mismas que se utilizan siempre en los momentos de crisis.
Por ejemplo, aprovechar los resquicios presupuestarios y las alegrías controladas que aún llegan desde los llamados ayuntamientos del cambio y los gobiernos autonómicos en los que los socialistas gobiernan, casi siempre apoyados por los grupos municipalistas del entorno podemita. Aunque también hay algo de incertidumbre en esa opción porque el grueso del gasto de estas instituciones en música y festejos se realiza en verano. Y las elecciones deben llegar en primavera. Con buenas perspectivas para futuras coaliciones de izquierdas, pero con la zozobra de que los resultados parecen complicarse, a tenor de las encuestas, en enclaves de tanta importancia como Madrid. Así que, por si acaso, el colectivo de músicos y allegados parece optar por mantener la presión sobre Pedro Sánchez y los suyos para impedir que los aplazamientos anunciados se alarguen más de la cuenta. Pero, como decíamos al principio de este artículo, la partida está encallada y las cartas ganadoras no acaban de salir. Todo llegará. O eso esperan los jugadores más optimistas.