Pedro Benítez (ALN).- La carta de renuncia del secretario de Hacienda de México sugiere que el presidente Andrés Manuel López Obrador tiene muy clara su prioridad: la política. AMLO no es el primer líder latinoamericano que cree que la política y su liderazgo personal son suficientes para transformar la realidad del país. Para él la economía puede esperar.
Entre la economía y la política el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha escogido la política; al menos así lo sugiere Carlos Urzúa en la carta de renuncia como secretario de Hacienda difundida por su cuenta de Twitter.
En la misma deja colar serias críticas al estilo de gobernar de AMLO, donde pone en evidencia (según su versión) que en el conflicto existente entre el conocimiento económico y los datos por un lado, y la ideología y los prejuicios por el otro, el mandatario mexicano prefiere lo segundo. Como se podrá observar en los tiempos que corren ese no es un caso exclusivo de México, es una característica del populismo.
La crítica de Urzúa suena verosímil a la luz de las actuaciones (y retórica) de AMLO en sus primeros siete meses de mandato, en los cuales ha optado (entre otras acciones) por suspender las obras del Nuevo Aeropuerto Internacional de Ciudad de México en favor de uno nuevo, o el proyecto del denominado Tren Maya, o el empeño en edificar una nueva refinería para el país a cuenta de la estatal (y muy endeudada) Pemex. El común denominador de estas decisiones es que en ellas han privado los criterios políticos y no los técnicos.
Agradezco la oportunidad de haber podido servir a México. pic.twitter.com/aaa2cIa9uI
— Carlos Urzúa (@CarlosUrzuaSHCP) 9 de julio de 2019
Pero este es un aspecto que evidentemente tiene sin cuidado a AMLO, cuyo proyecto de poder, que ha denominado la Cuarta Transformación es fundamentalmente de carácter político. En su visión (o al menos en lo que expresa), acabar con la corrupción, la pobreza y la desigualdad pasa por acabar con los privilegios oligárquicos que dominan México, y esto es fundamentalmente un reto de carácter político. Esto lo ha llevado a chocar con la economía. No sabemos si deliberadamente o por equivocación.
Por ahora la renuncia de Urzúa como secretario de Hacienda provocó en cuestión de horas una devaluación de la moneda nacional que pasó de la barrera de los 19 pesos por dólar. Una señal de alarma se ha encendido en la economía mexicana que ha superado, por ahora, las amenazas comerciales del presidente Donald Trump.
Esto ocurre en un contexto en el cual el de AMLO es (según datos oficiales) el peor arranque en más 30 años de un sexenio presidencial en términos de creación de empleos, inversión y crecimiento. En sus primeros seis meses de gobierno México perdió 75.000 empleos. Justo cuando a Estados Unidos, su principal socio comercial, le va mejor que nunca.
Por comparar, en los mismos lapsos de los sexenios de Felipe Calderón (2006-2012) y Enrique Peña Nieto (2012-2018) se crearon 90.000 y 59.000 empleos respectivamente.
Sin embargo, esto no parece afectar el alto apoyo popular a López Obrador. En los hechos, AMLO no ha actuado hasta ahora como el clásico líder populista latinoamericano dado a gastar a manos llenas. Por el contrario, ha puesto en marcha un desordenado plan de disminución del gasto público en diversas áreas que ha bautizado como “austeridad republicana”.
Lo que sí hay en su administración es incoherencia e improvisación: al menos es eso lo que sus críticos dentro de México señalan y ahora ratifica su hasta ayer secretario de Hacienda. Además, ninguna de las medidas concretas de AMLO en políticas públicas va destinada a estimular la inversión privada y a superar el mediocre crecimiento que ha caracterizado a la economía mexicana desde hace años.
El poder político es la prioridad
Pero lo que despierta verdadero temor en la memoria colectiva de muchos mexicanos son las consecuencias que para ese país trajo en el pasado la interferencia del poder político, concretamente del presidente, en los asuntos técnicos de los responsables de la economía.
Pero lo que despierta verdadero temor en la memoria colectiva de muchos mexicanos son las consecuencias que para ese país trajo en el pasado la interferencia del poder político, concretamente del presidente, en los asuntos técnicos de los responsables de la economía.
Fue el presidente Luis Echeverría Álvarez quien por los años 70 del siglo pasado afirmó que: “Ahora la economía se maneja en Los Pinos” (la residencia presidencial). Por donde se lo mire aquel fue un gobierno desastroso para México, donde la política privó sobre la economía. Con esa administración terminó el llamado “milagro mexicano”, cuatro décadas casi ininterrumpidas de expansión económica y baja inflación.
El gobierno de Echeverría culminó en 1976 con la primera devaluación del peso mexicano en 22 años. De ahí en adelante el país se sumergió en un largo periodo de cíclicas crisis económicas (1982, 1986 y 1994), signadas siempre por acontecimientos cuasi apocalípticos: devaluación de la moneda nacional, creciente endeudamiento público, empobrecimiento generalizado de la población y emigración masiva hacia el vecino del norte.
Pues AMLO es admirador confeso de aquel estilo de gobernar. Pero como político al fin, en busca del poder, prometió en su campaña presidencial actuar con moderación en el terreno fiscal y para alejar los temores del sector privado exhibió como su candidato a manejar la economía del país a Carlos Urzúa, quien ahora es el secretario de Hacienda que menos tiempo ha ocupado el cargo desde la renuncia de Pedro Aspe en la crisis de 1994.
La reacción de López Obrador ante la renuncia de su secretario de Hacienda ha sido de mucha calma y prometiendo cambiar las políticas económicas aplicadas en México en los últimos 30 años. Eso pese a que ha cedido recientemente ante las presiones de Donald Trump en materia de migración con el fin de que le respete el acuerdo de libre comercio entre los dos países, uno de los logros de esas políticas que critica.
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Mientras tanto Morena, su partido con mayoría en el Congreso mexicano, maniobra para reformar el sistema electoral que le permitió llegar al poder democráticamente, para ahora asegurar su prolongación en el poder. Un ardid aplicado la década pasada en muchos países latinoamericanos. La economía puede esperar, el poder político es la prioridad.