Pedro Benítez (ALN).- Dos sectores de la sociedad venezolana se cruzaron este jueves. Los estudiantes, el grupo más contestatario y movilizado de cualquier sociedad. Y los militares, los guardianes del orden. Todo estaba preparado para una confrontación que no ocurrió. Los dos ganaron. Los dos se cruzaron mensajes. Pero la tensión que acumula una sociedad llena de descontento sigue allí.
El 21 de noviembre de cada año los estudiantes venezolanos recuerdan la huelga universitaria que ese día, pero de 1957, desafió la última dictadura de un general presidente en el país. 62 años después el movimiento estudiantil universitario salió a la calle en medio de un contexto en el cual la protesta social, aunque no ha cesado, no tiene las dimensiones de otros momentos.
Sin embargo, los líderes universitarios optaron en esta ocasión por una acción audaz: marchar desde la Ciudad Universitaria hacia Fuerte Tiuna, la base militar más importante de Caracas y sede del Ministerio de la Defensa y de la Academia Militar. Es decir, el símbolo del poder militar en Venezuela. Desde donde manda el general Vladimir Padrino López, ministro de la Defensa del régimen de Nicolás Maduro.
Aunque no fue una movilización multitudinaria, sí fue significativa porque se realizó simultáneamente en varias ciudades del país. En el caso de Caracas era previsible que la marcha ni siquiera pasara de la puerta de la Universidad Central de Venezuela (UCV) pues seguramente pelotones de la Guardia Nacional (GNB) y de la Policía la estarían esperando. Esto en el mejor de los casos. El régimen de Nicolás Maduro podía también hacer uso de sus grupos de civiles armados (colectivos) para que, como en otras ocasiones, le hicieran el trabajo sucio. Después de todo su objetivo es evitar que Venezuela se contagie con la ola de protestas que sacude al resto de Suramérica.
Las voces más agoreras preveían una jornada de violencia y represión en la que los estudiantes fueran la carne de cañón que alimentara el conflicto político. Y efectivamente las principales vías de Caracas amanecieron con un intimidante despliegue militar.
El chavismo intenta ponerle la mano al sector que nunca pudo doblegar
Pero ocurrieron dos hechos que no estaban previstos. Por un lado, los estudiantes (como han venido haciendo recientemente) evitaron todo acto que pudiera justificar la represión. El otro fue más sorpresivo: se les dejó marchar pacíficamente los casi dos kilómetros que separan la universidad de Fuerte Tiuna, donde a un grupo se le permitió entregar un documento ante una delegación de la Fuerza Armada Nacional (FAN).
No hubo estaciones de metro quemadas, ni locales comerciales saqueados como en Santiago de Chile. No se bloquearon vías públicas, ni ocurrieron incendios. Ni muertos, heridos o detenidos por la represión. Todo culminó en un diálogo entre un dirigente estudiantil y un cadete. Una puesta en escena convenientemente pensada para que este último transmitiera un mensaje obviamente preparado con antelación.
Alguien en el Alto Mando militar prefirió no reprimir. Ni en Caracas, ni en el resto de las ciudades donde los estudiantes se movilizaron. Alguien decidió enviar un mensaje conciliador. Sólo alguien tiene la autoridad para imponer esta estrategia en Venezuela hoy. Ese no es otro que el ministro de la Defensa, general Vladimir Padrino López.
Se puede alegar que en realidad esta fue una táctica inteligente. En el alto gobierno de Nicolás Maduro han seguido lo ocurrido en el resto de la región e intentaron prevenir la conocida escalada de protestas, represión y más protestas.
Después de todo el aparato policial al servicio de Maduro ha afilado sus métodos represivos a un nivel desconocido para la mayoría de los países del hemisferio y ha demostrado su disposición a matar. Ese es su principal disuasivo, tal como lo demostró en los 155 días de protestas de 2017, con un asesinado por día.
Pero hay un sector dentro del régimen para el cual todo tipo de diálogo es señal de debilidad. Para el cual la base del poder chavista viene de la confrontación en todo momento y en todo lugar. La cabeza visible y vocero de esa “política” ha sido siempre Diosdado Cabello.
El 23 de diciembre de 2015, cuando era presidente de la Asamblea Nacional, cerró la última sesión del Parlamento que todavía tenía mayoría chavista, profiriendo una amenaza: “no hay acuerdo posible, la confrontación es inevitable”. Esa era y ha sido su línea desde entonces. Ni pan ni agua a los adversarios. Cada intento de acuerdo entre el régimen chavista y la oposición lo cuestiona y sabotea abiertamente.
Por momentos su posición parece que se va imponiendo. Pero la Venezuela de hoy es un país desgastado emocionalmente que quiere una salida a la devastación. A ese cuadro no escapa la base chavista. Y como suele ocurrir en todos los grupos humanos, divididos siempre entre moderados y radicales, el régimen que encabeza Maduro también tiene un ala moderada que prefiere una negociación a la confrontación.
El líder de este grupo es el general Padrino López. Esto no lo hace ni más ni menos comprometido con el régimen. Sencillamente ha sido su conducta y estilo. Es una de las cosas que le ha permitido mantener unida a la FAN, donde también hay tendencias, disputas y ambiciones, pero como es típico de los militares latinoamericanos, cuentan primero los cañones y siempre prefieren la negociación. Padrino siempre prefiere la negociación antes que la confrontación. Maduro está en manos de él y de los militares. Son los únicos que lo sostienen. Por eso aparenta que negocia.
Sin calle, el chavismo perdió el factor disuasorio de otros tiempos. Su único valedor internacional es Rusia, gran aliado en este momento para evadir las sanciones de Estados Unidos y por aportar su aparato mediático internacional, pero no mucho más; razón por cual Vladímir Putin también es partidario de la negociación.
Ese es el otro respaldo de Padrino López, quien este jueves envió un mensaje a quien quiera escuchar. Impuso (por ahora) su estrategia. Venezuela no amanece con protestas por los cuatro costados. Por ahora. Hoy hay un reflujo, pero el malestar que está allí no se resolverá con bonitas palabras y buenas intenciones, sino con acciones concretas.