Rafael Alba (ALN).- Las dos grandes tecnológicas anuncian dos nuevos servicios de streaming musical gratuito, ligados a sus altavoces inteligentes. La empresa de Jeff Bezos también planearía competir en el mercado de la alta fidelidad, según se asegura en algunos medios especializados.
En los últimos días, Amazon y Google, dos de la mayores tecnológicas del mundo, han anunciado nuevos planes relacionados con sus futuras estrategias de negocio en el sector de la industria musical. En el caso de la empresa presidida por Jeff Bezos, se trata de un primer acercamiento serio al sector, mientras que para la compañía propietaria de YouTube sería más bien una profundización en el nuevo acercamiento al negocio que ya iniciaron con el lanzamiento de YouTube Music, una plataforma de streaming de audio que ya compite directamente con Spotify. El nuevo escenario generado por los acontecimientos supone una clara amenaza para la empresa de Daniel Ek. Y no sólo por la aparición de un nuevo y poderoso rival y por el endurecimiento de las condiciones de competencia que le plantea un contrincante histórico. Además, ambos enemigos acaban de introducir en la batalla un arma que puede marcar la diferencia: los altavoces inteligentes con capacidad para conectarse a la red de forma autónoma.
En los últimos días, Amazon y Google han anunciado nuevos planes relacionados con sus futuras estrategias de negocio en el sector de la industria musical. En el caso de la empresa presidida por Jeff Bezos, se trata de un primer acercamiento serio al sector, mientras que para la compañía propietaria de YouTube sería más bien una profundización en el nuevo acercamiento al negocio que ya iniciaron con el lanzamiento de YouTube Music
Unos dispositivos que podrían haber sido los aliados perfectos para la corporación sueca, pero que, tal y como se han desarrollado las cosas, pueden suponer justo lo contrario: los desencadenantes de su inesperado y humillante final. Aunque tal vez Ek y su equipo aún puedan evitarlo. Siempre que sean capaces de establecer un nuevo plan de negocio que contribuya a volver a apreciar el producto en el que basan la generación de ingresos. La música, ya saben. Ese contenido inmaterial del que todo el mundo quiere disfrutar, pero por el que nadie quiere pagar nada por aquello de que en internet todo tendría que ser gratis. Y las últimas decisiones de Amazon y Google abundan en esta idea. Se trata, fundamentalmente, de asociar sus altavoces inteligentes a un servicio de streaming musical sin coste para los usuarios. De momento, las unidades con Echo de Amazon que funcionan con el muy conocido asistente Alexa pondrán a disposición de los suscriptores de Amazon Premium cerca de dos millones de canciones del catálogo recién conseguido por la firma mediante acuerdos de explotación de licencias. Y las cajas incluidas en los equipos Google Home y Google Assistant accederán a una versión simplificada del catálogo manejado por YouTube Music. En principio.
Pero el ataque de Bezos a Ek es mucho más duro de lo que parece. Amazon también acaba de lanzar un servicio denominado Music Unlimited que por sólo 3,99 dólares (3,58 euros) pone a disposición de los interesados más de 50 millones de temas. Sin embargo, esa tarifa, mucho más reducida que los 9,99 dólares (8,96 euros) que cobran Spotify, y Apple Music por sus servicios premium, sólo sirve para un dispositivo. Un altavoz Echo. Si el usuario del artefacto quiere tener acceso a esas canciones en otros cacharritos de su propiedad ya debe pagar los mismos 9,99 dólares (8,96 euros) que tendría que pagar en caso de tener otros servicios similares. Así que, en principio, podría parecer que el movimiento no es tan grave. Incluso si se consideran los rumores, recogidos por algunas publicaciones especializadas, de que Amazon aspira también a ofrecer antes de final de año un servicio de alta fidelidad, con mayor calidad sonora que el que aporta la reproducción de archivos comprimidos, el mp3, ya saben. Pero se trata de un extremo no confirmado aún.
Amazon y el streaming gratuito
Sin embargo, no conviene equivocarse. Hay dos efectos casi inmediatos que muy probablemente provoque la nueva estrategia de Amazon y Google. En primer lugar, ambos conseguirán, en muchos casos, sacar a Spotify o a cualquier otra plataforma de streaming rival de sus altavoces. Con lo que van a cerrar una posible vía natural de crecimiento de ingresos recurrentes, con la que ahora contaban Ek y los suyos. Pero los problemas no acaban ahí. Si, como todo parece indicar, los nuevos competidores que acaban de desembarcar en el sector del streaming gratuito recurren a la publicidad como fórmula para intentar financiar el servicio, la empresa sueca va a sufrir, probablemente más pronto que tarde, una merma en los ingresos que obtiene derivados de la publicidad. Y puede ser importante porque sus nuevos competidores, que disponen de muchas áreas de exposición para ofrecer a los anunciantes ofertas de paquetes integrados, van a tener muchas posibilidades de atraer clientes que, tal vez, abandonen la plataforma sueca en algún momento.
