Pedro Benítez (ALN).- En sus tres años y medio como presidente de México, Andrés Manuel López Obrador ha puesto en práctica aquello que Teodoro Petkoff denominó como “el arte mexicano de hacer política”. Para ser más rigurosos, en realidad es el arte priista de hacer política. Aquel estilo y estratagema de los sucesivos gobiernos emanados del otrora único partido mexicano, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), en las cuales su política exterior no tenía nada que ver con su política puertas adentro pero que, al mismo tiempo, le permitía mantener una distancia de dignidad ante su todopoderoso e incómodo vecino del norte.
Así por ejemplo, desde el general Lázaro Cárdenas allá por los años treinta del siglo pasado hasta los presidentes de la “era neoliberal” Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, la política exterior mexicana siempre fue de solidaridad con todas la causas nobles del mundo que la izquierda mundial asumió como banderas propias.
México recibió a los exiliados republicanos que huyeron de España al final de la Guerra Civil (1936-1939); apoyó la causa de las Aliados durante la Segunda Guerra Mundial; fue solidario con todos los exiliados que huían de las dictaduras militares que cubrieron el resto de Latinoamérica, en los años cincuenta a los venezolanos, en los setenta a los chilenos.
Nunca México se sumó al embargo comercial contra Cuba y cada gobierno se cuidó mucho de tener las mejores relaciones posibles con el régimen comunista de la isla. Sus gobiernos (todos del mismo partido) tuvieron una actitud comprensiva hacia casi todos los grupos subversivos del resto de la región, se involucraron en el proceso de paz de Centroamérica en los años ochenta y siempre condenaron el intervencionismo yankee.
Pero al mismo tiempo, dentro de su país, esos mismos gobiernos impidieron por décadas la alternancia democrática; hostigaron a su oposición; cometieron fraude electoral en más de una ocasión; y llevaron a cabo su propia guerra sucia en contra de las guerrillas izquierdistas mexicanas a las que persiguieron hasta el hasta el exterminio.
Antiimperialismo mexicano: Solo en el discursof
Todo con bastante impunidad. Ante la indiferencia (por regla general) de los Estados Unidos y el prudente silencio de Cuba para quien México siempre fue un aliado importante.
Con tal de tener un Gobierno estable al lado sur del Río Grande, Washington estaba dispuesto a tolerarle al peculiar sistema político mexicano sus gestos antiimperialistas, como ser parte del Movimiento de Países No Alineados y votar todos los años condenando el embargo comercial estadounidense a Cuba. Al final del día, a lo hora de las chiquitas, México apoyaba a Estados Unidos en los momentos decisivos, como ocurrió durante la crisis de los misiles en Cuba de octubre de 1962.
Toda esa puesta escena (que se venía erosionando desde la crisis económica de 1982) cambió totalmente cuando ocurrió la transición a la democracia plena con la elección de Vicente Fox, como el primer presidente que no provenía del partido oficial en 80 años. Durante los siguientes tres gobiernos mexicanos, dos del Partido de Acción Nacional (PAN) y uno del PRI, todo lo que antes la prensa internacional callaba sobre México, o que quedaba sumergido en alguna página de la sección correspondiente, pasó a ser noticia casi diaria.
Desde la corrupción de su clase política hasta la violencia del narcotráfico. Cosas de la democracia.
Un símbolo de los nuevos tiempos fue aquella sonada pelea pública entre el presidente Fox y Fidel Castro.
México parecía ser fuente inagotable de malas noticias casi todas las semanas hasta que AMLO se posesionó como presidente de ese país en diciembre de 2018. De allá para acá ha ido desempolvado las viejas, y por lo visto efectivas, prácticas del arte priista de hacer política.
López Obrador y Trump, una sintonía que sorprende
La primera sorpresa fue su extraordinaria sintonía personal con el magnate/presidente Donald Trump, quien, como se recordará, hizo campaña dos años antes insultando a los mexicanos. Pues bien, el izquierdista y antiimperialista López Obrador le aceptó a Trump todo lo que le pidió ante la comprensión de la prensa europea y latinoamericana.
