Pedro Benítez (ALN).- En México la alianza que respalda al presidente Andrés Manuel López Obrador ha ganado las elecciones de mitad de sexenio, pero le queda un sabor a derrota. Por su parte, la inédita coalición opositora entre el PAN, el PRI y el PRD ha dado con la manera de contener el creciente poder político del mandatario mexicano. La alianza Juntos Hacemos Historia formada por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), ha ganado las elecciones de mitad de sexenio para renovar los 500 puestos de la Cámara de Diputados y un buen número de gobiernos y asambleas estatales.
Los candidatos apoyados por el presidente mexicano se han impuesto en 10 de los 15 gubernaturas en disputa (aún falta por definir el ganador en el estado petrolero de Campeche). Un avance regional muy importante para Morena que en solo dos años ha ganado en 15 de los 31 estados de la federación mexicana desplazando al PRI. Además, aunque el partido de López Obrador no ha conseguido retener la mayoría en la Cámara, sí supera con comodidad la mitad más uno de los puestos, llegando a los 265 diputados gracias al apoyo de sus aliados.
Luego de dos años y medio de ejercicio de poder presidencial, tiempo en el cual el crecimiento de la economía mexicana se desplomó (ya en 2019), con una de las peores gestiones de la crisis sanitaria provocada por la pandemia en todo el continente (la irresponsabilidad de la AMLO en la materia es solo comparable a la de Jair Bolsanaro en Brasil), con la otra epidemia, en este caso de la violencia criminal que azota a México, sin ceder ni un ápice, los resultados de esta cita comicial serían envidiables para cualquier otro gobierno latinoamericano, de lejos.
Sin embargo, para López Obrador tienen un sabor a derrota. Ganando ha perdido, a juzgar por sus palabras de este lunes en la rueda de prensa matinal que da todos los días.
Esta impresión, que en México comparten partidarios y detractores de AMLO, tiene que ver tanto con las expectativas creadas como por la concepción que éste tiene de su proyecto político al que ha bautizado como la Cuarta Transformación.
Con un consistente apoyo del público a su persona superior al 60% López Obrador esperaba que el mismo se tradujera en un respaldo masivo a su partido, con lo cual podría haberse asegurado los dos tercios de la Cámara de Diputados y, con ello, el poder institucional necesario para reformar la Constitución. Esta era una posibilidad alarmante para sus adversarios y críticos.
Siguiendo el manual del buen populista, AMLO ha atacado desde la Presidencia a los jueces, a los partidos opositores (por supuesto), a los medios de comunicación críticos (no podían faltar), al Instituto Federal Electoral (INE) y para completar el cuadro desarrolla una maniobra nada disimulada de poner a la Suprema Corte bajo su control.
En esto ha consistido en términos concretos su Cuarta Transformación. La construcción de una nueva hegemonía. El regreso a las prácticas del presidencialismo imperial al estilo del viejo PRI en el cual militó hasta 1987.
No obstante, los partidos de la (por distintos motivos) desprestigiada oposición mexicana, así como parte importante del electorado de clase media olieron el juego de López Obrador.
El PAN a la derecha, el PRD a la izquierda (anterior partido de AMLO) y el siempre presente PRI se coaligaron en una inédita alianza con fines electorales cuya única oferta era el voto útil contra el presidente y su gobierno. Una coalición que a López Obrador le caía como anillo al dedo. Una prueba de que todos sus adversarios eran parte de la misma élite corrupta que él combate. Otra parte del manual populista. Al menos eso se suponía hasta la noche del pasado domingo.
Pero resulta que millones de electores mexicanos distinguen entre un presidente que consideran un hombre de buena fe y la gestión de su gobierno. Y, por supuesto, a sus candidatos. Por eso le han negado lo que en otra época se llamaría un cheque en blanco.
Morena ha retrocedido de los 256 diputados que le daban mayoría absoluta en solitario en la cámara baja del Congreso a 197. La coalición de López Obrador alcanza los 297 (lejos de los 334 que aspiraba), pero al precio de quedar en manos del desprestigiado Partido Verde, que se aseguró 44 bancas. En México, los verdes se han aliado en el pasado con todos los partidos y con todos los gobiernos de turno sin importar ideología. No tendrán problemas de conciencia si les conviene abandonar a AMLO y, mientras, cobrarán caro por su respaldo.
Con estos números, López Obrador y sus aliados pueden aprobar las leyes y el presupuesto anual del Gobierno Federal, pero no pueden reformar la Constitución ni modificar la composición del INE.
Esto último es lo que la alianza opositora buscaba y consiguió al asegurarse al menos 197 diputados nacionales. A ellos hay que sumar los 24 del Movimiento Ciudadano, que se presentó en una lista distinta al PAN/PRI/PRD, pero que es oposición al presidente.
Pero además, la oposición le propinó una derrota simbólica importante en la Ciudad de México, la principal plaza electoral y económica del país.
Allí, los candidatos opositores ganaron 9 de las 16 alcaldías y Morena logró conservar 7, luego de perder 4. Un resultado electoral sin precedentes en lo que ha sido el bastión principal de la izquierda mexicana desde 1997, cuando se eligió por primera vez por voto popular al Jefe de Gobierno de toda ciudad y en la nunca antes había estado en minoría en el número de ayuntamientos.
López Obrador se dio a conocer nacionalmente cuando ejerció ese cargo entre 2000 y 2006, y desde allí se proyectó a su primera candidatura presidencial en ese último año. Por eso es que este es un revés significativo. Una demostración de que el lopezobradorismo (sic) no es invencible.
De paso, los dos principales afectados políticamente son la actual Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum (aliada fiel del presidente), y Marcelo Ebrard, actual secretario de Relaciones Exteriores (predecesor de Sheinbaum en ese cargo), a quienes la opinión pública ha responsabilizado por el trágico accidente ferroviario en la línea 12 del metro de la capital, que el pasado 3 de mayo dejó 26 muertos conmocionando a la población y condicionando, obviamente, la elección.
Sheinbaum y Ebrard son los dos potenciales candidatos a suceder a AMLO (la Constitución prohíbe terminantemente la reelección presidencial) en la candidatura presidencial de Morena en 2024. Este es un dato importante a tener en cuenta porque la lucha por el poder nunca se para.
La respuesta de López Obrador a ese revés ha consistido en culpar a la “guerra sucia” y a la “campaña de desprestigio” por parte de los medios de comunicación. Lo mismo ha hecho Sheinbaum y la principal vocera nacional de MORENA. Una forma de presentar como derrota lo que debería exhibir como una victoria nacional.
Pero resulta ser que AMLO (que nunca ha sido un buen perdedor) presentó esta elección como un referéndum a su persona y lo perdió, porque le cuesta aceptar que en democracia lo normal es ganar y perder. Lo anormal es pretender imponer una hegemonía eterna.
@PedroBenitezF