Nelson Rivera (ALN).- Bill y Melinda Gates entienden como una especie de deber universal sumarse a los esfuerzos por alcanzar un mundo que se proponga dar fin a la pobreza extrema en muy corto plazo. El eslogan que se lee en su web, “somos optimistas impacientes que luchamos por reducir la desigualdad”, posiblemente se refiere a eso: a la convicción de que esfuerzos bien encaminados podrían alcanzar la meta de miseria cero.
En la edición 183 de la revista Política Exterior se publica en español un artículo de Bill Gates que lleva por título “Edición genética para el bien”. Parte del diagnóstico en el que coinciden los técnicos de los multilaterales: en los años recientes se ha producido una reducción de la mortalidad infantil -a la mitad- y también de las enfermedades que más aquejan a los menores de cinco años. La población que vive en condiciones de pobreza extrema, según el Banco Mundial, ha bajado de 35% a 11%. A pesar de esto, escribe Bill Gates, hay que seguir insistiendo. Hay 750 millones de personas en África y Asia que viven en zonas rurales con ingresos menores a dos dólares diarios.
Afirma Gates de modo enfático: hay una vía para continuar disminuyendo el hambre. Las ediciones genéticas –Repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas, CRISPR, por sus siglas en inglés- modifican el genoma de plantas y animales, para que estos puedan ser más resistentes al frío o al calor, consuman menos agua, alcancen mejores rendimientos. Los ejemplos de avances ya logrados son alentadores. Y no se refieren sólo a la alimentación, sino también a la salud. Gates cuenta los primeros pasos en curso para erradicar la malaria, sin vulnerar los protocolos establecidos por la Organización Mundial de la Salud. La edición genética no debe ser confundida con la creación de alimentos transgénicos: mientras los segundos mezclan genes de distintas especies, la primera sólo actúa sobre el genoma del alimento en cuestión.
La población que vive en condiciones de pobreza extrema, según el Banco Mundial, ha bajado de 35% a 11%. A pesar de esto, escribe Bill Gates, hay que seguir insistiendo
El artículo guarda un tono de personal preocupación. Hacia el final, en tono más categórico, Gates se refiere a los riesgos de no explorar el uso de las nuevas herramientas científicas. “Los beneficios que pueden reportar las tecnologías emergentes no deben quedar reservados a los habitantes de los países desarrollados, y tampoco la decisión sobre si aplicar o no estas tecnologías. Utilizada de forma responsable, la edición genética podría salvar millones de vidas y capacitar a millones de personas para dejar atrás la pobreza. Sería una tragedia si dejáramos pasar esta oportunidad”.
Optimismo a contracorriente
Quien visite la página web de la Fundación Bill y Melinda Gates se encontrará con esta frase, en tipografía negra y rotunda, generosamente desplegada en la pantalla: todas las vidas tienen un mismo valor. Limpiamente diseñado, el sitio ofrece al lector cuatro grandes enunciados:
1- Velamos porque niños y jóvenes sobrevivan y prosperen.
2- Apoyamos a los pobres, especialmente a mujeres y niñas, para que puedan transformar sus vidas.
3- Luchamos contra enfermedades infecciosas que afectan especialmente a la población más pobre .
4- Inspiramos a las personas a actuar para cambiar el mundo.
Cada uno de estos se despliega en mensajes e información más detallados.
Lo que resulta especialmente llamativo, es el tono optimista y casi personal que tiene la comunicación, que guarda una evidente sintonía con el artículo “Edición genética para el bien”. Hay algo mesurado y esperanzador, prístino y expuesto en lengua nítida, que contrasta si se compara con las formalidades y el lenguaje encorsetado con que las grandes corporaciones hablan de sus contribuciones a la sociedad. Hay que decirlo: sólo excepcionalmente las empresas se escapan de repetir la fórmula de Responsabilidad Social Empresarial. Melinda y Bill Gates lo han logrado.
Esa voluntad de comunicar de un modo distinto alcanza su cota más alta en el Mensaje Anual del 2018. Diez preguntas difíciles que nos suelen hacer, fechada el 13 de febrero de 2018, y que está firmada por Bill y Melinda Gates. Se trata de una carta de 18 páginas, en la que ambos responden a las mencionadas 10 preguntas. El concepto mismo del documento es inusual: en vez de tomar el camino más recurrido, el de construir un discurso positivo que ordene los mensajes que le interesan a la fundación, los Gates se suben al ring. No eluden los temas controversiales.
Cómo responder a las preguntas difíciles
La carta de los Gates tiene una estructura novedosa: la forma de un diálogo entre ambos que, en distintos momentos de su recorrido, incorpora anotaciones al margen, que le otorgan vivacidad a la lectura. Tal como está construido, el diálogo deja en claro que el liderazgo de la fundación es compartido. Las respuestas se complementan. Los Gates no hablan como simples filántropos. No están lejos de los problemas de los que hablan. Los han estudiado, hablan de cifras, tendencias, dificultades y posibles modos de resolver los problemas. Argumentan con un sólido soporte técnico. La imagen que irradian es la de filántropos-técnicos. Sugiere que ambos se han imbuido de las realidades de las iniciativas a las que apoyan.
Diez preguntas difíciles que nos suelen hacer no es un documento corporativo sino de carácter personal. En él se hacen afirmaciones de este tipo: “No somos indiferentes a los problemas de los demás. Hay cosas que no aceptan eufemismos. Hay preguntas que todavía no estamos en condiciones de contestar”. De alguna manera, los Gates asumen que la dinámica de los problemas del planeta es tan intensa, que es inevitable que haya algún componente de provisionalidad en los esfuerzos que se están haciendo para combatir las formas más dramáticas de miseria.
“Los beneficios que pueden reportar las tecnologías emergentes no deben quedar reservados a los habitantes de los países desarrollados”
Quizás el más importante valor que atraviesa la carta, es su permanente ejercitar la transparencia, idea que forma parte del núcleo de las aspiraciones de la sociedad norteamericana. Sorprende leer, por ejemplo, la denuncia que han hecho de la manipulación de cifras por parte de autoridades educativas de Estados Unidos para ocultar los verdaderos índices de deserción escolar; o el reconocimiento que formulan de que trabajar con el gobierno de Barack Obama era más fácil que con el de Donald Trump; o la claridad con que afirman que hubiesen esperado mejores resultados de las enormes inversiones que han hecho a lo largo de los años: “Con esto no quiero decir que nos salga todo bien, ni mucho menos, pero sí que tratamos de tomarnos nuestro trabajo con humildad, conscientes de que no siempre lo sabemos todo y de la importancia de aprender de nuestros errores”, dice Melinda Gates.
Por encima de eso, la carta contiene un llamado a la responsabilidad dirigido a todas aquellas personas o familias que tienen mucho dinero en el mundo: los Gates entienden como una especie de deber universal sumarse a los esfuerzos por alcanzar un mundo que se proponga dar fin a la pobreza extrema en muy corto plazo. El eslogan que se lee en la web, “somos optimistas impacientes que luchamos por reducir la desigualdad”, posiblemente se refiere a eso: a la convicción de que esfuerzos bien encaminados podrían alcanzar la meta de miseria cero.
A la pregunta ocho, sobre si es justo que ambos tengan tan grande influencia, ella responde metiendo la mano en el meollo de la cuestión: “No es justo que tengamos tanto dinero cuando miles de millones de personas tienen tan poco”. Y añade: el dinero nos abre muchas puertas. Por eso, la transparencia con que opera la fundación se asume como un imperativo.