Ysrrael Camero (ALN).- No se podrá iniciar la reconstrucción de la economía española sin aprobar unos nuevos presupuestos, y estos no podrán aprobarse sin acuerdos amplios, que superen las fronteras de la coalición de gobierno PSOE-Podemos. Eliminar las líneas rojas sólo será posible si se desescala la confrontación.
El gobierno de coalición entre el PSOE de Pedro Sánchez, y Unidas Podemos de Pablo Iglesias, generó grandes expectativas. Mientras unos colocaban en esa legislatura sus esperanzas, en otros se generaba temor. La incapacidad para que el Congreso apruebe los Presupuestos Generales del Estado (PGE) podría decepcionar a los primeros y tranquilizar a los segundos, porque poco será lo que el gobierno pueda avanzar sin pasar por este trámite.
Porque no es en la tupida red de discursos, ni en la melosa batería de lemas y canciones de campaña, donde podemos medir a un gobierno. Su capacidad real depende de la conformación de los PGE, allí se encuentran sus prioridades, allí se puede ver el alcance de una voluntad de reforma. El carácter progresista o conservador de un gobierno tiene una expresión presupuestaria.
En ese sentido, el balance del gobierno de Sánchez ha sido escaso, porque ha sido incapaz de superar aquellos presupuestos, diseñados por el ministro Cristóbal Montoro, que el Congreso aprobó a Mariano Rajoy.
Útil para llegar, inútil para acordar
No es un proceso fácil de sortear. La dinámica política que hizo posible la conformación del actual gobierno, es justamente la que dificulta la aprobación de los presupuestos. La obligación de coaligarse deriva de la fragmentación del Congreso.
Hasta el estallido de la crisis en 2011 la gran mayoría de los españoles votaba por el PP o el PSOE. Al conformarse el Congreso el debate presupuestario se superaba, a lo sumo, tras requerir del apoyo de algún socio minoritario, generalmente algún partido nacionalista, CiU en Cataluña, o el PNV en el País Vasco.
Pero el bipartidismo tradicional perdió el control del Congreso por el desencanto de muchos españoles. El ascenso de Podemos a la izquierda, restándole apoyos al PSOE, de Ciudadanos (Cs) como alternativa regeneracionista liberal, y finalmente la irrupción de Vox a la derecha, con una agenda radical, que empezó a restar apoyos a los populares, mostraba un mapa donde era difícil acordar.
Esta fragmentación no sólo es un tema de desplazamiento de votos, sino también de una escalada de crispación identitaria. El ascenso de los nuevos actores estuvo vinculado con un mayor encono en el debate, con críticas a los grandes acuerdos fundacionales y con la radicalización nacionalista.
El giro independentista catalán potenció, como respuesta espejo, la exacerbación de un nacionalismo españolista, útil para Ciudadanos primero, y para el ascenso de Vox luego. UP manejaba otro tipo de crispación, pasando del enfrentamiento contra la “casta”, la élite política dominante, hacia la reivindicación de la identidad radical de izquierda.
Para tratar de frenar a los nuevos actores, otros hicieron uso de la misma táctica de crispación. El actual Congreso es producto de esta dinámica, y justamente esta manera de hacer política dificulta los acuerdos imprescindibles para votar los presupuestos.
La larga sombra de Montoro
Larga ha sido la vigencia de los presupuestos de Montoro, siendo incapaz Sánchez de lograr una mayoría que los supere. Pedro Sánchez se convirtió en presidente tras aprobarse la moción de censura contra Rajoy el 1º de junio de 2018, pero fracasó el 13 de febrero de 2019, en su intento de aprobar unos nuevos PGE, al ser rechazados, no sólo por el PP, sino también por Cs, el PDeCat, ERC, Foro Asturias y Coalición Canaria. Tras este fracaso convocó elecciones para el 28 de abril, que el PSOE ganó, pero sin poder formar gobierno, llevando a una nueva elección el 10 de noviembre.
Fue un verdadero calvario para Pedro Sánchez conseguir los votos necesarios para formar gobierno, debiendo hacerlo por la mínima. Tras acordar con UP y conseguir una endeble mayoría, con nacionalistas catalanes y vascos, finalmente logra constituirse este gobierno de coalición el 8 de enero de 2020. Días después de que se constituyera, empezó un nuevo intento de aprobar unos presupuestos. Pedro Sánchez los quería antes de que terminara el verano, pero…
Llegó el covid-19
Se sabía que el año 2020 no sería fácil, pero nadie pudo imaginar las dimensiones globales del reto. Mientras se desplegaban esfuerzos para acordar unos nuevos presupuestos, las noticias de una epidemia, llegada de China, llenaban los titulares.
La suspensión del Mobile World Congress de Barcelona, en febrero de 2020, fue vista por muchos como una reacción exagerada. Poco más de un mes después ya se estaba cerrando España, mientras una pandemia global confinaba a un tercio de la humanidad.
La economía mundial se vino abajo. España perdió, durante el segundo trimestre del 2020, 18,5% de su PIB. La necesidad de fondos europeos era urgente e imprescindible. Las negociaciones para lograr el apoyo de la Unión Europea (UE) fueron arduas.
Un nuevo marco
Sánchez ha decidido acercarse al sector empresarial al anunciar la apertura del proceso de negociación de los nuevos presupuestos, intentando reducir la aprehensión de ese sector. Este es un marco completamente distinto para negociar y discutir los nuevos PGE. Pero la conformación del Congreso, y del gobierno de coalición, se corresponde a una fotografía tomada antes de la pandemia. Esta contradicción se reflejó en la manera en que funcionó la Comisión Parlamentaria para la reconstrucción, donde no hubo capacidad para construir acuerdos.
Estos deberían ser los presupuestos de la reconstrucción de la economía, debiendo reflejar las prioridades de inversión, así como el destino de los fondos europeos. Ya la herencia de Montoro no tiene viabilidad para enfrentar las dificultades actuales.
Esta nueva negociación parece seguir marcada por las líneas rojas de la vieja intransigencia. Pedro Sánchez, con alguna dificultad, apenas ha logrado acordar con UP un primer proyecto de acuerdo de PGE. Y ya saltaron las primeras reacciones, el PP veta cualquier acuerdo mientras siga UP cogobernando.
Aunque se abren negociaciones con Ciudadanos, que ha decidido volver a ser un partido bisagra, de centro-liberal, las fricciones con la formación de Iglesias no han desaparecido. El apoyo de ERC, que bloquea cualquier acuerdo con Cs, está mediatizado por unas posibles nuevas elecciones en Cataluña. Y Sánchez tendrá que ceder para lograr la ratificación del apoyo del PNV.
De esta manera, no se podrá iniciar la reconstrucción de la economía sin aprobar unos nuevos presupuestos, y estos no podrán aprobarse sin acuerdos amplios, que superen las fronteras de la actual coalición de gobierno. Eliminar las líneas rojas sólo será posible si se desescala la confrontación. La sociedad española ha tenido que aprender lo que es un gobierno de coalición, ahora le toca construir unos acuerdos plurales y transversales, y eso requiere de un cambio de actitud. ¡Veremos!