Nelson Rivera (ALN).- John Douglas, el mayor experto del mundo en asesinos en serie y exagente del FBI, se las arregló para entrevistar a 40 de los peores criminales de Estados Unidos, muchos de los cuales habían sido capturados a partir de sus deducciones. Estas historias están recogidas en ‘Cazador de mentes’.
John Douglas es norteamericano. Se le reconoce como el mayor experto del mundo en asesinos en serie. Por más de dos décadas fue agente del FBI. Su experiencia es inigualable: trabajó en más de 6.000 casos. Hubo momentos en la carrera en que debió atender más de 150 crímenes de forma simultánea. Analizó escenas donde se habían cometido asesinatos cuya brutalidad excede a la imaginación más bizarra. Tuvo que abrirse paso en contra del descreimiento que provocaban sus métodos. Y dio un paso más: se las arregló para entrevistar a 40 de los peores criminales de Estados Unidos, muchos de los cuales habían sido capturados a partir de sus deducciones.
Cualquier lector avisado podría preguntarse sobre la vigencia que hoy, 23 años más tarde, tiene Mindhunter, publicado originalmente en 1995 (ha sido traducido como Cazador de mentes, por Ana Guelbenzu, Editorial Crítica, España, 2017). Ante esa posible duda hay que decir: el libro es un prodigio de documentación. Decenas y decenas de casos se relatan hasta los extremos. A partir de los datos de cada caso, Douglas desarrollaba un perfil sobre el posible asesino que permitía, al menos, dos cosas: una, descartar a decenas de sospechosos, para así limitar la búsqueda entre muy pocos y, dos, crear planes específicos que condujeran a los cuerpos policiales a la captura del responsable.
Douglas desarrollaba un perfil sobre el posible asesino que permitía descartar a decenas de sospechosos y crear planes específicos que condujeran a los cuerpos policiales a la captura del responsable
Cazador de mentes cautiva porque escenifica las capacidades analíticas de Douglas. En las acertadas deducciones conviven la lógica y la intuición, y una facultad de proyectar, que no se limitaba a lo ocurrido, sino que se ampliaba a los próximos pasos del criminal. ¿De dónde partía? Del análisis concienzudo y sensible del lugar de los hechos. En el pensamiento de Douglas, la escena del crimen no sólo guarda el relato de lo ocurrido, también datos clave del autor. En el lugar y en el propio cadáver está presente “la firma”, la marca personalísima del asesino. Por ello, sostiene el experto, los crímenes rutinarios son más difíciles de investigar: el asesino no deja firma en la escena del crimen.
Perverso poder
Hay casos, por ejemplo, en que la mente criminal se anuncia desde la infancia. Tres datos son recurrentes: acciones de crueldad en contra de animales (Edmund Emil Kemper II, que mató a sus dos abuelos para averiguar cómo se sentiría, había desmembrado dos gatos cuando era niño), la enuresis (mojar la cama) y el gusto por el fuego (que se expresa en la acción de provocar incendios y masturbarse mientras ocurren).
En el asesino hay un cazador dotado para la elección de las víctimas. Douglas sostiene que en el núcleo de la conducta asesina hay un inequívoco impulso de poder: manipular y dominar a la víctima. La preparación del ataque lo excita y le proporciona adrenalina. De lo profundo de la psique proviene la decisión de matar de una determinada manera y no de otra. Asumir el punto de vista de la víctima arroja luz sobre el modo en que el asesino ejerció su poder, especialmente en los casos en que la muerte fue precedida de torturas.
Un alto porcentaje son personas que, a lo largo de la infancia y la adolescencia, padecieron las consecuencias de algún defecto físico, acné, defectos en el habla, tartamudeo y dificultad para conversar. Es frecuente que provengan de familias rotas, hijos de madres dominantes en extremo. Un factor que se repite es el que Douglas llama “ineptitud ante las mujeres”. El asesino no sólo se carga de resentimiento -el odio del perdedor-, sino de fantasías donde la sexualidad y la muerte son protagónicas. Al matar se responde a ofensas recibidas en la infancia, como la de “comportarse como un hombre”.
En la ferocidad de algunos asesinatos -aquellos donde los cadáveres son mutilados y dispuestos teatralmente- hay una respuesta a las burlas, al rechazo. Subyugar y matar a la víctima genera una fantasía de superación. Una demostración de superioridad y desprecio por los demás. Por ello, en la escena de muchos asesinatos atroces, hay signos de un ritual. “Con la mayoría de los asesinatos de motivación sexual, se produce una progresión de la fantasía a la realidad, a menudo alimentada por la pornografía, la experimentación macabra con animales y la crueldad con sus iguales”.
El asesino en serie
Una vez que el asesino con las características señaladas ha cometido un primer crimen, una vez que ha roto con el tabú y con el propio desafío, que ha cumplido su fantasía, continuará matando bajo el impulso de perfeccionar los ataques. La experiencia de Douglas muestra que no paran de matar hasta que son detenidos. Cuenta el caso de un criminal que escribió a la policía de Nueva York una carta pidiendo que lo detuvieran porque no podía evitar continuar asesinando.
Los rasgos mencionados y otros que mencionaré a continuación, no constituyen una cartilla. Hablan de recurrencia, pero no coinciden en todos los asesinos. Muchos vivían en situación de dependencia, siendo ya adultos: con hermanas o madres o familiares. Una mayoría había abandonado la educación. Carecían de empleo fijo y hacían trabajos ocasionales, con lo cual disponían de tiempo para deambular. Muchos de ellos resultaron conocedores de parajes como bosques, acantilados, caminerías poco concurridas, lugares ocultos a simple vista.
Una vez que el asesino ha cometido un primer crimen, una vez que ha roto con el tabú y con el propio desafío, que ha cumplido su fantasía, continuará matando bajo el impulso de perfeccionar los ataques
Un dato sorprendente: la mayoría había intentado ingresar a la policía. Al no lograrlo, algunos escogieron oficios próximos: porteros, vigilantes y otros. Casi todos los asesinos en serie guardan un trofeo de cada crimen, una memoria de los hechos, bajo distintas modalidades. Cada muerte permite revivir una fantasía de orden sexual. Violar el cadáver o masturbarse ante el cuerpo sin vida, ocurre en un alto porcentaje de casos. Douglas ejemplifica los modos en que el narcisismo, la personalidad egocéntrica, se vuelca sobre el cadáver de la víctima. También el deseo de llamar la atención, de convertirse en una celebridad noticiosa. El asesino en serie disfruta la zozobra de verse convertido en un tema de noticieros y de conversación cotidiana.
John Douglas explica que siempre se produce un factor detonante que incita al primer crimen: perder la pareja, en primer lugar, y perder el empleo, a continuación, son los más reiterados. Un tema de enorme interés en nuestro tiempo: en toda la experiencia de Douglas, el asesino en serie es siempre un hombre y nunca una mujer. En cierto modo, deja la pregunta abierta, pero ofrece una hipótesis: “Las mujeres asimilan mejor los factores estresantes”. Pueden autocastigarse, pero no salen a matar para liberar frustraciones. Algo más: Douglas hace una fuerte crítica al papel de los siquiatras en el ámbito penal. No sólo reporta casos donde informes siquiátricos han permitido acortar la pena del reo, para que tenga una nueva oportunidad en la vida: han salido y han vuelto a matar. Douglas es firme: los siquiatras se equivocan porque sus informes se basan en conversaciones con asesinos que, por lo general, son hábiles actores. Lo otro: los asesinos en serie han cruzado un umbral del que no hay regreso. No se regeneran. Si se les da una oportunidad, vuelven a matar.