Pedro Benítez (ALN).- Para el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) la intransigencia es una virtud. Como prueba personal de ello regresa a su actividad pública, luego de dos semanas de aislamiento impuesto por contraer covid-19, insistiendo en no usar tapabocas. Desde el inicio de esta pandemia AMLO se unió al exclusivo grupo de jefes de Estado que han subestimado el impacto del coronavirus. Hoy sigue negándose a acatar medidas de prevención pese a que México acaba de superar a la India como el tercer país con más fallecidos a causa del virus (más de 155.000 personas), sólo por detrás de Estados Unidos y Brasil.
Luego de dos semanas de confinamiento por haber contraído el covid-19 el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) regresó el pasado lunes a sus conferencias matutinas diarias con la intransigencia que lo caracteriza. Lo primero que llamó la atención a los periodistas fue que, pese a su reciente experiencia personal con el coronavirus, el presidente insistiera en negarse a usar tapabocas aunque fuera sólo para dar el ejemplo a la población de su país.
Cuando en marzo del año pasado las alarmas se prendían en todo el mundo por la rápida expansión de la pandemia, AMLO le quitó importancia al asunto. Abiertamente se negó a acatar medidas de prevención o a suspender los contactos físicos en sus continuas giras y actividades por todo el país. Ante las críticas de la prensa por esa conducta, su subsecretario de Salud, y principal vocero en la campaña para atender esta crisis sanitaria, el médico Hugo López-Gatell, llegó a decir que el presidente “era una fuerza moral y no de contagio”.
Así AMLO se sumó desde el inicio al exclusivo grupo de jefes de Estado escépticos con los efectos de la pandemia. Club del que eran parte Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil. Dos colegas en las antípodas (se supone) de su orientación ideológica, pero unidos en el mismo estilo.
Y como ocurrió en su vecino del norte, y viene pasando en Brasil, el fuerte liderazgo presidencial fue un mal ejemplo para sus numerosos seguidores.
López Obrador siempre ha dicho que gobernará con el ejemplo. Nada más ganar las elecciones de 2018 renunció a vivir en la residencia presidencial de Los Pinos, prefiriendo el Palacio Nacional (antigua sede de los virreyes de la Nueva España), a fin de ser consecuente con su discurso en favor de la austeridad en el manejo de los recursos públicos.
También lo hizo con el avión presidencial, optando por los vuelos en líneas comerciales para pesadilla de su seguridad y de las propias aerolíneas.
Aunque la utilidad práctica de estos gestos sea discutible, lo cierto es que han contribuido a reforzar su imagen de hombre honesto en la mayoría de los mexicanos que lo siguen respaldando para lo bueno y también para lo malo.
Porque como hemos visto, en cuanto al manejo de esta crisis sanitaria su desempeño como jefe de Estado ha sido el mismo que el de sus colegas de Estados Unidos y Brasil.
Como resultado de esta conducta México acaba de superar a la India como el tercer país con más fallecidos a causa del coronavirus en todo el mundo, más de 160.000 personas, sólo por detrás, justamente, de Estados Unidos y Brasil, y tal como les pasó a Trump y a Bolsonaro, AMLO también se contagió.
Desprecio a las recomendaciones científicas
Sin embargo, las consecuencias de este desprecio a la salud pública y a las recomendaciones científicas al parecer no lo han conmovido en lo más mínimo.
Hoy sigue desafiando a sus propios expertos sanitarios. Insiste en efectuar reuniones en su despacho, recibir embajadores y dar sus largas conferencias de prensa sin tapabocas, afirmando que nadie está obligado a hacerlo porque en México se respeta la libertad de todos.
Esta intransigencia es su marca personal. López Obrador es un personaje que, tal como él mismo lo ha dicho en alguna oportunidad, se siente orgulloso de su terquedad. Para él es una virtud. Esa es su historia.
Dos veces derrotado como candidato a gobernador de Tabasco, dos veces denunció fraude. Tres veces candidato presidencial (2006, 2012, 2018). En las dos primeras ocasiones también reclamó fraude. No lo hizo en la última porque ganó. Pero toda su trayectoria política nos indica que es un personaje que nunca se rinde… y muy difícilmente cambia de opinión. Así hizo su carrera política y así gobierna.
Luego de sus dos semanas de convalecencia ha retornado con ganas de pelear en el terreno que más le gusta. Este año se efectuarán las elecciones intermedias que renovarán los 500 diputados del Congreso, así como numerosos cargos federales y locales en los 32 estados de México. Esta será la primera gran prueba electoral de su gobierno.
Hasta ahora todo parece indicar que le irá bien, aunque es difícil saber qué tan bien. Pese al casi nulo desempeño en términos de crecimiento de la economía mexicana y a la persistente violencia criminal, su popularidad sigue siendo alta. Esa popularidad personal es la que espera convertir en poder político para su partido, Morena.
También está por verse si como le pasó a Donald Trump, el evidente mal manejo de pandemia castigue electoralmente su intransigencia.