El nuevo escenario generado por los acontecimientos supone una clara amenaza para Spotify. Y no sólo por la aparición de un nuevo y poderoso rival y por el endurecimiento de las condiciones de competencia que le plantea un contrincante histórico. Además, ambos enemigos acaban de introducir en la batalla un arma que puede marcar la diferencia: los altavoces inteligentes con capacidad para conectarse a la red de forma autónoma
O tal vez no. Pero la amenaza existe. Aunque, en opinión de algunos expertos, ya existía hace mucho tiempo, aunque no se hubiera materializado aún. Para entender la verdadera dimensión de este entuerto, mejor empecemos por el principio. Un agradable ruido de fondo. O una dosis torrencial de energía sonora para facilitar el ejercicio físico a los adictos a las endorfinas. Simple compañía para corazones solitarios y náufragos urbanos que hacen más llevaderos esos inevitables momentos de espera que tienen lugar justo antes de que el agua arranque a hervir y haya llegado la hora de cocer la pasta o el arroz. O también, y muy especialmente, la banda sonora favorita de los conductores que se lanzan a la conquista de las autopistas de peaje, se desesperan en las caravanas de la operación salida o sufren ataques de ansiedad moderada varados por culpa de las luces rojas de los semáforos. Eso es, y nada más que eso, la música para los programadores de los algoritmos de las principales plataformas de streaming.
Y también para los principales ejecutivos de las grandes tecnológicas que, por lo visto, como les hemos contado antes, ahora quieren participar del presunto diluvio de beneficios antes de impuestos que, según anticipan los analistas de la banca de inversión, va a producirse a medio plazo en los cuarteles generales de las empresas que forman parte de la renacida industria de la música global. Y esas son, en consecuencia, las ubicaciones precisas en las que va a desarrollarse la próxima guerra corporativa que, según parece, ya se anuncia con fuerza en el sector. Lugares como el interior de las casas, los automóviles y los centros de ocio compartido, ya sean gimnasios o bares de tapas, donde pasan la vida los clientes potenciales de estos nuevos productos sonoros, ofertados ahora en forma de playlists, para que ese ejército de oyentes pasivos que proporcionan clicks y pagan suscripciones premium, tengan lo que quieren, o lo que creen que necesitan, sin verse obligados a exprimirse demasiado las neuronas.
El abaratamiento de los productos musicales
Cierto que, como ya les hemos dicho, hay serias dudas sobre la calidad real que pueden ofrecer los archivos de audio comprimidos que circulan por los corredores de bluetooth que conectan los dispositivos móviles, los portátiles, y los altavoces inteligentes. Pero la práctica ha demostrado que ese supuesto problema no tiene demasiada importancia. Hay muchos menos melómanos con el oído entrenado de los que cualquiera podría pensar. Son escasos y a estas alturas podría hablarse de ellos como si se tratase de una especie en peligro de extinción. Además, basta con preparar alguna oferta especial mucho más cara, destinada a ellos y ellas. Algo en lo que, parece ser, ya habría pensado también Amazon. Sin embargo, para abastecer la necesidad de ruido agradable y compañía sonora que demanda el resto de la especie humana, para quienes forman, en definitiva, la inmensa mayoría, los mp3 son más que suficientes. De hecho, casi importa más el dispositivo, y su estética y su capacidad de integrarse bien con las opciones decorativas del emplazamiento que se haya elegido para él, que la música que finalmente proporcione.
Puestas así las cosas, los estrategas de las tecnológicas ya saben de qué va esto. Amigos y amigas, en realidad, el altavoz inteligente es lo único que importa. O la radio digital. Sobre todo si no existen diferencias apreciables en la oferta de contenidos
De tanto abaratar y malvender el producto, hoy por hoy las canciones pop, las sinfonías, las suites y hasta los quejíos más hondos que extraen de sus gargantas los grandes intérpretes de blues o flamenco, han terminado por convertirse en simples commodities. Ya saben, y disculpen por el inevitable anglicismo, en esas mercancías intercambiables y homogéneas que sirven para lo mismo y apenas se diferencian unas de otras. Las piezas de música son en este momento histórico puras marcas blancas, simples medicamentos genéricos. Porque lo mismo les da, o eso parece, a quienes saborean una ginebra con tónica en la terraza de su apartamento de verano contemplar la puesta de sol mientras suena Mozart, Enrique Morente, Queen, The Beatles, Carole King o una sesión de algún oscuro dj de los que trabajaban en el Café del Mar de Ibiza a finales de la década de los 90. Ellos y ellas sólo quieren relajarse con un poquito de chill out.
Puestas así las cosas, los estrategas de las tecnológicas ya saben de qué va esto. Amigos y amigas, en realidad, el altavoz inteligente es lo único que importa. O la radio digital. Sobre todo si no existen diferencias apreciables en la oferta de contenidos. Algo que, en su momento, entendió muy bien Netflix, al acompasar su estrategia tecnológica relacionada con su capacidad de ofrecer películas y series en streaming, con la inversión en la producción de contenidos propios que ha terminado por convertir a la plataforma en una gran corporación audiovisual capaz de competir con cualquier otra major de Hollywood. También Sirius XM, cuyos promotores levantaron un verdadero imperio corporativo tras conseguir que su servicio de radio vía satélite, con una oferta de más de 100 programas disponibles que incluía música especializada, informativos y magazines, estuviera disponible en la mayor parte de los automóviles que se fabricaban en el país y después consolidaron su posición invirtiendo en podcasts de elaboración propia y contratando en exclusiva a profesionales con gancho ante las audiencias o incluso a estrellas de la música como Bob Dylan para ofrecer una programación propia que les protegiera contra los competidores potenciales. Ahora Spotify tal vez tenga que hacer algo parecido. Pero lo mismo la iniciativa llega tarde. O lo mismo no. Veremos.