No construyeron el famoso muro en la frontera, pero AMLO hizo de México el muro. Trasladó miles de soldados y policías a la frontera con Guatemala para frenar las caravanas de migrantes bien lejos de los pasos hacia Texas y California. Esto es algo que ningún otro gobierno mexicano se hubiera atrevido hacer. López Obrador se dio ese lujo.
Sólo la representante demócrata al Congreso en Washington por el distrito de El Paso, al sur de Texas, Verónica Escobar, recriminó públicamente la colaboración de AMLO con Trump en la violación de los derechos de los migrantes y de los solicitantes de asilo.
Trump le pidió que ratificara la renegociación del Tratado de Libre Comercio (TLC) y lo hizo. Además, se dio su tiempo para felicitar la elección de Joe Biden como nuevo presidente durante aquellas semanas de noviembre de 2020 a enero de 2021 en la cuales Trump aseguraba que le habían robado la elección.
Varios de los más furibundos acólitos de Trump, entre ellos dos dirigentes de Tea Party y una presentadora de Fox News, no desaprovecharon el momento para congratularse con la posición del presidente mexicano.
La indulgencia con AMLO
Los medios europeos y latinoamericanos vieron esto con una mezcla de indiferencia con indulgencia que no se detuvo allí. A lo largo de estos tres años y medio como gobernante la violencia criminal, uno de los grandes problemas de ese país, no ha cedido un ápice. Hace un año en las elecciones federales de medio término 89 políticos fueron asesinados, 34 de ellos candidatos de partidos opositores a AMLO.
El asesinato de periodistas, tres en mayo, 11 durante este año, 53 desde que López Obrador juró su cargo, es una auténtica plaga que ha continuado en medio de una impresionante impunidad y con el propio mandatario atacando a la prensa critica durante sus largas ruedas de prensa “mañaneras”. Lo mismo los homicidios de mujeres cuyo móvil principal ha sido el género; 229 feminicidios en lo que va del 2022.
No obstante, esa información, que viniendo de cualquier otro país de Latinoamérica sería un escándalo mayúsculo, apenas es tomado en cuenta por los principales medios de comunicación internacionales. Bien sea porque sea porque a AMLO se le absuelve de aquellas situaciones que le serían imperdonables a un gobernante de “derecha” o bien porque la violencia endémica en México parece que se ha “normalizado”.
Su actitud durante el 2020 ante la pandemia del Covid-19 fue la misma que la de Jair Bolsonaro. Pero la que provocó escándalo e indignación internacional fue la del brasileño.
López Obrador y un nuevo capítulo de peleas internacionales
Ahora López Obrador protagoniza un nuevo capítulo de las peleas de la política continental al condicionar su asistencia a la Cumbre de las Américas a realizarse entre 6 al 10 de junio en Los Ángeles, California, si la Casa Blanca insiste en no invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Una de las novedades que AMLO se sacó de la manga desde su llegada al poder fue la de resucitar la Doctrina Estrada. Una postura mexicana en política internacional que venía cayendo en desuso según la cual, en nombre de los principios de no intervención, el derecho a la autodeterminación de los pueblos y de la soberanía nacional, los gobiernos de ese país se negaban a calificar como legítimo o ilegítimo el derecho de otras naciones para aceptar, mantener o sustituir a sus respectivos gobiernos o autoridades.
Con esa coartada el presidente mexicano se ha saltado la espinosa controversia regional de las relaciones con esos tres regímenes sin tener que meterse en el tema de la defensa de los Derechos Humanos; otra bandera que la izquierda internacional asume como propia, pero que, dependiendo del caso, aplica condiciones.
Lavarse las manos también es una manera de asumir una posición; en la política es un arte.