Pedro Benítez (ALN).- Seguir el ejemplo de China, Vietnam y Rusia, apertura al capitalismo pero manteniendo el autoritarismo en lo político, es una posibilidad que toma cada vez más fuerza dentro de ciertos sectores del régimen de Nicolás Maduro. Luego de una sucesión de catastróficos fracasos económicos esa luce como la única opción que queda para intentar salvar el proyecto político instaurado por Hugo Chávez en Venezuela en medio de una creciente ola de protestas por parte de los trabajadores del sector público. Pero para hacer eso Maduro necesitaría vencer varios obstáculos, uno de ellos: llegar a un acuerdo con el enemigo… Estados Unidos.
Esta semana ha circulado profusamente entre los venezolanos usuarios de las redes sociales un video que resulta revelador. Es un extracto de una transmisión en vivo y directo que realizó el canal del Estado del “Taller de Formación en el Área Económica” en la que participaban miembros del Alto Gobierno del país y asesores económicos de la República Popular China.
En el mismo el ministro de Producción Agrícola y Tierras, Wilmar Castro Soteldo, le pregunta al ponente asiático sobre “los mecanismos de control que el Gobierno chino implementó al sector productivo para garantizar la eficiencia y la productividad de los distintos sectores productivos”.
Incentivos y productividad en vez de controles. Es lo que hace China. Exactamente lo contrario de lo que se viene aplicando sistemáticamente en Venezuela desde hace tres lustros
A lo que el interrogado respondió: “En China el 90% de las empresas son privadas. El Gobierno no puede hacer control directo a ellos (sic). El Gobierno puede implementar un sistema de incentivos, acicate. Las empresas privadas para mejorar la eficiencia pueden ganar más”.
Incentivos y productividad en vez de controles. Lo que hace funcionar la economía moderna. Es lo que hace China. Exactamente lo contrario de lo que se viene aplicando sistemáticamente en Venezuela desde hace tres lustros.
De modo que por boca de un funcionario de un Gobierno aliado se pone en evidencia la razón última del fenomenal fracaso del chavismo ante el aparente desconcierto de los ministros de Nicolás Maduro.
Decimos aparente, porque pese a que el incidente exhibiría la absoluta incompetencia e ignorancia de las autoridades venezolanas en materia económica, una hipótesis alternativa es que la pregunta no se formuló inocentemente.
Porque resulta ser que Castro Soteldo es uno de los partidarios dentro del régimen de dar una apertura hacia el sector privado de la economía y por lo tanto lo ocurrido lleva agua al molino de su tesis. Otro capítulo de la lucha de poder que se da puertas adentro.
Combinar éxito económico con dictadura luce como una fórmula muy atractiva para los que aspiran al poder político eterno y es un fuerte argumento para los que la proponen.
Lo que nos lleva a plantear una pregunta: Después todo lo ocurrido en estos años en Venezuela, ¿puede el régimen de Maduro reeditar el modelo chino?
Las lecciones de China para el chavismo
Luego de 40 años de reformas promercado el éxito económico chino es indiscutible. Nunca antes en la historia humana tantas personas salieron de la pobreza en tan poco tiempo. 700 millones entre 1978 y 2008. China pasó de ser una milenaria civilización de agricultores a la segunda potencia industrial del mundo, con un impacto en la economía global que no se había experimentado desde el ascenso de Estados Unidos hace más de un siglo.
No obstante, este recuento exitoso hace olvidar los detalles que lo hicieron posible y nos recuerda que si bien la economía es el corazón de las sociedades, detrás de ella siempre está la política.
Porque antes de que los dirigentes comunistas chinos disolvieran las comunas populares y autorizaran a los campesinos a vender en mercados libres sus cosechas, o permitieran la creación de pequeños negocios privados en las ciudades, crearan las zonas económicas especiales y captaran inversiones extranjeras privadas, su primer paso fue acercarse al enemigo capitalista.
Combinar éxito económico con dictadura luce como una fórmula muy atractiva para los que aspiran al poder político eterno y es un fuerte argumento para los que la proponen
Eso ocurrió en 1972, en vida de Mao Tse-Tung. El autor de esa operación política no fue él, sino su primer ministro, el histórico Chou En-Lai, quien promovió, organizó y protagonizó el primer viaje a China de un presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, ese año.
Luego, en 1978, cuando comenzaron las reformas económicas de Deng Xiaoping, el proceso de apertura fue acompañado (y no por casualidad) de otro proceso de normalización de las relaciones con Occidente. China fue entrando en todas las grandes instituciones económicas del capitalismo: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Los gobiernos occidentales aceptaron esto con la esperanza de que esa apertura económica trajera luego la apertura política, lo que como sabemos no ha ocurrido. Sin embargo, el éxito chino es el ejemplo que otros regímenes autoritarios del mundo han copiado, como Vietnam y la Rusia de Vladimir Putin. Para ellos parece el mejor de los dos mundos.
No obstante, este es el camino que Raúl Castro en Cuba no ha sabido o no ha podido seguir. Probablemente por razones parecidas a las de Maduro en Venezuela. Dogmatismo ideológico, simple ignorancia económica y el riesgo que para la cohesión interna de ambos regímenes implicaría romper con la concepción dejada tanto por Fidel Castro como por Hugo Chávez.
Si la hipótesis que esgrimimos sobre la nada ingenua intención del ministro Castro Soteldo va en la dirección correcta, esto quiere decir que dentro del Gobierno venezolano nadie se atreve a decir abiertamente que el rey está desnudo. Es decir, que Hugo Chávez se equivocó. De modo que tienen el mismo problema que tuvieron los chinos con la figura de Mao, y desde 2006 a esta parte los cubanos con Fidel Castro. ¿Cómo aplicar medidas para rescatar la economía que son exactamente lo contrario de lo que predicaba el líder fundador del regimen?
Maduro y sus ministros pueden aprender mucho de sus camaradas chinos, pero todavía más de sus propios errores que parecen haberlos puesto, a ellos y a Venezuela, en un callejón sin salida
Pero como precisamente demuestra el caso chino esta última es una dificultad que con voluntad y habilidad política se puede superar. A fin de cuentas, sus ejecutores tienen el poder en sus países.
Lo que luce hoy más complicado para Maduro, y para los que le aconsejan seguir ese camino, es la operación externa. Es decir, llegar a un acuerdo político con la principal potencia económica del planeta que le brinde estabilidad para hacer lo demás.
Nicolás Maduro es consciente de este problema, aunque paradójicamente ha hecho todo lo que ha tenido en sus manos para ganarse una cada vez peor fama internacional.
Ha enviado mensajes y señales de querer llegar a un acuerdo con el actual inquilino de la Casa Blanca, sin aparentemente comprender que negociar con él tiene un costo para su contraparte. A lo que hay que agregar que Donald Trump (que en el fondo es un negociador) parece dispuesto a jugar tan duro como lo han hecho los Castro y Maduro. No va a negociar para estabilizar a Maduro en el poder sino para facilitar su salida.
Porque lo cierto es que lo ocurrido en Venezuela (más allá del uso político que se le dé en cada país) es un precedente que las democracias del continente americano no pueden aceptar. La evolución de un régimen instaurado por medios en apariencia democráticos que devino en un autoritarismo es un ejemplo demasiado peligroso para una región donde la democracia siempre parece amenazada.
Maduro y sus ministros pueden aprender mucho de sus camaradas chinos, pero pueden aprender todavía más de sus propios errores, que parecen (nada es definitivo en política) haberlos puesto, a ellos y a Venezuela, en un callejón sin salida.