Pedro Benítez (ALN).- Mientras el mundo tiene sus ojos puestos en Ucrania, el populismo autoritario camina por América Latina. Con su mañas y hábitos de costumbre. Haciendo uso del conocido manual del buen populista, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador empieza su cuarto año de mandato atacando a la prensa crítica. La lógica amigo – enemigo, de la guerra que divide al país entre incondicionales y traidores, leales y vende patrias, refractaria de la política como medio para construir acuerdos y resolver problemas.
México está en medio del mayor escándalo político desde que AMLO llegó a la presidencia de ese país en diciembre de 2018.
El conocido periodista mexicano Carlos Loret de Mola, y la organización no gubernamental Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, han difundido una investigación sobre un supuesto caso de conflicto de intereses que involucra al hijo del presidente, José Ramón López Beltrán, y un alto ejecutivo de la empresa estadounidense de servicios petroleros Baker Hughes.
Según la información develada (y hasta este momento no negada), López Beltrán y su esposa Carolyn Adams han tenido en los últimos meses como hogar y residencia dos casas al norte de Houston, Texas, valoradas cada una en más de un millón de dólares, que son propiedad de ese alto ejecutivo.
Como complemento, la pareja hace exhibición de su ostentoso estilo de vida. Las imágenes de sus viajes en avión privado, en autos de lujo, esquiando en un resort en Aspen, con ella vistiendo zapatos de la marca Valentino valuados en 850 dólares, o un bolso Chanel de unos 5.000 dólares, son bastante conocidas.
¿Dónde está el problema? Pues, por un lado, que Baker Hughes tiene multimillonarios contratos con Petróleos Mexicanos (Pemex), empresa del Estado que maneja el monopolio de hidrocarburos de ese país. Contratos que durante la administración de López Obrador se han ampliado significativamente, según la información suministrada (y tampoco negada) por la investigación en cuestión. Los denunciantes aseguran que Pemex le otorgó uno de 85 millones de dólares a la empresa un mes antes de que López Beltrán ocupará una de las viviendas. Es decir, estamos ante un caso clásico de duda razonable.
Debe agregarse que la nuera del mandatario ha laborado en British Petroleum y cabildeó para Cava Energy, otra contratista de Pemex.
Sin embargo, podría ser que los contratos de Baker Hughes con Pemex sean absolutamente limpios, que el hijo del presidente no esté involucrado en manera alguna con los mismos, y que sus ingresos no estén relacionados con el poder político de su padre.
Un presidente predicador
Pero ocurre que López Obrador es un presidente predicador. Todas las mañanas efectúa unas largas ruedas de prensa donde (entre otras cosas) predica las virtudes de la pobreza monacal, critica la riqueza, la falsa ostentación que promueve el mundo moderno, las asocia como consecuencias inevitables de la corrupción, amonesta a empresarios y a políticos, a los que señala como fuente de la mayoría de los males que sufre el país, y usa toda ese discurso moral para escudarse cuando se le señalan los fracasos de su Gobierno o cuando se le exige alguna investigación aclaratoria como en este caso. Hoy, en México hay más pobres que hace tres años y la lacra de la violencia criminal no cede. Pero al mandatario izquierdista no le gusta hablar de estos dos últimos temas.
Cuando en las elecciones de medio término del año pasado en la mitad de los municipios de la Ciudad de México (bastión histórico de la izquierda mexicana) el voto de la clase media fue determinante para derrotar a los candidatos del oficialista Morena, López Obrador se lanzó a criticar con dureza a ese sector social por su vocación “aspiracioncita”. “Hablo de aspiracionismo, como sea, sin escrúpulos morales de ninguna índole (…) una concepción muy individualista, muy egoísta, muy enfocada u orientada a progresar en lo material”, expresó en alguna de sus amonestaciones públicas.
Con el tono de condena moral que lo caracteriza ha denominado a los integrantes de la clase media mexicana como “fifís” y en postura reflexiva ha preguntado públicamente: “¿para qué tener más de un par de zapatos, para qué tener coches caros, comer cosas exóticas, para qué estudiar en el extranjero?”.
“Mejor la pobreza que la deshonra”, ha sido otra de sus frases preferidas.
Presidente pobre, hijo rico
De modo que éste es el otro aspecto del problema. El discurso de austeridad monástica de AMLO contrasta visiblemente con el estilo de vida ostentoso de su vástago. Al parecer, el presidente pobre, tiene un hijo rico.
Y esto tampoco tendría que ser un problema, después de todo el hijo no está obligado a seguir las prédicas del padre, aunque éste pretenda eso para el resto de sus conciudadanos. No obstante, todo indica que lo anterior es la razón por la cual López Obrador se ha dedicado a atacar con una intensidad digna de mejor causa a los que han señalado el presunto conflicto de intereses entre la contratista petrolera y su hijo. Concretamente dedicó la “mañanera” (rueda de prensa matutina) del pasado viernes 11 al periodista Carlos Loret de Mola, ocasión en la cual divulgó información sobre sus salarios, usando como fuente los datos de la autoridad fiscal mexicana. Durante horas se dedicó a linchar, denigrar, e incluso amenazar públicamente desde el Palacio Nacional (sede del Poder Ejecutivo Federal), a un periodista crítico. En cuestión de horas violó a los ojos de todo el mundo la Constitución y atacó los principios que consagran la libertad de prensa.
Todo esto en un país donde, en lo que va de siglo, 150 periodistas han sido asesinados. 47 durante el gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018), 53 desde que López Obrador juró su cargo. Cinco de ellos en lo que va del año. La mayoría de los casos han quedado impunes.
En el poder no hay inocencia
No obstante, esto no ha sido óbice para detener su ofensiva contra todos los periodistas críticos. Incluso contra aquellos que de una u otra manera lo han respaldado pero que cuestionan el ataque presidencial contra la libertad de expresión, el derecho de indagar y de denunciar presuntos manejos poco transparentes de los recursos públicos. Es el caso de Carmen Aristegui, dura crítica de los gobiernos anteriores a la que AMLO ahora ubica en el “bloque conservador”, luego que ella en su programa de radio considerará como lamentable que “el presidente use su poder para destruir reputaciones”.
El año en que coincidieron como presidentes llamó poderosamente la atención, tanto en México como en Estados Unidos, la química que hubo entre López Obrador y Donald Trump. Entre el veterano luchador de la izquierda mexicana y el magnate inmobiliario gringo. Pues resulta que tenían mucho en común. AMLO se ha ido peleando contra académicos, la clase media, la oposición por supuesto, y ahora le declara la guerra a los periodistas críticos. No le faltarán apoyos dentro de su país. Con los patriotas a su favor y en su contra los traidores. Película conocida. Grita: “allá va el ladrón”, para ocultar al verdadero asaltante. Desviar la atención. No ha necesitado copiarse de Trump porque esas tácticas son de vieja data en Latinoamérica.
En el poder no hay inocencia. AMLO actúa conscientemente. No quiere que se investigue, ni que haya transparencia. Desea el conflicto, de eso viven los populistas. Los problemas de su país pueden esperar. Esa es la fórmula. En esto consiste su tan alardeada Cuarta Transformación.