Pedro Benítez (ALN).- A pesar del miedo a seguir los pasos de Venezuela, la élite empresarial y política de Perú da como un hecho consumado que el izquierdista Pedro Castillo será el próximo presidente de esa nación. Ante la incertidumbre que esconden sus auténticas intenciones, sus adversarios pueden verse en el espejo de otras circunstancias que podrían ser parecidas por aquello de que la historia nunca se repite pero a veces rima.
Luego de tres semanas, Keiko Fujimori no ha conseguido que las autoridades electorales peruanas anulen los miles de votos que serían necesarios para voltear, a su favor, el estrecho resultado que arrojó la segunda vuelta de la elección presidencial efectuada en Perú. Ni ella, ni sus asesores, han podido demostrar irregularidades significativas que hayan alterado el proceso comicial.
Aunque la ley así se lo permite, todos los recursos que ha interpuesto ante la Junta Nacional Electoral han sido rechazados, uno detrás de otro. Por otra parte, la opinión pública empieza a dar muestras de cansancio y, según sondeos de opinión, cada vez menos peruanos creen que hubo fraude. Con la misión electoral de la OEA en Perú avalando la pulcritud de los comicios, la élite empresarial y política de ese país da como un hecho que el candidato del izquierdista Perú Libre, Pedro Castillo, será el próximo presidente de esa nación. La declaración del Departamento de Estado de los Estados Unidos respaldando la limpieza de la elección ha sido el carpetazo final al tema.
CASTILLO, UNA INCÓGNITA
Sin embargo, Castillo sigue siendo una incógnita. Este maestro rural peruano jamás se imaginó en esta situación. Su candidatura fue en reemplazo de Miguel Cerrón, principal dirigente e ideólogo de Perú Libre, quien por estar condenado en varios casos de corrupción y delitos penales ocurridos durante su mandato como gobernador de Junín estaba inhabilitado para postularse.
Cerrón fue el autor del radical programa de gobierno cuyas propuestas estrellas consistían en poner fin al modelo de economía de mercado que ha imperado en Perú en los últimos 30 años, nacionalizando sectores claves como el minero, y convocar una Asamblea Nacional Constituyente. Como el profeta de ese mensaje Castillo fue, con apenas el 18% de los sufragios, el candidato más votado de la primera vuelta gracias al colapso de los partidos políticos peruanos y a la dispersión del voto. La mayor contracción económica en tres décadas y el pésimo manejo sanitario de la pandemia hicieron el resto.
La posibilidad de que Castillo se impusiera en la segunda vuelta del pasado 6 de junio, y que él, o a través de él, se intentara imponer en Perú una versión del régimen chavista encendió las alarmas y dio pie a una campaña de miedo que aún no termina. El hecho de que Cerrón sea un político marxista formado en Cuba, y defensor abierto de Nicolás Maduro, dio crédito a todos esos temores que Keiko Fujimori trató (y aún intenta) capitalizar como el “mal menor”.
Todo lo que eso ha hecho es envenenar el ambiente político peruano más de lo que ya estaba antes. Keiko se ha negado a admitir el triunfo de su rival mientras rumores de un golpe de Estado militar comienzan a circular.
¿UNA CONSTITUYENTE?
Por su parte, Castillo se ha movido durante estas semanas con cautela. Su principal promesa hoy por hoy es que nunca hará nada de lo que prometió en la primera parte de su campaña. Hasta su principal asesor económico deja abierta la posibilidad de que no sea necesaria la convocaría de una constituyente. Un juego clásico de pragmatismo que le facilite la banda presidencial.
Una parte de la opinión pública peruana apuesta a que sea otro Ollanta Humala, el exmilitar elegido en 2011 (precisamente contra Keiko Fujimori) que se presentó como el “Chávez peruano” pero que terminó haciendo en el poder todo lo contrario.
No obstante, independientemente del camino que elija, a diferencia de lo que ocurre en Chile hoy, y de la Venezuela de 1998, Castillo y sus aliados de izquierda no tienen el terreno despejado para avanzar en un proyecto de poder ambicioso. No se van a enfrentar con unos rivales desmoralizados. Por el contrario, tienen al frente a una derecha movilizada con las espadas en alto que se siente respaldada por 8 millones de votos (la mitad del electorado).
Pero esta actitud por parte de la oposición peruana a Castillo puede ser una espada de doble filo. En la historia de América Latina la histeria ante una amenaza autoritaria (populista o comunista) ha terminado siendo peor que la enfermedad que se quería evitar. Hay dos ejemplos al respecto: Argentina y Venezuela.
«LO HARÁN PEOR»
En el primer caso el anti peronismo (con la notable excepción de los ex presidentes Arturo Frondizi y Arturo Illia) demostró que podía ser más antidemocrático que el populismo autoritario peronista de la primera época (1946-1955). Esto fue algo que, con su cinismo característico, el propio Juan Domingo Perón profetizó luego de ser derrocado en 1955: “volveré, no porque lo haya hecho bien, sino porque los que vengan después de mi lo harán peor”.
Efectivamente eso fue lo que aconteció. La sistemática y violenta persecución a que fue sometido el peronismo con intención de erradicarlo lo que consiguió fue reivindicarlo. Los trabajadores argentinos fueron olvidando sus pecados, mientras lo recordaban con nostalgia. Ese fue su secreto.
En épocas más recientes ocurrió algo parecido en Venezuela. Los primeros abusos en el ejercicio del poder por parte del expresidente Hugo Chávez, dieron pie a una inmensa reacción popular que provocó su breve caída del poder entre el 11 y 13 de abril de 2002. Pero aquellas jornadas fueron secuestradas por la histeria anti política sobre la que se montó el más absurdo de todos los golpes de Estado que ha conocido el país. En pocas horas, los golpistas hicieron cosas que el autoritario Chávez no se había atrevido a realizar. Demostraron que podía haber algo peor que el chavismo.
El resultado fue una catástrofe para la causa democrática venezolana. El victimario quedó como la víctima y tuvo la oportunidad de regresar al poder. Lo mismo que pasó con Perón, y que podría pasar con gente como Pedro Castillo o Miguel Cerrón, si sus adversarios cometen hoy en el Perú el grave error de cruzar la delgada línea del juego democrático. Es en esa cuerda floja en la que se ha estado balaceando Keiko Fujimori y sus aliados.
Por eso dicen que la historia nunca se repite, pero a veces rima.