César Morillo Díaz (ALN).- Los Juegos Olímpicos son el evento deportivo más importante del mundo, el que alberga mayor cantidad de deportistas y disciplinas, pero el Comité Olímpico Internacional deberá cambiar la propuesta de organización y control de gastos a fin de que estos vuelvan a ser sostenibles e interesantes para los potenciales organizadores.
Los Juegos Olímpicos son el evento deportivo más grande del planeta, permiten a las naciones y sus habitantes admirar a los 10.600 atletas que compiten por 918 medallas en 42 modalidades deportivas. También son la gran oportunidad para que los países y ciudades que los organizan mejoren y proyecten su imagen en la escena internacional.
En 2009, cuando se anunció que Río de Janeiro sería la sede de los Juegos Olímpicos 2016, Brasil se encontraba en un momento de gran expansión económica. Entre 2003 y 2010 el país suramericano logró un crecimiento anual sostenido del 4,1% del PIB según datos oficiales del Banco Mundial. Al momento del anuncio de la elección todo era jubilo y alegría, una fiesta colectiva, pero como toda fiesta llega a su final, hay que despertar a la realidad, y con ella llega la hora de pagar las cuentas.
La promesa de que las ciudades sede, junto con el país, se verán beneficiados a través del turismo, la generación de empleos y las mejoras de infraestructura, no parecen ser tan sólidas. Lo cierto es que difícilmente la sede organizadora logra recuperar la inversión que se realiza para llevar a cabo el gigantesco evento deportivo, y en algunos casos el presupuesto ha llegado a rebasar en 1.000% lo previsto.
Difícilmente la sede organizadora logra recuperar la inversión que se realiza para llevar a cabo el gigantesco evento deportivo
El problema del gasto de recursos empieza incluso desde el momento en que las ciudades compiten por lograr la elección. Es una carrera que se inicia 10 años antes de la inauguración de los juegos. Aun cuando no ganen, los gastos que se realizan en estas candidaturas son extraordinarios. Ciudades como Chicago gastaron alrededor de 100 millones de dólares sólo en la campaña para lograr ser la sede de los JJOO de 2016 y al final no lograron su objetivo.
El triunfo de la candidatura no mejora el panorama. Lejos de eso, las ciudades parecen entrar en una espiral sin fin de promesas que luego no se cumplen, presupuestos irrespetados y gastos insostenibles. Se gastan fortunas en una infraestructura espectacular destinada a la realización de eventos deportivos que acaba usándose sólo en los días que dura el evento, y en el mejor de los casos algunas veces más en el año. Infraestructuras que costaron decenas de millones de dólares, las cuales año tras año suponen otros tantos millones de gasto en mantenimiento y rara vez son usadas.
En ediciones como Atenas 2004, expertos aseguran que se gastaron alrededor de 16.000 millones de dólares, aunque esta cifra siempre ha sido objeto de debate. Según la revista The Economist, el síntoma más claro del exceso de gasto en la realización de los juegos de Atenas por parte del Gobierno griego es el aumento del déficit presupuestario de la nación, que en 2002 todavía rondaba el 3,7% del PIB y se disparó en el año olímpico al 7,5%, mientras la deuda estatal subió en un año de 182.000 millones de euros a 201.000 millones de euros según cifras oficiales. Por otra parte, en Beijing 2008 se gastaron unos 40.000 millones de dólares, según el grupo de expertos de la Asociación de Investigación Olímpica de Pekín. En ambos casos, los gastos estuvieron muy por encima de los ingresos generados.
Un estudio realizado por la empresa Saxo Bank para las Olimpiadas realizadas en Londres 2012 estimó que muchas empresas multiplicaron su actividad entre el 27 de julio y el 12 de agosto de aquel año. Dicho estudio estimó que 12.500 millones de euros se invirtieron en el evento, 250 millones de ellos en seguridad. Como dato curioso, una de las principales empresas patrocinantes de los juegos, McDonald’s, vendió 50.000 Big Macs, 100.000 raciones de patatas fritas y 30.000 malteadas durante el evento (unas 232 toneladas de patatas necesitó McDonald’s, y 100 toneladas de carne). Además, 13 millones de raciones de comida fueron consumidos durante el evento, entre público, atletas, empleados y voluntarios.
Si los gastos son superiores a los ingresos la consecuencia es clara: esto genera una deuda a largo plazo para las ciudades; en todos estos casos los juegos terminan, pero la deuda queda. Un ejemplo más lejano en el tiempo es Montreal 1976, ciudad que tardó 30 años en pagar la deuda generada por el gasto en la realización de los juegos. El estadio olímpico, conocido como el Big O, actualmente casi en desuso, es llamado Big Owe (“Gran Deuda”) por los ciudadanos de Montreal. Expertos aseguran que la deuda generada por los JJOO de Atenas 2004 acabó de hundir la economía griega.
Ahora bien, no siempre los resultados han sido nefastos para la economía de las ciudades. Barcelona 1992 es una de las pocas experiencias exitosas que se conocen. Los juegos representaron un cambio notorio en la infraestructura y organización de la ciudad. La modernización de la capital catalana tuvo un impacto económico y social favorable. Barcelona pasó de ser en 1990 la decimoprimera ciudad europea en atractivo, tanto a nivel turístico como para la inversión, a ser la sexta en 2000 y la cuarta en 2010. La diferencia estuvo principalmente en que se usó la mayor parte de los recursos en infraestructuras reutilizables después de los juegos.
Ciudades empobrecidas
La otra cara de la moneda es Río de Janeiro 2016. El economista deportivo Andrew Zimbalist, autor de Circo Máximo: la apuesta económica por la sede de las Olimpiadas y la Copa Mundial, sostuvo en una entrevista que: “El resultado neto de los Juegos de Río es que han costado unos 20.000 millones de dólares”, muy por encima de los 4.500 millones de dólares en ingresos, terminando con un déficit de 15.000 millones de dólares.
Pareciera que los juegos sólo han servido para enriquecer al Comité Olímpico Internacional y dejar a su paso ciudades empobrecidas
Una de las claves fundamentales para hacer rentables y sostenibles a largo plazo las infraestructuras construidas para los juegos es la reutilización de estas en eventos deportivos y de entretenimiento la mayor cantidad de veces posible. Apenas un año después de la realización de los juegos la mayoría de estas instalaciones se encuentran en total abandono, lo cual agrava el problema, ya que inhabilita su utilización para seguir generando ingresos.
Hay casos recientes como el de Budapest y Boston, que abandonaron sus candidaturas para realizar los juegos de 2024 bajo el argumento de la poca sostenibilidad y beneficios económicos del evento. En el caso particular de Boston, el alcalde de la ciudad, Marty Walsh, se negó a firmar un contrato con el Comité Olímpico de Estados Unidos (USOC) que comprometiera a los contribuyentes a tener que pagar los sobrecostos del evento.
Los Juegos Olímpicos son el evento deportivo más importante del mundo, el que alberga mayor cantidad de deportistas y disciplinas, pero el Comité Olímpico Internacional deberá cambiar la propuesta de organización y control de gastos a fin de que estos vuelvan a ser sostenibles e interesantes para los potenciales organizadores. Pareciera que los juegos sólo han servido para enriquecer al Comité Olímpico Internacional y dejar a su paso ciudades empobrecidas, olvidándose de la responsabilidad social que tiene este comité como el organismo más relevante del deporte.